Que la Organización Mundial de la Salud, la Estrategia de Atención para un
parto Normal e incluso la SEGO
indica los protocolos para tener un
bebé mediante un parto vaginal, es algo que quienes nos movemos en estos temas
sabemos bien.
También sabemos que el
número de cesáreas se excede bastante de lo recomendable. Sin embargo, es
algo que continua ocurriendo a pesar de las buenas
intenciones del personal sanitario.
Que las cesáreas se siguen haciendo en muchas ocasiones de manera
innecesaria es algo demostrable. Solamente que, cuando una mujer ha pasado
por una operación de cirugía mayor como es esta práctica, pocas ganas le quedan
de averiguar cuál ha sido el motivo que le ha llevado a ello. Y mucho menos de
poner una reclamación o denuncia al centro sanitario.
Las
cesáreas, cuando son necesarias, salvan vidas, esto es indiscutible. Sin embargo, siempre me queda la duda de si
se podría haber hecho algo más antes de llegar al quirófano…
Recientemente he acompañado a
unos padres en el nacimiento de su segundo hijo. He estado con ellos más de 30
horas, a su lado, sin separarme más que para lo justo. En su casa y en el
hospital.
Para esta madre iba a ser su
primer parto vaginal ya que el anterior hijo nació mediante una cesárea
innecesaria, tras una inducción en la semana 38 de gestación.
Cara a este segundo nacimiento, se
había preparado a conciencia desde antes de estar embarazada. Un trabajo de
información en torno al proceso fisiológico y emocional, de búsqueda del centro
hospitalario que mejor se adaptaba a sus deseos. Un trabajo personal que le
aportó una fuerza interior capaz de enfrentarse al más brutal de los
acontecimientos en la vida de una mujer que desea ser madre: un parto vaginal
de manera natural.
Voy a ahorrarme todos los
detalles hasta el momento del ingreso en el centro sanitario. Si la madre
quiere, ya lo contará ella. Me voy a centrar en lo sucedido en el hospital ya
que es lo que me interesa compartir ahora.
En el primer reconocimiento, el
profesional que la atendió le comentó que estaba con una dilatación de 2 cm, que
no estaba de parto y como llevaba varias horas con la bolsa rota, se quedaba
ingresada, administrándole una primera dosis de antibiótico como preventivo
cara a una posible infección.
En la habitación, la madre muy
consciente de su situación, continuaba con unas contracciones rítmicas y
constantes cada 3 minutos que comenzaban a ser dolorosas. La ducha de agua
caliente sentada en la pelota, los paseos por la habitación, los masajes en la
zona lumbar, el movimiento de pelvis, las agachaditas… todo lo que su cuerpo le
demandaba para aliviar esa sensación de dolor.
Pasaba el tiempo. Más horas y más
reconocimientos, y se mantenía en 2 cm de dilatación. El ginecólogo de guardia le comentó que el
bebé no terminaba de descender, que no estaba bien colocado y planteó la
posibilidad de utilizar oxitocina sintética y epidural para acelerar el proceso.
La madre se desanimó, el
cansancio era grande y comenzaba a flaquear. Habló con su pareja y decidieron
solicitar la medicación. Aún así, permanecieron en la habitación un tiempo más.
Las contracciones comenzaron a descender en frecuencia e intensidad… la mamá estaba
realmente agotada e incluso se plantearon solicitar una cesárea.
A primeras horas de la madrugada,
se quedó en paritorio con la bomba de oxitocina y con la de epidural en su
versión “walking” que supuestamente
le permitiría movimiento en las piernas. Pasados unos minutos, la mamá pudo
descansar y se quedó dormida durante unas horas.
Se acercaba el cambio de turno
del hospital y mis esperanzas se centraron en que entrara a los paritorios alguna
de las matronas que conozco y que sé cómo trabajan… Pedí al cielo que fuera una de ellas quienes continuaran asistiendo
este parto...
Porque era consciente de que el
equipo que la estaba atendiendo hasta ese momento, no había hecho nada por
favorecer el avance el parto. Además de
no haber mostrado un mínimo de empatía hacia esta mujer, no había mostrado
profesionalidad… y sé bien por qué lo pensé. Pero me lo callé, no se lo dije a
los padres porque bastante tenían sintiendo la sombra de otra posible cesárea
sobre el vientre de esta hermosa mujer.
Mis oraciones tuvieron la respuesta
deseada. A las nueve de la mañana, el papá que estaba con su mujer en
dilatación, me comentó que había entrado una matrona nueva y al decirme su nombre, con la piel de
gallina y lágrimas en los ojos, le afirmé que su mujer iba a parir. Que ésta
era una de las matronas con las que yo había trabajado, que la había visto
utilizar sus recursos y que confiaran en que pronto tendrían a su bebé en los
brazos.
Y a partir de ahí el parto dio un
giro espectacular. La ginecóloga le concedió cuatro horas más antes de tomar
otra determinación más drástica. Y mi
querida matrona empezó a utilizar sus herramientas: cambio postural, movimiento
de piernas, administración de suero glucosado para recuperar el agotamiento de
la madre y del bebé y sobre todo, palabras suaves, amorosas, de apoyo, de
confianza. Miradas y sonrisas cómplices
hacia esos padres que estaban al borde del derrumbamiento. Y cariño, mucho
cariño es lo que tiene esta matrona para todas las mamás que atiende en sus
partos.
Y pasadas cuatro horas desde que
esta maravillosa comadrona hizo el primer reconocimiento y puesto en marcha sus
estrategias profesionales… la mamá había alcanzado su dilatación COMPLETA.
Salió el papá y entré yo un momento a ver a
esta mujer con la que había establecido una preciosa relación de intimidad y
cariño.
Nos abrazamos llorando las dos y tras decirle lo preciosa que estaba, la
animé a seguir hablando con su bebé y a sentir esa fuerza interior que tanto
había trabajado. Y en ese momento, de
forma involuntaria y refleja, su útero, repleto
de amor y oxitocina, comenzó a pujar…
¡Y en unos minutos el bebé nació vaginalmente!
¡Imaginad la felicidad de estos
padres! ¡Imaginadme a mí llorando a moco
tendido en la sala de espera…!
He omitido muchos detalles, porque
como he dicho antes, si la mamá quiere ya contará su experiencia. Sin embargo,
sí que quiero hacer constar la
diferencia entre unos profesionales y otros. La diferencia en la formación,
en la práctica, en el trato, en la experiencia… unas diferencias que habrían sido fatales, pues para esta mujer en
concreto el conseguir su parto vaginal después de cesárea, era una prioridad desde hacía mucho tiempo y para lo que se había
preparado a fondo.
Y a pesar de que la Vida le
ofreció la recompensa a su empeño, yo me
quedo con la duda de qué habría pasado si no hubiera venido esta
profesional experta y amorosa a continuar atendiéndola.
El
parto es el acontecimiento más salvaje por el que pasa una mujer que
desea ser madre. Es una muerte y un
renacer. Es una bienvenida a la Vida.
El nacimiento consciente de una hija, de un hijo, es la máxima expresión del amor incondicional. Son muchas las mujeres
que desean estar activas y ser partícipes de este hecho y es muy triste que sus deseos se vean satisfechos
o frustrados en función del profesional que la atienda.
Esto es así, que nadie me lo
niegue. He acompañado partos
hospitalarios y he sido testigo de primera mano de lo que allí sucede.
Y de la
misma forma que éste ha tenido un final feliz, ha habido otros nacimientos que
han sido totalmente intervenidos y medicalizados por la falta de profesionalidad, respeto y empatía del profesional de guardia.
Yo
he sido testigo mudo, y nadie puede negar lo que he visto y la impotencia que
he sentido.
A pesar de que hay atisbos de
mejoras, a pesar de que cada vez son más las/los profesionales que han cambiado
su conciencia, sigue habiendo quien se limita a intervenir con lo que aprendió
sin más implicación, sin más reciclaje ni más formación para estar atendiendo desde una
postura emocional, respetuosa y acorde con la necesidad de cada mujer.
Y
esta es mi reivindicación: no hay derecho a que esta experiencia potente,
animal, visceral y renovadora que marca de por vida a una mujer, se lo juegue todo a una carta dependiendo de la que le toque jugar…
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