Cuando eres pequeña no te
proyectas en tu futuro. Vives cada momento en el presente. Comes, duermes,
juegas, vives… Y así vas formando tu personalidad y vas integrando aquello que
servirá para conformar la mujer adulta que llegarás a ser.
Dicen que conforme las niñas van
creciendo, van desarrollando en su subconsciente a la madre que serán algún día, sobre todo a través de los juegos y de lo que reciben de otras mujeres
adultas, especialmente las de su familia.
Y apenas sin darte cuenta porque
tu tiempo ha transcurrido entre juegos, llegas a la menarquía. Y te dicen que
ya eres mujer cuando tú no tienes ni idea de qué es eso.
Y rápidamente has entrado en la
pubertad y de ahí a la adolescencia donde parece que todo el mundo está en tu
contra. Nadie te entiende, especialmente tu madre ¡Parece que ella no haya
pasado por estos trances! Y estás convencida de que no tiene ni idea
de lo que pasa fuera de tu casa, y en tu indiferencia, crees que lo sabes todo y comienza el distanciamiento.
Porque lo que realmente importa son las amigas. Ellas sí que te entienden,
ellas sí que están en tu onda.
Y entran en tu vida otros
personajes: los chicos. Comienza el juego de la seducción y las mentiras en
casa. Tu cuerpo ha cambiado tan rápidamente que te sientes extraña en él, pero
te gusta lo que te va descubriendo...
Y aparece el enamoramiento. Las mariposas
revolotean en tu estómago todo el día. Y te vas a vivir con el que crees será tu amor eterno. Lejos, al
campo, donde a él le gusta. No importa el distanciamiento. Es tu vida, es tu
presente, es tu momento.
Y viene el primer hijo. Y sigues
creyendo que sabes más que nadie y comienzas a vivir tu maternidad en
solitario. Porque tu madre no está cerca, porque te has alejado de tu abuela,
de tus tías, de tus primas… y comienzas a sentir en carnes propias esa soledad
de la que habías escuchado hablar a otras mujeres…
Y tienes más hijos. Y cada vez
menos tiempo y menos vida, porque tu vida es la de ellos. Noches sin dormir,
noches en vela con el termómetro en la mano. Días de médicos, días de urgencias.
Y colegios, y deberes, y
tutorías. Y discusiones con los maestros. Y discusiones en casa. Los niños se
aburren porque el sistema es una mierda, pero han de aprobar.
Y mientras, tu tiempo se va
pasando cada vez más en solitario aunque tengas mucha gente a tu alrededor. Quieres vivir la maternidad de forma
distinta a como la vivió tu madre, no quieres repetir sus errores. Porque ahora las cosas han cambiado. Y tú
tienes más información que tu madre, y estás convencida de que lo vas a hacer
mejor que ella. Y, sin embargo, vas cometiendo otros errores aunque no tengas
conciencia de ellos.
Y tus hijos tienen hijos. Ahora pasas
a segunda fila. Tu palabra ya no tiene el valor que tenía. Parece que no sabes
nada, que tú no has tenido niños pequeños, que tus años de crianza han quedado
en el olvido. Porque ahora las cosas, de nuevo, son de otra forma ¿Aceptas o te resignas? ¡Qué
más da, cuánto más pronto lo asumas, mejor para todos!
Y los hijos de tus hijos van
creciendo. Y tus hijos se van alejando. Porque
sí, porque es ley de vida, porque ellos ya tienen la suya. Ellos ya tienen su
familia… y tú no formas parte de ella.
Y esa sensación de soledad que
comenzaste a notar a partir del momento en que fuiste madre, cada día está más
presente. Y buscas la manera de ocupar tu tiempo. Y te acuerdas de la madre que
parió a Jalil Gibrán porque, te has leído mil veces su poema “tus hijos no son tus hijos son los hijos de
la vida…” y llegas a la conclusión
de que esta persona, además de no ser
madre, nunca tuvo hijos…
Y el tiempo pasa. Y acudes a tus
hijos cuando te llaman porque ellos siempre están muy liados, los ves cuando te necesitan para algo: “recoge a los niños porque no llegamos a
tiempo al colegio” “Quédate con ellos el
sábado que salimos a cenar con unos amigos” “Los niños tienen vacaciones pero
nosotros no, así es que este verano necesitamos contar contigo” y les echas
una mano siempre que puedes. Y tienes muy claro que te has de atener a sus
normas “no comen dulces, no les des
leche, no comen carne, no ven la tele, no se les corrige para que no se
traumaticen…” Si lo haces así, todo
irá bien. Como hagas las cosas por tu cuenta, te lo recriminarán.
Porque tú ya no recuerdas que te
criaste junto a tus abuelos y que tu madre confiaba en ellos, en su
criterio, porque siempre hacían lo mejor
que sabían pensando en sus nietos…
Y cada día eres más mayor y la
soledad interna ya habita tu alma. Porque pasan los días y tus hijos no te
llaman si no es para pedir algo. Y no los llames porque siempre están ocupados
¡total, para lo que les vas a contar! ¡Mamá, cómo eres!
Y aprendes a vivir en tu soledad.
Tus años pasan, tu cuerpo envejece y comienza a llamar la atención. Achaques,
visitas al médico, análisis, chequeos… ¿todo está bien? Tal vez no, pero no importa ¿Quién te va a
preguntar por eso? Mejor te callas y así no das la paliza.
Y hoy tu hijo te ha dicho que se
va una semana de viaje por temas de trabajo (te lo dice para que no le llames, claro). Y hoy tu hija te ha gritado. Y tú
con buena cara, como que no pasa nada mientras lloras por dentro…
Y comienzas a comprender a tu
madre porque cada vez está más presente en tus días. Y ahora puedes comprender
su cara de tristeza cuando le hacías una visita fugaz porque estabas muy
ocupada con tus cosas. Y ahora entiendes que no te dijera que había ido al
médico, o te ocultaba que había caído un porrazo… para que no la riñeras.
Y por un momento te vas a aquella
niña que fuiste, a la adolescente que estando enamorada creyó ser la única
mujer en la tierra, a la joven que se unió a un hombre creyendo en esa
felicidad para toda la vida, a la madre con aquellos niños pequeños que te robaban
cada minuto de tu juventud, a la mujer adulta que necesitó recursos para
sobrevivir… hasta llegar a la anciana que hoy eres. Una anciana a la que solo
le queda compartir con mujeres de su edad toda una vida al servicio de sus
hijos, de sus nietos, de su familia… y todas, resignadas, te comentan lo mismo: que cuando somos hijxs, somos egoístas. Pero a ti te cuesta creerlo...
Y recuerdas ese momento de locura
que te dio siendo los chicos pequeños en los que juraste no volver a ser madre
en la otra vida… y por un instante, ese pensamiento acude de nuevo a tu cabeza. Suponiendo que haya un más allá ¿querrás ser
madre otra vez?
Y te quedas con hacerles esta
pregunta a tus amigas el próximo día que os juntéis en el parque a tomar el sol,
antes de que vayan a recogeros para volveros a la Residencia…
Recopilación de conversaciones
con otras mujeres, madres y abuelas que no se sienten escuchadas. Con este relato, he querido ser su voz. Y en parte, la mía…
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