He estado hablando con ella largo rato, hacía tiempo que no teníamos una conversación así. Y como en la última vez, hemos terminado abrazadas y con lágrimas en los ojos. Lágrimas felices.
Si Dios lo quiere, en junio cumplirá 90 años y, se me llena la boca y se me ensancha el corazón al decir que es una mujer sabia. Su vida no ha sido fácil, como la de la mayoría de las mujeres de su generación, sin embargo ha sido una gran matriarca. Trabajó duro y ha sacado a sus tres hijos adelante, con un marido que siempre estaba de viaje debido a su trabajo. Viuda desde hace 35 años, hoy tiene una buena calidad de vida gracias a su cabeza bien amueblada y su espíritu de supervivencia.
Aún así, en momentos débiles de esos que todos tenemos… confiesa sentirse sola. Y la comprendo porque esa sensación yo también la tengo algunas veces. Por eso, le permito que exprese esas emociones, esos sentimientos que a veces le estrangulan la garganta y la ahogan, porque según ella, no tiene a quien simplemente esté, la escuche y la abrace. Nada más necesita.
Y no es cierto que esté sola. Tiene a sus hijos, a sus nietos y todos van -vamos- a menudo para estar con ella y compartir algunos momentos. Pero la soledad a la que ella se refiere es mucho más profunda. Porque no siempre encontramos a personas con las que compartir nuestras intimidades, nuestras penas y nuestras alegrías. Porque no por el hecho de ser familia se escuchan y se entienden mejor estas emociones profundas que tantas veces se nos quedan ahí atascadas.
El otro día me comentaba el temor que tenía a no haber sido una buena madre, la duda que tenía de no haber sido una buena suegra. ¿Por qué los hijos no decimos a nuestras madres que las amamos? Por la parte que me toca le hice una serie de confesiones respecto a ella, pues por ley natural le queda poco tiempo y prefiero que las palabras sean dichas para ser escuchadas cuando aún queda vida.
Con el corazón en la mano le dije que para mi ha sido una maestra, pues es mucho lo que de ella he aprendido y lo que me sigue enseñando. Le dije que no podía hablar por sus hijos, pero por lo que yo he visto y vivido en estos 39 años a su lado, ha sido la mejor de las madres (siempre me ha tratado como a una hija) y de las abuelas.
Tuve que decírselo varias veces ya que me miraba sorprendida y decía no creerme. Insistí así, en que siempre había hecho lo mejor que había podido, lo que había sabido. Y que a mí, particularmente, siempre me ha tratado con mucho respeto, con mucho cariño… eso me había calado hondo y se lo agradecía en el alma.
Y le comenté, de nuevo desde el corazón, que sería mejor para ella no darle más vueltas a estas cosas, porque tenía que resguardarse durante el tiempo que le quedara de vida. Ni intentar solucionar las cosas que no le tocan, ni querer dejar a toda su familia “arreglada” como ella dice. Intenté transmitirle mi pensamiento de que, ahora, cada miembro de su familia es responsable de su vida, como ella lo fue de la suya.
Estuvimos hablando largo rato, de intimidades, de sentimientos profundos. Habló de su gran miedo: qué pasaría con su hijo cuando ella no estuviera, con ese hijo discapacitado que tiene… y volvió a llorar amargamente. Y hablamos del después, porque con ella no es difícil hablar de la muerte y creo que, hablar con tranquilidad del final que se intuye cercano, ayuda a quitar peso, a aligerar la carga. Le dije que debería resguardarse y vivir con serenidad los últimos momentos, lleguen cuando lleguen y no desgastar las energías que le quedan en darle vueltas a algo que ya sucedió. Y que todos saldremos adelante cuando ella no esté.
Pasamos largo rato abrazadas. De la mujer que era apenas queda una figura pequeñita, delgada y encorvada, pero sus abrazos siguen siendo enérgicos y amorosos. Me susurró al oído cuánto me quería y lo feliz que la había hecho esta tarde.
Dijimos cuatro tonterías para reírnos un rato -sigue siendo una anciana divertida- y luego me puse a prepararle la comida para ella y para su hijo. Cuando estuvo la mesa preparada, marido (que había permanecido en otra habitación durante todo el tiempo) y yo, nos marchamos.
Cuando llegué a casa, sentía el corazón henchido a pesar de las lágrimas y de la congoja que todavía estaba por ahí, contenida. Pero habían sido lágrimas de felicidad, las más sanadoras.
Este es mi pequeño homenaje a mi suegra. Se lo merece y no quiero hacerlo cuando ya no esté. Como dije antes, soy partidaria de hacer y de decir las cosas mientras queda aliento. Y aunque este escrito no va a llegar a sus manos, sé que mis palabras tienen su sentido.
Y que éste es otro motivo para dar gracias. A Dios, a la Vida, al Universo…
Y que éste es otro motivo para dar gracias. A Dios, a la Vida, al Universo…
Gracias, muchas gracias por el cariño que profesas a mi madre. Gracias por saber expresar lo que a muchos se nos queda en la garganta por timidez o por no haber aprendido a dejar aflorar determinados sentimientos.
ResponderEliminarMarido
Lo que aquí escribo es bien cierto, tú lo sabes.
EliminarEn cuanto a expresar sentimientos, también se puede aprender (si realmente se desea). Es cuestión de hacerlo, de decirlos tal y como se sienten.
¡Qué te voy a contar que no te haya dicho ya!
Te amo.
Bellísimas, entrañables y emotivas palabras que todos deberíamos de expresar a las personas queridas para luego no tener que arrepentirnos de no haberlo hecho. Concha, recibe un cariñoso abrazo. Ricardo Vivó
ResponderEliminarQuerido Ricardo, te digo lo mismo que a tu Amigo (el de aquí arriba: es tan fácil como HABLAR expresando lo que se siente. Y efectivamente, luego cuando los seres queridos ya no están viene aquello de "... si se lo hubiera dicho".
EliminarGracias por asomarte a esta ventana.
Abrazos amistosos.
muy emocionante y un buen toque de atención - suave, firme, decidido.
ResponderEliminarMe alegra que hayas encontrado una suegra así y que ella te tenga como "yerna" (palabra de mi sobrina).
besos a las dos.
"Suave, firme, decidido"... pues si te ha llegado algo de mis palabras, no sabes cuánto me alegro.
ResponderEliminarYa sabes que no creo en la suerte, quizás es la suegra que me merezco... ¡ja, ja!
Abrazos amorosos
Preciosa entrada, Concha y sobre todo preciosa experiencia.
ResponderEliminarUn abrazo.
Vaya suerte que tiene tu suegra de tener en ti a otra hija y no a una simple nuera. Vas por el mundo viendo que las suegras se quejan de que, cunado se casan, pierden a sus hijos (en vez de ganar una hija que es lo más lógico).
ResponderEliminarY te admiro por dedicarle palabras tan hermosas en tu blog, en tu corazón y por decírselas a ella en persona. Si la gente se dijera lo que se quiere, otro gallo nos cantaría (en vez de que nos cante Plácido Domingo, por ejemplo).
Me hace recordar el día en que mi suegra me dio las gracias por no haberlo robado a su hijo (como había pasado con algunas de las madres de su familia). Le dije que, al fin y al cabo, el hijo era suyo y yo solo lo tenía prestado. No veas lo que se llegó a reír a pesar de que su cultura y la mía eran tan distintas. El amor no tiene culturas, es y está cuando se le siente. Que alguien sea la madre de marido (como tú le llamas, y me encanta) no significa que haya que repartirse el cariño: cuando se quiere, hay para todos, sin excepción.
Brindemos por las suegras que saben ser madres de los que no son hijos paridos por ellas.
Toya
Brindemos por ellas, querida Toya. Porque, al fin y al cabo, son las madres de alguien a quien amamos.
EliminarGracias por tus sinceras y preciosas palabras.
Abrazos.
Me ha encantado lo que cuentas, Concha, y sobre todo el que se escuche a los ancianos... como tú dices, no necesitan mucho más (y qué difícil es de encontrar hoy en día) que una mano amiga, un oído que escucha y saberse queridos... Y te admiro por hacerlo y te agradezco el contarlo.
ResponderEliminarUn abrazo
Sabes, Sofía, simplemente consiste en tratar al prójimo como quiero que me traten a mí. No hay más secreto. Y si contándolo, a alguna persona se le mueve algo... ¡genial! ha valido la pena hacerlo.
EliminarGracias por tu compañía.
Abrazos.
Hola Concha, llevo media tarde navegando por tu blog. Me ha encantado este post y el de el acompañamiento de Ruth. Un beso enorme. Alicia
ResponderEliminarBienvenida a este espacio, Alicia. Y si te has dado una vuelta por aquí... genial, así me conocerás un poquito más.
EliminarGracias por tu paseo.
Un abrazo.
Dios mío Concha, que preciosidad, me has hecho llorar te felicito por la suerte que has tenido con ese ángel de mujer que te ha tocado por suegra, que mujer más sabia, y felicidades a ti por ser como eres.
ResponderEliminarTe gustaría conocerla, Magda. Rompe con lo que se entiende por "suegra"... o es lo que yo percibo.
EliminarGracias por tus palabras.