Ayer conocí a una mujer
encantadora. Estaba buscando doula para que la acompañara en su segundo
embarazo, parto y posparto. Al presentarse, me dijo que sabía muy bien quien era ella y qué es lo que quería en la vida, había llegado a conocerse a través de viajar mucho por el mundo y de un
profundo trabajo personal…
La conversación que mantuvimos me
ha dado pie a escribir esta entrada después de un tiempo apartada del mundanal
ruido a causa de un parón, digamos... forzoso.
En enero de este año falleció mi
madre. El hecho en sí, al margen de lo que supone la pérdida definitiva de un
ser querido, para mí no tiene mayor importancia. Nacemos para morir. Y así lo
tengo integrado, y así llevo mi duelo en el día a día.
Sin embargo, este suceso ha
llevado añadido una serie de circunstancias que sí me han supuesto un agotamiento
físico y emocional. Vaciar y vender una vivienda con más de sesenta años de enseres y
recuerdos, no es plato agradable de digerir.
Dicen, y así lo creo firmemente, que no es un hecho en sí lo que hace que sea
más o menos gravoso, sino la manera en que lo percibe, lo siente, lo vive cada
persona. Y esta ha sido mi circunstancia, por tanto, solamente hablo de mis
sentimientos, de mis emociones…
El piso donde vivieron mis padres
durante sesenta y cinco años, la casa familiar donde han sucedido tantas cosas,
donde hemos vivido circunstancias y emociones, donde nació mi hermana pequeña…
el hogar de una familia querida, bien avenida, con sus más y sus menos, como en todas las familias. Un hogar. Mi hogar, a pesar
de vivir en él, solamente, veintiún años.
A veces, las personas hablamos de los apegos como algo innecesario, como algo despectivo y mundano. En cambio, creo que el apego es muestra de cariño, de vínculo, hablando de un apego sano y consecuente.
Comenzar a vaciar armarios,
cajones, salir a la luz emociones, revivir sensaciones, aflorar tristezas,
sonreír con las alegrías de los recuerdos bonitos…
Deshacerme del mobiliario, de los
cuadros que con tanta ilusión pintó mi padre, de los discos de música clásica
que con tanta pasión escuchaba mi madre… y así, día tras día, objeto tras
objeto, hasta dejar un piso completamente vacío, yermo, muerto…
Y, por otro
lado, todas las gestiones, papeleos, pagos, pérdida de tiempo que supone
actualizar documentación, deshacerme de una propiedad y poner al día la nueva
titularidad. Gestiones inevitables, pero no por ello agradables ni fáciles de
llevar a cabo.
Leído así parece algo nimio. Sin
embargo y a pesar de estar agradecida a la vida porque todo se ha desarrollado
sin incidentes, han sido unos meses que han necesitado de toda mi energía, con
el coche de aquí para allá, con ganas o sin ellas, con una inmensa sensación de tristeza y de soledad… había que hacerlo, y punto.
Esto, por un lado. Por otro, mis
obligaciones familiares cotidianas y mi tendencia a estar implicada en
actividades en cierto modo, placenteras, me había llevado a involucrarme en
varias movidas, y así, apenas tenía un día libre para permitirme estar mirando
al cielo observando las musarañas… por tanto, todos los días “tenía” algo que hacer.
En un momento dado
comencé a sentirme muy cansada. Mi voz
interior me decía que parara, que empezara a decir que NO. Había olvidado
las circunstancias que, hace tiempo me llevaron a una situación de agotamiento
tal que me diagnosticaron fibromialgia, siendo, en realidad, un colapso
emocional y una confusión de roles en mi vida. ¡Parece mentira cómo somos
capaces de auto sabotearnos!
Hace unos días, comenzaron a
dolerme los ojos. Había estado un tiempo en Barcelona acompañando a mi hermana
Carmen en una intervención quirúrgica. Ella tenía conjuntivitis cuando volví a
casa.
Nunca me habían molestado los
ojos, pero el dolor ahora era muy intenso, además de la hinchazón que
me llegaba hasta media mejilla y, un constante escozor y lagrimeo que apenas me
permitía mantener los ojos abiertos. Acudí a un oftalmólogo de urgencia.
Conjuntivitis vírica fue su diagnóstico y me dio una medicación que, si bien me
resistí a ponérmela, finalmente lo hice al ver mis ojos empeorando, lejos de mejorar.
En esta circunstancia, acudimos
mis hermanas y yo a la firma de la venta del piso de nuestros padres… y justo
esa noche sentí en la nuca una molestia extraña que no supe identificar.
Al día siguiente, le pedí a
marido que mirara qué tenía y me dijo que parecía un grano… y acudí a mi doctor
de familia, un hombre poco intervencionista y que nunca se ha equivocado cuando
alguien de mi casa ha acudido a él. “Parece
un herpes, acude a un dermatólogo”. Y el especialista confirmó el
diagnóstico. Un herpes zóster en el cuello que al día siguiente se había
extendido por el hombro, parte del brazo y del escote.
De nuevo a urgencias
pues mi médico de familia no tenía consulta y, allí, el doctor me
visita y me receta un medicamento retroviral el cual me niego a tomar (no se lo
digo al médico, ni a nadie, no tengo ganas de comentarios...).
Paralelamente, yo ya estaba
tomando mis remedios naturales que no voy a explicar aquí para no dar pie a
discusiones inútiles. Confiaba plenamente en una lenta recuperación, incluso en la curación.
Y mientras, mis ojos seguían
doliendo, no había mejoría, sino que parecía haber tenido un retroceso, por lo cual decidí acudir al oftalmólogo que un día me operó de cataratas. Para mi
sorpresa, y disgusto, me dice que tengo las córneas dañadas y a su parecer, mis ojos están sufriendo un brote herpético. Al enseñarle las heridas de mi
cuerpo producidas por el herpes zóster, se reafirma en el diagnóstico: el
herpes también ha atacado mis ojos. Y me recomienda un retroviral… el mismo que
en principio me había negado a tomar. Sus palabras fueron tajantes: podía
perder la visión si no atajaba el ataque vírico que se estaba apoderando de mi…
Lo “curioso” es que tanto el
dermatólogo, como el médico de familia y el oftalmólogo, me dijeron que todo era consecuencia del estrés y de una
fuerte bajada de defensas y los tres me recomendaban, además del retroviral y por
encima de todo, mucha tranquilidad y descanso…
Así es que en contra de mis principios y con dolor de corazón, comencé a tomar el
medicamento. Por otro lado, empecé con un tratamiento de choque para subir
mis defensas: descanso, apenas salir de casa, del sofá a la cama. Desconexión
de las redes. Zumos naturales hechos en
la licuadora e ingeridos al momento con cúrcuma y jengibre frescos: apio, sandía, manzana, remolacha, limón,
espinacas, kiwi, zanahoria… algo de proteína y apenas hidratos de carbono.
Tranquilidad y buenos alimentos, nunca mejor dicho.
Y la mejoría, después de diecisiete días, ha comenzado a ser
sensible. Ayer por la tarde, mi estado de salud y de ánimo eran
considerablemente mejores. Todavía no puedo echar las campanas al vuelo, sé que
aún me queda para estar totalmente restablecida… pero sé que estoy en el
camino.
Durante todo este tiempo de convalecencia, ha vuelto la mirada hacia adentro y aunque estoy segura de que lo sucedido ha tenido su razón de ser… he sentido la necesidad de revisar mi vida, mis actuaciones.
Así, he tomado algunas decisiones
necesarias para mi salud. Este curso que viene he renunciado a varias de las
actividades que ocupaban mi tiempo, y no porque me desagraden, sino por
imperativo saludable.
Mi
propósito es dedicarme a los acompañamientos que vayan surgiendo y a la
asistencia periódica del Circulo de Maternidad que tanto me nutre. El resto del
tiempo no sé qué haré, para qué voy a engañarme…
Por último, ha sido algo curioso la
cantidad de personas que al enterarse de mi problema en los ojos me han dicho,
con ánimo de ayudar -y no dudo de su
buena voluntad-, “que es lo que no has
querido ver” … y nada más lejos de la realidad.
Porque, la
pregunta debería de ser formulada de modo contrario: “qué has
visto que tanto dolor te ha producido”. Porque, como decía la mamá que
conocí ayer, yo también sé quién soy, aunque, a veces, olvide las consecuencias
de entregarme… demasiado a fondo.
Si así lo sientes...esa será tu verdad.
ResponderEliminarAhondar va mucho mas allá de no querer ver o ver con dolor.
Cada uno vive su proceso personal e intransferible que le hace crecer y tomar conciencia de?
Te abrazo de 💙 a 💙.
Gracias hermana.
Evidentemente es mi verdad, recuerda que hay tantas verdades como personas., y que cada uno tiene un concepto, una necesidad de ahondar o no hacerlo, es el uso de SU libertad. personal, porque cada uno crece o no, y nadie somos para decirles a otros qué han de hacer o qué conciencia tomar.. Es su vida y la gestiona como sabe, como puede, o simplemente, como quiere.
EliminarAsí es que, ahí ando yo, gestionando la mía...
Gracias por ESTAR., hermana.
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