Nunca entenderé como hay quien arremete
despiadadamente contra personas que han dejado sus países de origen, por la circunstancia que sea, y abandonando
familia y apegos han comenzado –o lo han intentado- una nueva vida en otras ciudades alejados de
sus raíces, con todas las dificultades que ello comporta.
Al hilo de la última entrada que ha escrito mi amiga Carmen en su
blog, "Gentuza", han venido a mi mente algunas experiencias con personas de otros países.
De todas ellas conservo un poco, pues de todas ellas he aprendido algo.
Permanece en mi recuerdo las historias de unas
chicas que estaban ingresadas en el hospital de maternidad cuando mi hija,
embarazada de su primer hijo, tuvo unos episodios de cólico renal y hubo de ser hospitalizada.
Compartía habitación con una joven gitana y por las tardes, se juntaban en la estancia
con una rumana y con una africana de Nigeria.
Una de esas tardes, la rumana que había ingresado
porque había comenzado a marcar sin estar su embarazo a término -y había
llegado al hospital caminando desde un
barrio alejado de la ciudad por no tener dinero ni para coger un autobús- me enseñó la fotografía de un chiquillo de
amplia sonrisa pero con una mirada muy triste. Era su hijo de cinco años quien
permanecía en Rumanía con su madre. El niño había tenido un accidente de
tráfico y necesitaba ser operado para ella podérselo traer a España. Recuerdo
las lágrimas rodándole por las mejillas,
por el dolor que le provocaba la ausencia de su hijo y por la necesidad que
tenía de tener a su madre con ella.
Esta joven insistía en una pregunta: si le iban a pagar
por la niña que iba a parir (entonces estaba en vigor el cheque-bebé) pues
contaba con ese dinero para la operación del chiquillo. Me contó que su marido estaba en la recolección
de la naranja y no le habían pagado los últimos trabajos (me dio a entender que
lo habían timado) Recuerdo que me dijo cómo echaba de menos a su madre al verme
atender a mi hija... Me rompió el corazón, sinceramente.
Le compré un monito de abrigo para la niña que iba
a nacer ese invierno, le metí dinero en un sobre y al día siguiente, cuando la
vi… se lo entregué y salvo mi hija,
nadie más lo supo. Me abrazó llorando diciendo que ninguna española la había
tratado así…
Ana, la gitana, estaba embarazada de su segundo
hijo e ingresada porque apenas había cogido peso. Casualmente vivía en el mismo
pueblo que mi hija. Era una chica muy alegre, explosiva y muy comunicativa. Su madre,
la señora Ana nos dijo que cualquier cosa que necesitáramos en Paterna, la localizáramos. Ana y mi hija se encontraron varias veces por
la calle con sus bebés. Encantadora familia de gitanos.
La otra mujer embarazada era de Nigeria, estaba
allí por tener contracciones de parto y solo la vi una tarde. Nos contó que no
quería volver a su país porque había mucha hambre y pocas posibilidades para sus
hijos. Nos dijo cuan diferente era la vida aquí… de cómo los hombres en su país
no valoran a las mujeres, de cómo son infieles esposos por sistema… de hecho,
ella había tenido con su marido una discusión al “estilo europeo” porque dijo
que no le iba a permitir que le fuera infiel.
Le había descubierto algún que otro enredo y esa era otra de las razones
por las que no quería regresar. Curiosamente y fue la primera vez que lo
escuché, comentó que en su país las mujeres con cierta posición social NO
amamantan, pues era signo de que se tenía poder adquisitivo para comprar biberones y leche de bote. Ella no sabía qué iba a hacer…
En otra ocasión una de mis hermanas y yo impartimos
un curso de cocina y alimentación mediterránea para mujeres inmigrantes,
organizado por la Asociación de Mujeres Progresistas.
Al curso acudieron 10 mujeres de distintas
nacionalidades: uruguayas, ecuatorianas, bolivianas, peruanas, una chilena y
una africana. Todas ellas estaban “sirviendo" en casas y querían
aprender a guisar para poder “cotizarse” mejor.
Recuerdo a una de las ecuatorianas, aunque no su
nombre. Era una señora en torno a 50 años.
Llevaba varios en España y con el trabajo de su marido como albañil en la
construcción y el suyo en varias casas, habían ahorrado un dinero y se habían comprado un pisito. La mujer tenía el corazón partío: dos de sus hijos estaban con
ella pero otros dos, adolescentes, estaban en su país y no querían venir aquí a
vivir. Esto, le estaba causando una enfermedad: la tristeza. Se había planteado dejar de pagar su hipoteca
y que el banco se quedara con el piso… y aunque se fuera sin nada, tal y como
había venido hacía años, lo prefería para estar con todos sus hijos. ¡Cómo
lloraba cuando lo contaba!
Otra de las chicas, más joven, era boliviana. En su
país habían tenido un negocio, un colmado -me dijo- pero lo habían vendido para
venirse aquí pensando en tener hijos y darles unos estudios. Tenía un niño y
una niña, de preciosos ojos negros, muy espabilados y encantados con su
colegio. No pensaba volver más que en
vacaciones, cuando pudiera, para ver a la familia que le quedaba… a pesar de la
añoranza.
Había una mujer chilena que estaba aquí con un
hijo adolescente. Separada y operada de un cáncer, trabajar en casas ajenas
para ella no era fácil… pero era la única opción. En su país había sido modista.
Especialmente recuerdo a Mariko (es el único
nombre que recuerdo de las diez). Ella
era preciosa, como una diosa de ébano. Era africana, pero aunque no recuerdo su
país si se me quedó grabado que era maestra estando allí. Su marido también
tenía cierto nivel de estudios. Y aquí
estaba trabajando en una casa aunque pronto lo dejaría pues estaba embarazada…
En su país estaban sus padres y sus hermanas, a los que añoraba muchísimo.
El último día del curso, hicimos una merienda-cena
con cada uno de los platos propios de sus países y que ellas prepararon con
mucho mimo y esmero.
Deliciosas comidas y postres, algunas humildes y
otros más elaborados. Especialmente delicioso el plato de carne y huevos que
preparó Mariko… a quien me encontré pasado un tiempo con su bebé. Nos
alegramos las dos al vernos y nos dimos un efusivo abrazo.
Aunque solo mencione a estas cuatro mujeres, todas
tenían una historia detrás y no precisamente alegre. La sensación de
desarraigo, de soledad y de estar en un país extraño, a pesar del idioma, era
lo que prevalecía en todas ellas.
Finalmente quiero hablar de M., a quien tengo
un especial cariño. Esta chica llegó de
Paraguay, su país natal, con 19 años y con su novio, de pocos más. Se puso a hacer
lo que mejor sabía: limpiar casas. Y en
la primera que estuvo, en Madrid, después de un mes de ocho horas de trabajo
diario… la despidieron sin pagarle y sin poder reclamar, pues no tenía papeles.Tras alguna experiencia negativa más decidieron
venirse a Valencia.
Yo la conocí cuando
llevaba aquí cuatro años. Por aquel entonces yo tenía problemas en la
espalda y busqué a una chica para que me echara una mano en los trabajos de casa.
Hablé con ella y me gustó: sencilla, callada y trabajaba bien.
A los dos meses me pidió que le diera de alta pues
lo necesitaba para el permiso de residencia. Hasta entonces nadie había querido
hacerlo y sin él, no podía ir a visitar a sus padres pues ya no la dejarían
entrar de nuevo en España.
Me puse en contacto con una abogada a través de
una Ong que trabaja con inmigrantes, me informé de lo que supondría… y en dos
meses, M. estaba cotizando a la seguridad social. La abogada dijo que era el único caso en toda
su experiencia profesional (el único caso de que una española se fiara de una extranjera
a los dos meses de conocerla).
Justo al año, M. se fue de viaje para ver a sus
padres y a sus hermanas a quienes no veía desde hacía 5 años. Lloraba (lloramos las dos) de emoción cuando
me enseño el billete…
Yo sabía que ella quería volverse a su país a
vivir, de hecho tanto su novio, que
trabajaba en la construcción, como ella, enviaban dinero a un hermano que les
estaba construyendo una casa. Era cuestión de
poco tiempo…
Mientras tanto, ella me contaba sus cosas, algunas muy duras… En una ocasión estaba muy callada, le veía triste y me preguntó si
me podía contar algo muy fuerte. Su
sobrina era abusada por su padrastro con el conocimiento de la madre, quien
hacía ojos ciegos para que él no se marchara. Pero ella -que era menor de edad- no quería denunciarlo y
marcharse de casa por no dejar a su hermanita sola y que él se ensañara con
ella. ¡Por Dios, eso no se puede consentir,
M.! (Buscamos una asociación de
mujeres en su país con la que puso en contacto a una tía suya quien tomó las
riendas del asunto y quien, afortunadamente, pudo solucionar el asunto positivamente).
En otra ocasión, andaba silenciosa y dejó de venir. Me llamó diciendo que no se encontraba bien. Cuando volvió, me enseñó una carta del
Hospital y me dijo que, por favor le
aclarara lo que quería decir… le habían hecho un legrado porque llevaba un feto
sin latido. Nadie le había explicado, nadie la había acompañado… y había
llorado tanto que se había quedado sin lágrimas. La acompañé en su duelo y sin
quitarle la importancia y el respeto que
merecía, le expliqué a qué se refería el informe y le dije que habría
más hijos…
Al poco tiempo se quedó embarazada de nuevo, me lo
dijo enseguida y me dijo que se iría a parir a su país para no volver…
M. y su novio se marcharon estando ella
embarazada de seis meses. Llevaban todo
lo necesario para montar un hogar, en dos contenedores que enviaron por vía
marítima. Los ahorros de sus años de trabajo viajaban convertidos en bienes
materiales para comenzar su vida soñada, para formar una familia arreglo a lo
que querían.
Pero aún no había recibido su último bandazo. Las mafias
de su país le confiscaron los contenedores por los que tuvieron que pagar casi
seis mil euros (equivalente) que ellos no tenían.
Vivieron en casa de una de sus hermanas y entre
toda la familia y amigos, reunieron una cantidad para recuperar uno de los
contenedores… y el otro lo recuperaron al poco tiempo cuando pudieron liquidar “la mordida”.
A través de una amiga suya, me enteré que había
parido a su hija y la llamé por teléfono… todavía estaba en el hospital y le
terminaban de dar el alta. Todo había
ido bien y se iba a su casa. No pude –no
quise- evitar las lágrimas sobre todo cuando escuché a un bebé que comenzaba a
llorar ¿Qué le pasa a la niña, M? Y me
dijo ¡Que quiere teta! Y comenzó a reírse…
¡seguro que recordaba la de veces que habíamos hablado del tema…!
Posiblemente parezca la abuela “batallitas” pero
estas historias, reales como la vida misma, me reafirman en el convencimiento
de que TODOS los humanos somos iguales. De que TODOS sentimos alegría,
tristeza, amor… de que TODOS queremos lo mejor para nosotros y para nuestros
hijos. De que no existe el color, pues es simplemente el envase con el que
hemos venido a este mundo en el que vivimos.
Me gustaría tanto que se dejara de hablar de las
personas inmigrantes como causantes y portadores de males y problemas... No dudo
de que haya personas conflictivas, pero ni más ni menos que como en todos los
rincones del planeta.
¿Pero es que acaso por haber nacido donde he
nacido, por tener la piel más blanca o los ojos más redondo soy mejor persona? NO, para nada. El ser humano lo es de piel
hacia adentro, desde el núcleo de su cuerpo, desde su corazón. Lo demás no tiene importancia, pues es lo que
vamos a dejar aquí cuando nos vayamos.
Como decía en mi blog y como pienso leyéndote y recordando mis propias historias, lo único que se puede dar por sentado al pensar en un inmigrante es que su vida no ha sido fácil. Nadie deja su hogar, su tierra, su idioma, por gusto.
ResponderEliminarHabra entre ellos gente mejor o peor, honrada o no (como entre nosotros), pero ese es un hecho irrefutable.
Y es terrible que pensemos que sus hijos puedan ser una amenaza para los nuestros. Sobre todo ahora que como sigan así las cosas muchos tendremos que convertirnos en inmigrantes también.
Gracias por compartir tu experiencia.
Pues fíjate, Carmen, me termino de enterar que una deportista griega ha sido eliminada de los JJOO por comentarios racistas en twitter. Si una supuesta deportista de élite se permite hablar de esta forma... Sin duda es un trabajo de consciencia a nivel personal.
EliminarY si, ya tenemos a muchos de nuestros hijos en otros paises buscándose la vida ¿es que no se piensa lo que pueden estar pasando?
Uf, este tema me enerva y me entristece, menos mal que podemos compartirlo.
Gracias a ti por ayudarme a mantener mi mente despierta.
Abrazos.
Esta emigrante de piel blanca (y me fui de España también, aunque nadie lo crea - no digo en este blog, sino en general - por necesidad y porque estaba hasta el c**** de no encontrar trabajo, no ver salida, no ver futuro - antes de la crisis, jaté - igual que tus mujeres, Amama) lo ha tenido más fácil, realmente. No he encontrado mucho cambio cultural, lo cual hace las cosas más fáciles, y sí, he tenido muchos más accesorios que digo yo (Ventajas de estudios, idiomas etc).
ResponderEliminarY me he visto en la misma situación que algunas de estas mujeres, exactamente la misma. Con más medios materiales, sí, pero la misma pena, la misma soledad, añoranza, miedo. Igual
Y como le quería haber contado a Carmen, pero no pude en ese momento, no hay nada como un poquitito de los guantazos de la experiencia para que se te vaya la tontería que tienes encima. Soy tan emigrante como cualquier nigeriana, boliviana, australiana, o esquimal. Igual. Y me toca mucho las narices cuando oigo que los problemas económicos y sociales los damos nosotros (siempre se apresuran a decirme " pero tu no, tu eres de Europa, blablablabla) . Me dan ganas de vomitar. Soy igual que ellas, en lo bueno y en lo malo. Mis "accesorios" me pueden hacer más llevadera la situación. Pero no soy menos emigrante. Y lo que me queda...
Yo (creo que ya te lo he dicho en alguna ocasión) siempre te he admirado por eso. Un abrazo fuerte.
EliminarEste comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
EliminarGracias por tu aportación, Esther. Al fin y al cabo, también estás fuera de tu país. En bastante mejores condiciones, pero lejos.
ResponderEliminarsí, bastantes, no lo niego, pero sí te aseguro que también se sufre racismo - sutil, en pequeñitos detalles .. - pero se sufre. Soledad en los malos momentos (hospitalizaciones, enfermedades etc) que aunque tu familia esté a dos horas de avión, como que ni a nosotros ni a nuestras familias les nacen los billetes de una maceta. Que no, que no somos potentados. Tener proyectos para ir a tu propio país y familia que se trunquen.Ir al paro. etc Y no, no lo digo en plan llorica de "jolín yo también soy igual". Porque lo soy. Aunque me pueda sonar los mocos de la plorera con billetes de 5 euros si quieres. Por eso a estas mujeres que nombras, las tomo casi como mías - y he conocido a un puñado, no creas- como mis "compañeras". Yo soy emigrante en UE y por leyes puedo moverme mejor, ni visados ni porras. No me pueden denegar la entrada para mejorar (a diferencia de ellas). Y en nada me voy a reir, cuando ya ni eso. Créeme que si alguien las comprende bien, soy yo. Sin orgullo. Es lo que hay.
ResponderEliminarConcha, ya que habláis de emigrantes yo también quiero contaros una experiencia que tuve en el cajero de La Caixa de Tres Forques, esquina Virgen de la Cabeza.
ResponderEliminarPor circunstancias tenía que hacer un pago y saqué una cantidad superior a lo que usualmente suelo hacer, creo recordar que serían unos 300€. Pero como soy tan despistado me fui sin retirar el dinero. En la puerta me crucé con unos emigrantes que parecía acaban de llegar de la patera. Al salir a la calle me di cuenta que no llevaba el dinero y volví, pero ya no estaba. Me dirigí al emigrante y le pregunté si había visto el dinero, se me quedó mirando con una sonrisa y me dijo en un medio castellano:"No se puede ser tan diistraido" y me lo devolvió íntegro. Evidentemente le di una cantidad. Yo siempre me pregunto ¿Y si hubiese dicho que no sabía nada?
Gracias por compartir esta bonita experiencia Alberto. Nunca se puede juzgar a nadie y mucho menos por su apariencia.
EliminarY desde luego, personas honradas las hay en todas partes, sean inmigrantes o no.
Tuviste mucha ¿suerte? Yo no creo en ella. Te topaste con buena gente.
Un abrazo.
Lo que habeis contado Concha y Esther refleja totalmente mi forma de pensar y sentir este tema. Para mi el mundo es global, no hay mi pais tu pais. Pero en situaciones de necesidad el ser humano tiende a defender lo suyo y hay que entender todas las posturas. Yo emigre por trabajo a Alicante, y aunque no es lo mismo que Esther, mi familia tambien esta a 200 euros de avion u ocho horas de coche. Y si me quedara sin trabajo, volvería a emigrar. Sin embargo, conociendo situaciones como las que cuenta Concha, tambien conozco emigrantes que adolecen de gratitud hacia el pais que les acoge y que no vienen con la la mentalidad de esfuerzo y trabajo al máximo que trae la mayoria . Por ese motivo muchos otros inmigrantes son rechazados.
ResponderEliminarSe me ha borrado un pedazo comentario que no me siento capaz de repetir con el movil. Lo siento. Concha y Esther, no puedo estar mas de acuerdo con lo que decís. Yo tambien soy emigrante a Alicante a 800 km de mi familia, y volvería a emigrar si no tuviera trabajo.
ResponderEliminarSin embargo hay emigrantes que no son como decís, sino ingratos con el pais que les acoge. Fastidian la opinion respecto a la totalidad. Yo creo en un mundo global, sin mi pais-tu pais. Sin embargo, entiendo tambien que cuando la gente lo pasa mal culpabilice al que vino de fuera.
Gracias por tus comentarios, Iranzu. Y es posible, que tengas razón, pero supongo que irá en la forma de ser de cada persona y no con el hecho de ser inmigrante.
EliminarY yo también creo en un mundo global, es más, creo que una persona pertenece al lugar que le da de comer, aunque el corazón permanezca en sus raíces.
Un abrazo.