Después
de casi dos días de acompañamiento y habiendo descansado satisfactoriamente, la
primera noticia que encuentro en facebook desgrana en mi una sonrisa a medias… “Las
Doulas, los ángeles de la maternidad aterrizan en Navarra”.
Sonrisa
a medias porque me alegra ver que las Doulas nos movemos en lo que creemos
importante, que nos unimos y que nos empoderamos. Que ofrecemos lo mejor de
nosotras. A medias porque sé y vivo las limitaciones que tenemos para
desarrollar nuestro trabajo.
Anoche,
haciendo un repaso de estas horas vividas aportando información, apoyo,
compañía, contención… con la culminación del parto que la madre había preparado
y deseado, con el feliz nacimiento de una preciosa niña en un entorno
hospitalario, he sentido estas limitaciones a pesar de la buena disposición del
personal sanitario. Porque el problema no está en ellas, sino en los protocolos
rígidos y poco comprensivos desde la administración, ya sea
pública o privada.
Anoche,
también, a pesar del cansancio físico,
pude darme cuenta y comprender –de nuevo- por qué continúan habiendo
tantos partos intervenidos. Pude ver que si una mujer, desde los pródromos
hasta el alumbramiento de la placenta no tiene satisfechas sus necesidades
mínimas de apoyo e información, desde la soledad que llega a sentir, se viene
abajo y se abandona.
Porque,
una cosa es que “en frío” y con el bebé todavía en el vientre tengamos la
información y estemos casi seguras de lo que vamos a hacer, y otra cosa es que
ante unas contracciones que no dan tregua y con el cerebro en paro, podamos
dejarnos llevar y que el cuerpo actúe. No, no siempre es fácil. Ni todas las
mujeres llegan a conseguirlo.
Lo
lamentable de todo esto es que en este país nuestro, de caos y confusión, de
unos que viven a costa de otros, de poca inversión en lo que realmente es necesario
y útil, vuelven a pagar los platos rotos las personas más vulnerables.
Y una mujer de parto, lo es.
En
un país de utopía, la sanidad pública permitiría que toda mujer tuviera su
Doula, que pudiera estar con ella también en el caso de un parto instrumentalizado,
incluso cuando sea necesaria una cesárea. Pero ni eso. Porque “las normas” indican que sólo habrá una
persona junto a la mujer de parto y, en la mayoría de los casos, para el
momento final está el padre.
Y sé que estas normas pueden tener su razón desde el punto de vista operacional, pero otra cosa es que yo las acepte de buen grado.
No sé cómo vivirán esta situación el resto de compañeras Doulas, ni sé si es algo que llega a ocupar su atención, pero siento que es algo que se debería de plantear desde la buena voluntad de todas las partes implicadas con el fin de que cuando el momento final se acerque, no tengamos que salir corriendo para hacer un relevo en el pasillo y podamos permanecer junto a esa mujer con la que hemos estado en silencio, pero también riendo, llorando, hablando... todas las horas que hayan sido necesarias.
Así es que aún estando alegre y feliz por realizar el trabajo que es mi vocación, siento ese regustillo amargo por NO poder estar en el momento más dulce: justo en el del nacimiento. Siento que me quedo sin la guinda del pastel…
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