Este es uno de los mejores regalos que le pueden
hacer a una Doula. Laura ha descrito el
nacimiento de su hija Irene desde la emoción que está viviendo en pleno
puerperio. Y me lo han enviado como regalo de Reyes para que
lo publique en mi blog y que su experiencia pueda servir a otras mujeres.
Gracias, Laura, me repito una vez más: eres una
mujer sabia a pesar de tu juventud. Que la Vida te bendiga, a ti y a toda tu
descendencia.
"Hay que ver qué
razón tenía Concha al comentarme los efectos amnésicos de la oxitocina, hace
tan sólo dos meses que nació mi hija y parece que haya sido hace muchísimo más
tiempo, increíble. Ah, perdón, ¿que
quién es Concha? Es mi DOULA.
Quiero compartir
mi experiencia de embarazo, parto y puerperio junto a una Doula, pues para mí
ha sido una experiencia maravillosa.
Conocí a Concha
aproximadamente un año antes de concebir a mi niña. Asistí a una charla sobre
Doulas en el centro de salud de un pueblo vecino. Mi marido y yo ya habíamos
decidido ser padres dos años atrás, y yo
comencé mi preparación con ilusión.
Al acabar la
charla recuerdo que pensé: me encanta cómo habla, qué dulce, qué segura…Yo
quiero parir junto a ella. Esperé paciente a que terminara de hablar con algunas
de las asistentes y me acerqué a ella, me presenté y le comenté que quería
quedarme embarazada y que había empezado a trabajar temas como la madre, la
menstruación, auto concepto, miedos, etc. Hubo una gran conexión entre
nosotras, lo sentí.
Nos
intercambiamos los correos electrónicos y nos escribimos en alguna ocasión.
Seguimos con nuestras vidas.
Por fin,
nuestros sueños se hicieron realidad: ESTABA EMBARAZADA. En marzo de 2012,
cuando estaba justamente de 8 semanas y 2 días, me puse en contacto con Concha.
Nuestra fecha probable de parto era el día 19 de octubre, Santa Laura.
Mi marido y yo
habíamos comentado la posibilidad de llamarla y cuando nos concretó sus
servicios, definitivamente lo tuvimos claro. Iba a acompañarnos en todo el
proceso, pues sobre todo quería que estuviera presente en el parto. Acordamos
que al aparecer las primeras contracciones la llamaría, ella acudiría a mi pueblo
pues queríamos alargar al máximo la dilatación en casa para evitar un ingreso
prematuro en el hospital ya que podría suponer una intervención innecesaria,
habíamos decidido que sería ella la que estuviera conmigo durante todo el parto
y que en el momento de dar a luz, le haría el relevo mi marido, pues sabía que
en la mayoría de hospitales, solo dejan entrar a una persona.
Nos empezamos a
ver después de Semana Santa, al principio una vez al mes, luego más a menudo. Al
principio nos veíamos en su ciudad pero conforme el embarazo avanzaba, era ella
quien se desplazaba a nuestra casa. Todo un detalle. Me encantaba recibirla en
mi casa con una buena taza de té. Una gozada.
El contacto
electrónico era semanal, pues yo por mi cuenta buscaba mucha información y
entonces necesitaba que ella me aclarara las dudas o me facilitara bibliografía
o cualquier otro material. Concha siempre estaba dispuesta y con una gran
sonrisa en la cara, al notar mi interés,
me decía: "Laura, te bebes la información…”
Es lo que tengo, soy una curiosa empedernida.
Las semanas
fueron pasando e íbamos viviendo mi embarazo con mucha alegría. Los primeros
tres meses fueron más duros por los vómitos y el malestar, pero en general, fue
un embarazo buenísimo, me sentía satisfecha, plena, sana, bella… Cada vez me
sentía más segura, cómo dice Concha, más empoderada. Totalmente, me sentía una
Diosa, lo podía todo.
Tardamos en
saber que íbamos a tener una niña, se llamaría Irene. ¡Qué ilusión.!
Hacia el final,
y cómo creo es normal, aparecieron mis miedos al parto. Sinceramente no sentía
temor alguno al dolor. No sé si practicar un arte marcial habrá influido en
esto o no, pero me salió la guerrera que llevo dentro. Mi mayor miedo era
sentirme desbordada, sin control en el momento del parto, tenía miedo de tener
que pelear durante ese maravilloso momento con el personal del Hospital, temía
el maltrato hospitalario, temía no darle la mejor forma de nacer a mi hija,
temía sentirme sola, era algo que me pesaba, aunque reconozco que mentalmente
estaba predispuesta a lo mejor, mis pensamientos fueron positivos la mayor
parte del tiempo.
Para
contrarrestar este miedo, Concha me recomendó redactar mi Plan de Parto y
presentarlo en el Hospital que me correspondía parir. Así lo hicimos. Mi
sorpresa fue al presentarlo en el hospital público que me tocaba por zona, no lo conocían en el SAIP (Servicio de Atención e Información al Paciente), me
llegaron a preguntar si era algo que me había inventado yo, que nunca habían
visto nada parecido. Al final, volví otro día y
conseguí entregárselo al jefe de servicio de ginecología y obstetricia.
Lo primero que me dijo fue: ¿Quién te manda, tu matrona? Cómo si yo no pudiese
tener iniciativa. El siguiente comentario fue que el Plan de Partos era algo
obsoleto e innecesario, pero que lo leería (¡guau, qué consideración¡ cómo si
no fuera su obligación… !) y me daría una contestación. Pero, él también jugó sus cartas y me dio un ejemplar de su protocolo, el cual tendría que firmar
si al final decidía parir allí. Me quedé un poco descolocada.
Llegados a este punto, quiero aclarar que me extiendo en
este hecho porque realmente fue decisivo en cómo se fueron sucediendo después
las cosas.
A los pocos
días me telefonearon del hospital para que fuera a recoger la contestación del Jefe de Obstetricia. Me fui ilusionada, todavía tenía esperanza. Pero cuando
recogí la contestación en admisión me quedé decepcionada. Lo que me venía a
decir era que lo que pedía era imposible, que ellos tienen un protocolo
establecido y que si no era de mi agrado que me buscara otra maternidad. Y que
si no tenía inconveniente debía firmar el ejemplar del protocolo de partos
propio de ese hospital, dando mi consentimiento para poder hacer lo que ellos
quisieran. Reconozco que me asusté. Quedaban pocas semanas para salir de
cuentas, debía confirmar ya el lugar dónde iba a parir. También me sentí
estúpida, infantil y caprichosa. Más todavía cuando la jefa del SAIP, quien me
atendió dijo que mi Plan de Parto pretendía desautorizar a los médicos, los
cuales eran los profesionales y los que en última instancia los que deben
decidir cuándo hacer una episiotomía, administrar pomada antibiótica en los
ojos del recién nacido, qué no se podían arriesgar. Y, ella también, me invitó
a buscar otro hospital, no sin advertirme que iba a estar complicado que
aceptaran mi Plan de Parto. Me quedé hundida, desvalorizada, sin criterio y
firmé su protocolo. Qué remedio me quedaba.
Me marché a
casa. Recuerdo que llovía. Ahora pienso que lo que yo no lloré por la situación
lo hacía el Universo. Era una señal. Una vez más, la Institución había sido
implacable con la futura madre. Lamentable.
Le comenté lo
sucedido a Concha, ella se indignó y me nombró otros hospitales alternativos,
pero yo ya había decidido (junto a mi marido), tenía miedo y quería parir en el
hospital más cercano. Me habían convencido: parir era algo peligroso que no
dependía de mí.
Concha, aunque ahora lo pienso, triste, nunca me intentó convencer. Nuestros encuentros siguieron
cómo siempre. Ella objetivamente me facilitaba toda la información que le
pedía.
Pero, algo en
lo más profundo de mi ser, me dolía. Asomaba en forma de pesadillas, lo sacaba
en forma de vómitos…
Una tarde
estando sola me derrumbé y lo vi muy claro, NO QUERÍA PARIR EN ESE HOSPITAL,
pero realmente ¿tenía alternativa? La persona que me vino a la mente fue ella,
mi Doula Concha, y la llamé. Le pedí información sobre los hospitales
(públicos) más cercanos con protocolo de parto respetado. Esto fue jueves y el
sábado tenía a Concha en casa con la información que le pedí, incluso me
facilitó el tiempo que tardaríamos en llegar en coche a cada hospital. Un
encanto de mujer.
Con la
información en la mano, mi marido y yo decidimos hacer el cambio de hospital esa
misma semana, era la 38 de embarazo. Cambié un hospital a veinte
minutos de mi casa por otro a más de una hora. ¡Qué locura más sensata!
Llamé para
pedir una cita previa, le comenté a la administrativa mi caso y me dio cita
para esa misma mañana. Allá que nos fuimos mi marido, mi barriga con mi bebé y
yo.
Al llegar al
hospital ya notamos las buenas vibraciones, un hospital nuevo, moderno, bonito,
limpio y lo más importante, un personal atento y humano. En información nos
atendió la misma chica con la que había hablado esa misma mañana por teléfono.
Con amabilidad nos preparó el cambio de hospital. Me indicó como solicitar la
siguiente cita para una ecografía de rigor,
para monitores y para el taller con la matrona dónde expondría nuestro
Plan de Parto. Esta trabajadora, hablaba del Plan de Partos con naturalidad y
respeto. A partir de ese momento, estaba segura,
mi embarazo y por tanto mi parto serían respetados. Salí de allí tan
contenta que en medio del hall me abracé a mi marido y me puse a llorar de
alegría.
Todo quedó
solucionado en la semana treinta y nueve. Por fin, me relajé y recuerdo que
pensé: Irene ahora puedes venir cuando quieras. Mientras me fueron
monitorizando semanalmente en mi nuevo hospital. Recuerdo con ternura la frase
de la sala de espera de paritorios mientras esperaba entrar a los monitores
junto a mi madre, venía a decir algo así: aquí,
TÚ Y TU BEBÉ SOIS LOS AUTÉNTICOS PROTAGONISTAS DEL PARTO. ¿Alguien puede
negar esto? Qué diferencia siendo dos hospitales públicos ¿no?
Durante el
taller con la matrona, ésta leyó atentamente y delante de mí y de mi madre,
punto por punto de mi “controvertido” plan de parto. Tan sólo pedía un parto
natural lo menos intervenido posible, pedía ser sujeto activo en el mismo y
pedía encarecidamente el máximo respeto hacia mi hija cuya responsabilidad caía
y cae directamente sobre mí y su padre, no en manos del o de la ginecólogo/a de
turno. Aceptó la matrona todos mis deseos para el gran día y terminó la
conversación diciendo: aquí se trabaja de este modo y me entregó su protocolo
de parto respetado, el cual venía a parafrasear casi literal mi Plan de Parto. ¡Qué
alivio!
Mientras,
mantenía informada a Concha y seguía mi acompañamiento con el mismo cariño y
dedicación que al principio.
Cumplí la
semana 40 e Irene no nacía. Yo estaba muy tranquila, sabía que esto ya no
dependía de mí. Siguiendo las recomendaciones de MI Doula, me conectaba amorosamente
con mi bebé, le decía que la queríamos, que la estábamos esperando y así, la
animaba a nacer. Pero llegó el
otoño, el viento frío y se ve que Irene
estaba muy a gustito en mi barriga, pues no se animaba a nacer. Yo seguía con
las visualizaciones, relajaciones, homeopatía, flores de Bach, sentadillas,
limpiar la casa o tomar chocolate a la taza, creo que probé con todos los
trucos posibles, excepto el aceite de ricino y porque se negaron a vendérmelo
en las herboristerías. Lo intenté todo. Todo lo que estuvo en mis manos (el
noventa y nueve por cien de la situación que yo podía controlar) para evitar la
inducción que supondría saltarse (por necesidad, evidentemente) el Plan de
Parto. Este era el uno por cien que me comentaba Concha, que escapaba de mi
control. Qué fastidio¡ (por decirlo suavemente).
A pesar de
haber aceptado la situación, yo estaba confiada en que mi bebé vendría sin
ayuda. Me sentía abierta y positiva. Y sobre todo, me sentía segura, apoyada y
acompañada.
Semana 41 y mi
hija sin nacer. En seis días me tendrían que inducir el parto. En siete días cumpliría la semana 42 de gestación.
Concha me llamaba a diario, igual que mi
madre, para preguntarme cómo me encontraba, pero el parto no movía. Semana 41+4
días, maniobra Hamilton aceptada en el segundo ofrecimiento y por voluntad propia.
Fueron días de
mucha creatividad, dibujaba, pintaba, escribía afirmaciones para el parto y la
lactancia, hacía collages y mandalas,
bailaba,… quería crear si no podía con mi vagina, con mis manos.
En la madrugada
del Día de Halloween (día que me iban a inducir el parto), hacia las cuatro de
la mañana sentí las primeras contracciones. ¡Me alegré tanto. ¡ Recuerdo que le
dije a mi bebé acariciándome la barriga: ¡Qué bien, has decidido venir solita!
Mi marido dormía tranquilo a mi lado. Hacia las seis de la mañana lo desperté
pidiéndole que controlara y anotara la frecuencia de las contracciones. Me puse
nerviosa, pues aunque eran suaves, cada
vez se repetían antes. Pronto Vicente, así se llama mi marido me dijo que había
llegado el momento de llamar a Concha y así lo hicimos. Serían las siete de la
mañana. Recuerdo que Concha me dijo que hacía un par de horas que estaba
preparada… intuía algo. Sobre las nueve de la mañana Concha estaba en casa, ya
no se separó de mí hasta que nació Irene.
Las
contracciones se ralentizaron desde que ella llegó. Realmente su compañía me
calmaba. Salimos a pasear para recuperar
el ritmo, hice sentadillas y ejercicios con la pelota de Pilates, me activó
puntos de reflexoterapia que ayudan a dilatar, aromaterapia, flores de Bach, masajes
en la espalda y las lumbares, dormí, comimos, merendamos, las contracciones se
intensificaban muy lentamente. Eran muy soportables. A media tarde nos sentamos los tres, mi
marido, Concha y yo y decidimos irnos al hospital después de cenar, pues lo más
probable era que durante la noche, el parto se desencadenara ya de forma seria
y convenía estar ya allí, para
monitorizar al bebé y no agobiarnos nosotros.
Había llegado
el momento, estaba en 41+6. Salía con mucha ilusión de mi casa con mi hija
dentro y volvería con ella en brazos. Estaba preparadísima.
Ingresé sobre
las once con contracciones rítmicas cada ocho minutos, me observaron y sólo
había dilatado un centímetro, me pusieron a monitores, el bebé estaba perfecto,
fuimos a la habitación de la segunda planta (exclusiva para mí y mis
acompañantes) a esperar y descansar lo que pudiera. Si por la mañana no había
seguido el parto su curso empezarían con las prostalgandinas para provocarlo
definitivamente. Pero no hizo falta, hacia las cinco de la mañana empezaron las
contracciones “de verdad”. Había conseguido dormirme pero éstas me despertaron,
vaya que si lo hicieron. Desperté a Concha, aunque no estoy segura de si pegó
ojo. Y me propuso que paseara por la habitación, me frotaba la espalda y
cuando llegaba la contracción yo me detenía, hacía giros de cintura que me
aliviaban bastante, respiraba con la
boca abierta emitiendo sonidos que ahora mismo no sabría describir e intentaba
descansar entre contracciones. Así lo habíamos preparado y así lo hicimos. Todo
iba perfecto.
Hablo en plural
porque desde este momento me sentí una
con Concha. Hablábamos, nos reíamos, respirábamos, llevábamos las contracciones
(creo que ella también las sentía) todo sin separarse de mí.
Se iban
intensificando, me llevaban cada cuatro horas a dilatación para observar el
progreso y monitorizar a Irene. Sólo pedía que no me viniera la contracción en
la silla de ruedas camino al paritorio. Eran los momentos más duros pues
durante ese tiempo estaba sola y creo que era lo que más me dolía. Sin duda, mi
epidural era Concha, mi Doula.
Y me volvía a
la habitación un poco desanimada porque a pesar del trabajo dilataba muy
lentamente. Según Silvia, mi matrona, mi parto estaba siendo de libro, todo
estaba bien y seguía un ritmo perfecto. Allí me esperaban mirándome
tiernamente, mi marido y Concha. Cada vez que me llevaban pensaba, ojalá no
volviera a la habitación.
El tiempo iba
pasando aunque yo había perdido toda noción del mismo. Todavía se hicieron más
intensas las contracciones. Yo desconecté. Estaba fuera de mí. Simplemente
respiraba, era lo único y lo que mejor podía hacer. Perdí el apetito. Durante
todo el parto apenas bebí agua y bebida isotónica. Se intensificó mi olfato y
entre mí maldecía a la mujer que repartía los desayunos y las comidas y a la
enfermera de turno que se había pasado ese día con la colonia, me producían
arcadas.
Tenía la leve
percepción del paso de las horas por la luz del sol que entraba por la ventana
de la habitación de dilatación. Recuerdo que era un día de otoño soleado.
Mientras seguían los abrazos de Concha y de mi marido, los masajes, las
sentadillas, las respiraciones, la apertura...
No sé las veces
que me llevaron a dilatación pero siempre esperaba que fuera la última. La
matrona me trató de manera impecable, me pedía permiso en cada exploración,
siempre me atendió ella con palabras sencillas y de forma muy dulce. En todo
momento me informó y me pidió opinión.
Empecé a
temblar y vomitaba. Concha me explicó que era completamente normal y me recomendó meterme
debajo de la ducha. Qué maravilla, pensé, qué alivio sentía mientras Concha me
rociaba con agua bien caliente la espalda. Vicente, de vez en cuando entraba
para ver cómo iba todo. En silencio y respetuoso al máximo (así es él) también
me acompañó, colaboró en todas las indicaciones de Concha y me trató con mucho
cariño. Es mi mejor apoyo y ese día lo demostró.
Más que el
dolor de las contracciones estaba cansada, muy cansada. Pero, buenas noticias
al volver al paritorio, el cuello del útero estaba totalmente borrado. Lo
estaba haciendo bien, pero estoy segura que sin Concha hubiese sido otro
cantar.
A partir de
este momento, tengo grandes lagunas en mi memoria. Recuerdo todo muy difuso
como viviéndolo desde fuera de mi propio cuerpo. Estaba tan cansada. Al llegar
de nuevo a la habitación y como recomendación también de la matrona, me metí de
nuevo a la ducha. La luz apagada. Concha rociándome. Silencio. Yo buscando la mejor postura: de pie, en
cuclillas, a cuatro patas… al final sentada en el suelo, espalda recta y
piernas abiertas y respirar, sólo respirar, ese era mi trabajo. Según Vicente,
estuvimos así cerca de dos horas.
Me llevaron de
nuevo al paritorio (esta vez sería la definitiva), yo me dejaba hacer, estaba
agotada. La matrona me exploró y ya había dilatado ocho centímetros. Llegados a
este punto recuerdo que me propuso suministrarme la epidural u otra analgesia.
Reconozco que dudé, sentía tanto dolor y sobre todo, estaba tan cansada. Me
sentí decepcionada conmigo misma, ¿podría conseguirlo? O tiraría por la borda
toda mi idea del parto natural. Al final
opté por la dolantina, una especie de opiáceo, que me ayudó a descansar,
incluso dormir, para poder terminar mi trabajo de parto.
Fue apenas una
hora y recuerdo que hasta soñé entre contracción y contracción. Y Concha estaba a mi lado, acariciándome la
cara. Me alegraba tanto de verla…
Mi Doula me
animó a levantarme, a caminar y a hacer sentadillas, pero aún estaba un poco bajo los
efectos del analgésico. Recuerdo que me dijo que quedaba muy poco para conocer
a mi pequeña y entonces, reaccioné y me levanté, fui al baño a vomitar y
comencé a llorar. Levanté la vista y vi la cara de Concha mirándome
amorosamente, luego me rodeó con sus brazos y con mi cara entre sus pechos me
dijo: “lo estás haciendo genial preciosa y no sabes lo guapa que estás”. Rompí
a llorar de alegría.
Me levanté, me
acerqué a una silla y me puse de cuclillas y al poquito le dije a Concha: ¿Qué
pasa si me hago caca? Pues siento ganas de empujar. A Concha le faltó tiempo
para ir a buscar a la matrona…
Silvia me
exploró y comentó que ya podía tocar la cabecita de la niña. ¡Qué alegría en
medio del dolor!. Ahora sí. Esto llegaba a su fin. Me desnudé completamente.
Bajaron la luz de la habitación. Me preguntaron qué posición prefería y yo me
puse semi acostada (estaba cansada hasta para cambiar de posición). Concha a mi
izquierda, acariciándome la cara, hablándome bajito. Entró mi marido con una
gran sonrisa pues por fin podía verme y sabía que pronto conocería a su Irene.
La matrona entre mis piernas, en silencio, respetándome. Empezaron los pujos,
mi hija coronó, la matrona me preguntó si quería tocarle la cabecita y así lo
hice. ¡Qué subidón ¡, en el siguiente pujo lo iba a dar todo. Mientras Vicente
animaba amorosamente a nuestra hija a nacer: “Vamos Irene ayuda a mami, tenemos
ganas de conocerte”.
Vicente cambió
de posición pasó de estar al frente a estar a mi derecha, emocionadísimo. Silvia
me ayudaba con masajes de periné por lo que no hizo falta la episiotomía. Me hablaba dulcemente, me daba confianza y
respetaba mi ritmo en los pujos. Por fin, mi hija asomó la cabecita. Eran las
ocho menos cuarto de la tarde y de repente, todo el cuerpecito fuera. Silvia colocó a Irene entre mis pechos. Sentí
su olor a vida, la tibieza de su cuerpo, vi su cabecita llena de ricitos
oscuros y pronto gimió y me desbordé de alegría… se paró el tiempo.
Al cabo de unos
minutos, el cordón dejó de latir y dije con alegría que fuera la tía Concha
quien lo cortara. Y así lo hizo, emocionada le dio la bienvenida a la Vida. Alumbré
la placenta y me curaron unos pequeños desgarros superficiales. Ni me enteré,
¿dónde había quedado el dolor, el cansancio y el sufrimiento? ¡Qué momento más
mágico!.
Al poco Concha
dijo que ella había terminado, me felicitó, nos dimos las gracias mutuamente y se marchó.
Vicente, Irene
y yo nos metimos en nuestra burbuja de felicidad, no existía nada ni nadie más.
A oscuras en intimidad forjamos nuestro vínculo durante un par de horas sin que
nadie nos interrumpiera. Todo había salido tal y cómo habíamos planeado. Habían
respetado nuestros deseos y me había sentido totalmente respetada durante el
proceso y por supuesto, mi niña estaba sanísima y enganchada al pecho. ¿Qué más
podíamos pedir?
Al subir a la
habitación nos esperaba la familia, compartimos este gran momento y a partir de
entonces comenzó nuestra nueva vida con nuestra deseada hija Irene.
Mantengo el
contacto con Concha casi a diario, bien por correo electrónico o por teléfono,
la sigo necesitando y ella sigue dispuesta,
y lo que tengo muy claro es que algo muy intenso nos ha unido a ella, a
mi hija y a mí para siempre. Te quiero Concha y como te prometí este sería mi
regalo de Reyes.
Desde mi
experiencia, invito a todas las mujeres a buscar su Doula, a buscar buena
información, a vivir su parto de manera consciente, pues la forma cómo lo
viváis, estoy convencida, deja un
impronta en la vida de vuestros/as hijos/as.
Yo espero
haberle enseñado a mi hija, con su manera de ser concebida y venir al
mundo, que la Vida es maravillosa, que
no hay que temerla, que es importante que la viva sin miedo y la invito a
seguir el camino que le marque su corazón y su instinto.
No quiero
terminar sin agradecer la posibilidad de escribir mi experiencia a:
- Mi MADRE, por darme lo más grande, la VIDA y por lo tanto la posibilidad de sentir esta experiencia tan salvaje, tan humana, tan de mujer.
- A Concha, MI DOULA, mi ángel en la Tierra, mi apoyo y sustento en estos momentos tan transcendentales de embarazo, nacimiento y puerperio de mi hija Irene. Ella me recordó la fuerza de las mujeres, la sabiduría de nuestros cuerpos y esa inteligencia Superior que se expresa en cada aliento de vida. Me ayudó a convertirme en MADRE y me recordó cómo volver a sentirme HIJA.
- A todos los Seres de Luz que me acompañaron desde el cielo en este Día de Todos los Santos, especialmente al que, curiosamente, lleva el nombre del patrón de las parturientas, mi YAYO RAMÓN, que sé que estuvo conmigo todo el tiempo.
- Por supuesto a MI ALMA GEMELA, MI MARIDO VI, compañero de compañía sublime, silenciosa, con él y con su amor, he podido gestar a este maravilloso ser, nuestra hija Irene.
- Y a mi HIJA IRENE, la cual es una gran maestra de Vida que me permite reinventarme y mejorar cada día".
Si El relato de Concha fue bonito y emocionante con este todavia estoy llorando de.Lo Que me ha impactado. Me.alegro uchísimo de Que Lo.vivas y sientas asi. Precioso.
ResponderEliminarImpresionante...
ResponderEliminarMe alegro haber conseguido transmitir mi emoción. He disfrutado escribiendo y sobre todo recordando. Y era una promesa que debía cumplir: compartir mi experiencia de parir acompañada por una Doula.
ResponderEliminarHola Laura,un relato precioso.. me gustaria saber en que hospital diste a luz, ando buscando un hospital respetuoso y no es facil.. Enhorabuena!
EliminarTe voy a responder yo, es posible que a Laura no le llegue...
EliminarEl hospital público (privado NO hay ninguno) que más está respetando las recomendaciones de la OMS en Valencia capital es el de Manises, aunque es de gestión privada.
Los demás, se "venden" como que lo hacen, pero a la hora de la verdad... te puedes encontrar con sorpresas.
De todas formas, indaga, infórmate y si llega el caso, elige por ti misma.
enhorabuena a las 3! Irene, Laura y Concha, un beso fuertísimo!
ResponderEliminarMe alegra que Concha haya sido para tí una de esas "maestras de vida" que tan raramente aparecen... me ha encantado tu relato, enhorabuena y gracias.
ResponderEliminarLaura...quería decirte algo, pero he de reconocer que, después de leer esto, no me salen las palabras. Un beso muy fuerte para los tres.
ResponderEliminarPues con lágrimas en los ojos... estoy impresionada y maravillada. Al mismo tiempo, si alguna vez paso por algo así, entenderé del todo... ojalá.
ResponderEliminarUn beso muy grande para Concha y para Laura: sois muy grandes las dos. Que suerte tienes pequeñita Irene.
Laura es una mujer especial, pero creo que lo que ella ha conseguido puede lograrlo cualquier mujer si está correctamente informada, apoyada y ACOMPAÑADA por una mujer con experiencia en partos. Eso es parte de la definición de Doula...
ResponderEliminarMe alegra saber que su relato llega donde tiene que llegar. Su generosidad es de agradecer.
Que la paz y el amor, sigan iluminando vuestro camino.Día A día en cada momento.
ResponderEliminarCon amor.
Cristina
gracias por compartir todas estas experiencias me siento muy emocionada es otra forma de ver el parto maravilloso Irene,Laura,Vicente y Concha enorabuena gracias
ResponderEliminarQué será esto de ponerte en tu situación y que el corazón se emocione. Tu experiencia va mucho más ayá, desarrollo, instinto, amor, poder femenino... Muchas gracias por compartirlo
ResponderEliminarGracias a todas por dejar vuestro comentario, a quien conozco y a quien no, también.
ResponderEliminarTodas las madres deberían de tener el parto que desean. Es algo que deja huella.
Gracias 3 anyos despues ....recordando....emocionandome de nuevo...GRACIAS CONCHA
ResponderEliminarQue bonito que un hospital te ayude a hacer algo tan bonito como eso dándote la seguridad de que en todo momento esta prevaleciendo la salud de madre y bebe. Ole por la gestión del hospital de manises.
ResponderEliminarEso es lo que DEBERÍA de ser NORMAL y HABITUAL en todos los hospitales: dar la SEGURIDAD de que prevalece la salud de la madre y del bebé.
EliminarQué bonito que haya mujeres informadas, que trabajan por conseguir sus deseos, que eligen la compañía que quieren para ese momento tan vital...
Qué bonito que tengan la oportunidad de contarlo y compartirlo para que otras mujeres se den cuenta de que el poder está en ellas, en nadie más...
Qué lastima que en TODOS los hospitales no se tenga en cuenta los deseos de las mujeres por encima de todo.
Qué lástima que todavía hayan hospitales con protocolos obsoletos que prevalezcan frente a los deseos de las mujeres especialmente en temas de acompañamiento, el acompañamiento que ELLAS elijan y no el que el personal sanitario quiera.
Y sí, olé por la gestión de este hospital en concreto.
Muchas gracias por tus palabras, me han servido para volver a reflexionar sobre este tema.
¡Saludos!
Precioso !!!
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