El nacimiento de mi nieta Vera.



Tenía prisa por llegar, no sé a dónde. Había cogido un avión muy grande, muy rápido. Rojo.  Abro una portezuela y veo a un bebé (la carita, perfectamente). Me agacho y le digo “¡pero qué preciosa eres, chiquitina!”

...Estaba soñando cuando justo en ese momento me llamó mi hijo: “Mamá, Esther tiene contracciones muy fuertes”. Cuando me despertó Manuel, eran las siete de la mañana.
Vera, su hija,  iba a nacer en Acuario, en Beniarbeig, a poco más de hora y media de donde estábamos, donde había nacido cuatro años antes su hijo Adrián.

Como todas las noches venía haciendo antes de irme a la cama, le pregunté a Esther cómo estaba, si necesitaba algo. Me dijo que tenía contracciones como las noches pasadas (hasta entonces, al dormirse se paraban…). Ella sabía que podía llamarme en cualquier momento que lo necesitara.

Estábamos en la casa familiar del pueblo y ella permanecía sola en su nido, casi en penumbra, en la habitación más alejada de todas, en medio del huertecillo. Se la había decorado con los elementos que cuidadosamente había escogido: unas velas, una lamparita con una suave luz roja, la mariposa que le dibujaron sus compañeras durante un precioso ritual… la pelota, su música, sus piedras de colores, su péndulo… aquello con lo que se sentía a gusto.

Me acerqué y le pregunté cómo estaba. Me dijo que no lo sabía, pero que las contracciones eran muy fuertes. Su pareja las había estado controlando y eran muy irregulares, aunque con intervalos cortos.

Le dolía la zona lumbar y le puse la almohadilla tibia. Me pidió agua. Tenía calor y salí un momento a por el abanico. Mientras, ella a cuatro patas, entonaba los cantos que había practicado durante el embarazo.
La abaniqué unos minutos pero estaba muy inquieta, no encontraba la postura. Al levantarse, rompió aguas. Y eran un poco oscuras…
Su cuñada (mi hija y Doula también) se quedó con ella mientras Manuel y yo preparábamos las cosas para marcharnos.

La frecuencia y la intensidad de las contracciones cambiaron drásticamente. Laura habló con la matrona y con Enrique Lebrero, quienes iban a estar con ella en Acuario. Dadas las circunstancias aconsejaron que fuéramos directamente al Hospital de Manises, a 45 km de donde nos hallábamos.

En ese momento, Esther,  dijo que no se quería ir ¡había entrado en el planeta parto y no quería salir de él! pero no estaba previsto que Vera naciera en casa. 
Y mi hijo encaminó en coche hacía Manises. Eran las 7:34 h.

Dada la hora, la carretera nacional estaba vacía… el coche, volaba.
Esther comenzó a tener ganas de pujar a los pocos kilómetros de salir de casa. A cuatro patas en el asiento de atrás, vocalizaba, gemía, gritaba… se mostraba como la maravillosa mamífera que es, como cualquier mamífera a punto de parir a SU cría…

En un momento gritó ¡Mamá! Mencionó a su madre y supe que el momento estaba muy cerca. (Esta escalofriante y potente experiencia la he vivido con otras mujeres muy a punto de parir…) Le quité las bragas, le subí la falda y le dije que no se preocupara, que si Vera decidía nacer, sería bien recibida.
En unos minutos llegaríamos al hospital… el bebé estaba coronando. Llevó la mano a su vagina y me dijo “le he tocado la cabecita”. No podía parar de empujar, su cuerpo se lo pedía… Vera había decidido que había llegado la hora.

Cuando llegamos a urgencias, salieron a por ella con una silla de ruedas… corriendo por los pasillos ella le decía al celador que se diera prisa que la niña iba a nacer. Tranquila y segura. ¡Impresionante!

Mientras, su pareja intentaba aparcar el coche y yo dar los papeles en recepción. Cuando llegué al paritorio (menos mal que me conozco los pasillos) no pude entrar. Salió el auxiliar y me dijo que la niña YA HABÍA NACIDO… que estaba bien y la madre también. Ni un desgarro, ni un punto. ¡Eran las ocho de la mañana! Pregunté por las matronas… ¡Jo, no conocía a ninguna!
Al poco llego el papá y le dije que la niña había nacido y que las dos estaban bien. Soltó su adrenalina… y nos abrazamos, llorando juntos la emoción contenida.
Enseguida salieron a por él. Y a los minutos, vinieron a por mí. Grandísima la fortuna al haber cambiado el turno de matronas y haber dos que sí me conocían. A partir de ahí, maravilloso todo.
En la nueva habitación diseñada para los partos naturales sin medicalización, en silencio, en penumbra, la madre reía con un colocón de hormonas que daba gusto verla. Francamente, preciosa.
La niña enganchada a la teta de su madre y mirándola fijamente. Mi hijo, junto a ellas, emocionado y feliz.
Y yo, en un rincón,  pensando para mis entrañas ¡Gracias, Dios!

Volvió la matrona y le dijo que primero le tomarían la tensión y si quería se podía levantar, orinar  y ducharse,  y poco a poco se fue incorporando.
Vació su vejiga y sentada en una silla se dio una agradable y gratificante ducha. La ayudé a vestirse… y salió a continuar tomándose su zumo de manzana.
Vera estaba sobre el pecho desnudo de su padre, ambos piel con piel envueltos en oxitocina…
Eran las diez de la mañana y ya en la habitación, bajé a comprarle una napolitana de chocolate…

Hacia medio día dejé a los tres en la habitación. Con las persianas casi bajadas y solos, era la hora de descansar. Me volví al pueblo y aquí estoy, escribiendo, soltando todo lo contenido…


En varias ocasiones he comentado que NO todas las mujeres necesitan una Doula. Pero cada vez estoy más convencida de que, hacer un viaje bien acompañada es mucho más agradable y seguro, para la madre y para el bebé.

Ya me ha dicho alguna persona que vaya “suerte” ha tenido Esther, que su hija no dilataba, que su nuera no tenía leche… y de verdad que me cuesta morderme la lengua. Porque si realmente se conociera la fisiología de una mujer embarazada, del proceso de parto y de la lactancia, todas estas personas, incluso las que justifican una cesárea innecesaria, sabrían que una mamífera (y la mujer lo es) para parir, necesita una situación concreta: intimidad, privacidad, seguridad, no sentirse ni observada ni invadida, algunas incluso necesitan soledad, que se respeten sus tiempos… añadido a una buena información y un trabajo personal de concienciación y de conexión con el bebé que nacerá. Y el embarazo es el tiempo para todo esto ya que llegado el parto, lo que no se ha hecho,  se queda por hacer. 
También es cierto que muchas mujeres paren sin problemas y sin ningún tipo de preparación aparente, pero solamente ellas saben qué hay en su interior...

Esther tomó la decisión de que este viaje lo hiciéramos juntas. Ella misma había estado haciendo la formación para ser Doula, por tanto, información tenía un montón. También realizó un buen trabajo personal y de conexión con Vera, incluso el día anterior a su nacimiento. 

Hasta última hora, ella no decidiría si completaría el acompañamiento con mi presencia en el parto, pero siempre le dije que yo estaba a lo que ella quisiera: que era su momento, que era el nacimiento de su hija. Yo la acompañaba hasta donde quisiera.


Aunque pueda resultar extraño,  he sido SU DOULA, no su suegra, ni tan siquiera la abuela de Vera. He sido su acompañante, dejando atrás egos y apegos. He sabido y he podido separar, ya que he guardado mis emociones para que no interfirieran con las suyas. He resguardado mis sentimientos para que no interrumpieran los suyos. He protegido mis dudas, mis miedos (sí, una Doula también los tiene) para no desequilibrar la seguridad y la confianza…  Una vez todo había pasado y en la habitación, ya me sentí suegra y abuela.

No, el parto de Esther, el nacimiento de Vera, NO ha sido fruto del azar.

Infinitamente agradecida por esta tribu mía, mi bendita familia. A Manuel, a Esther y a Vera por permitirme estar junto a ellos en estos preciosos momentos. A mis hijos Laura y Pau que han sabido escuchar y respetar sin interferir, que incluso les han pedido permiso para ir a conocer a su nueva sobrina.
A mis hermanas y a mi madre, que siempre me apoyan y refuerzan.

Infinitamente agradecida a “mis” mujeres de la formación de doulas, compañeras de Esther, por sus velas, por su Luz.
A mis compañeras doulas de Al Caliu, por el apoyo con sus mensajes a través del washapp.
Y a Nuria Otero, por su escucha y sus palabras a través del teléfono.


Vera llegó al mundo el día 10 bajo la Luz de la preciosa Luna Llena de Agosto. Cada nacimiento es un regalo y en cada uno que estoy presente, mi aprendizaje y mi humildad frente a tan magnos acontecimientos, se incrementan.
De nuevo, y desde el corazón, Gracias a la Vida… que me sigue dando tanto.

NOTA: Este relato ha sido publicado con el permiso de Esther.




Comentarios

  1. hermoso relato!

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  2. Hola Concha:
    Aunque, en su día, ya os felicité a tí y a tu esposo (yayos de Vera, la cual es una preciosa muñequita), a la madre de la criatura, y también al padre (tu hijo Manel), por la presente me complace volver a hacerlo, y desearos a toda la "tribu", lo primero salud, y después todo lo demás (amor, estabilidad, tranquilidad, etc).
    He de reconocer que la lectura de esa publicación me ha causado unas sensaciones que hacía tiempo tenía olvidadas, hasta tal extremo de llegar a emocionarme (lo digo de verdad), pues está escrito con tal exquisitez, amor y ternura, que no puede uno impedir que afloren algunos de los sentimientos que lleva dentro.
    Recibe un cariñoso abrazo, de tu amigo Ricardo Vivó.
    Nos vemos pronto

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    Respuestas
    1. Gracias Ricardo, porque te conozco muchos años y sé que tus palabras son ciertas, porque sé que manifiestas esa sensibilidad que, a veces, escondes entre risas y chascarrillos. Aprecio mucho tus palabras, lo sabes, y me encanta que un hombre y además abuelo, haga comentarios en mi blog.
      Te abrazo, Amigo mío.

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