Que
la Vida nos pone personas en el camino para que compartamos algún tramo, es
algo que con el tiempo vas reconociendo. Hay algunas que tal como entran,
salen, sin pena ni gloria. Pero otras dejan una huella que es difícil de
borrar.
Hoy
me he levantado algo meláncolica pues
han venido a mi recuerdo algunas personas con la que compartí mucho y que se
marcharon dando un portazo, o mejor dicho, dando una patata. Y eso duele.
Me
remonto a cuando mis hijos eran pequeños. En su colegio se creó una de las
primeras Escuelas de Padres de Valencia y, marido y yo, nos apuntamos
ilusionados. El grupo era bastante numeroso, pero como suele suceder, poco a
poco hubo una selección natural y nos quedamos unas diez parejas.
Lo
coordinaba el psicólogo del centro, un hombre joven, encantador, con mucho
carisma. Todavía recuerdo muchas de las cosas que él decía respecto a los hijos
y la crianza llamada hoy respetuosa. Estamos
hablando de hace más de 25 años.
Como
suele ser habitual también, por afinidades, fuimos cinco las parejas que
empezamos a compartir tiempo y actividades fuera del colegio. Quedábamos con
los niños para pasar el domingo, los fines de semana, incluso las vacaciones. Durante
muchos años celebrábamos juntos la Nochevieja y la entrada de año. Entre nosotras
cinco se comenzó a crear un bonito lazo de amistad, de sinceridad. Los maridos también
se llevaban genial. Salir con ellos era garantía de pasarlo bien, y de reírme. Nos
reíamos muchísimo, de hecho al volver a casa marido siempre me decía “qué gusto
da verte con tus amigas, qué bien te lo pasas”.
Como
he dicho, compartíamos muchas cosas. Situaciones de alegría, pero también de
dolor, ya que tantos años ha dado para mucho.
Dos
de las parejas pasaron por una situación de ruina económica en la crisis del
92. Lo perdieron todo: negocio, casa, coche…
Con
hijos pequeños todavía, los momentos fueron realmente duros. Y ahí estuvimos
todos en una piña, apoyando de forma moral, especialmente.
Otro
tipo de dolor se posó en nuestras almas. A una de nosotras le diagnosticaron un
cáncer de mama. Era precisamente la más extrovertida, la más divertida, la que
siempre nos aglutinaba, la que para ella todo estaba bien…
El
transcurso de la enfermedad fue largo, con recaídas, con aparición de
metástasis por varios órganos. Finalmente, falleció. Y su ausencia pesaba cual oscura losa sobre
el resto de nosotros.
Su
viudo continuó saliendo con el grupo cada vez que nos veíamos, no quería que lo
dejáramos fuera. Y así lo hicimos.
En
alguna ocasión acudía con una “amiga” y esperaba nuestro visto bueno ¡cuántas
veces le dijimos que no nos gustaba para él y ya no volvía a venir con ella!
Lxs
hijxs ya habían salido del colegio, se hicieron mayores, y comenzaron a
casarse. Y compartimos también estas alegrías. Cada cual, en su momento, celebró el enlace con un banquete dentro de
sus posibilidades. Motivo también para pasarlos bien, para compartir ilusión y
alegría. Nos sentíamos fenomenal, éramos AMIGOS. Para lo malo, y para lo bueno.
No
había semana que no habláramos por teléfono entre nosotras. No se nos pasaba un
santo, un cumpleaños, un acontecimiento nuestro o de nuestrxs hijxs. Siempre había
un motivo para comentar, para compartir. Y entre ellas, yo tenía una especial
afinidad con A. con quien además, compartíamos temas más profundos, más…
espirituales. Realmente la quería, era mi AMIGA.
La
última en casarse de la primera tanda de los niñxs, fue mi hija. Ella junto a su
pareja, decidieron cuándo, cómo y dónde lo harían. Ellos asumieron todos los
gastos. Y ellos invitaron a quien quisieron.
Fue
una ceremonia civil en una masía cerca de la ciudad y mi hija y su pareja escogieron
estar acompañado por la familia más íntima y, especialmente, por SUS amigos.
Reconozco
que me disgusté cuando me dijeron que este grupo de amigos míos no iban a estar
invitados, que mis amigos los de la
escuela de padres iban a quedarse fuera… pero no tuve más que aceptarlo.
Era SU decisión y era SU boda.
Con
cierta pena se lo comentamos al grupo y parecieron entenderlo. Aún así, y a los
pocos días del acontecimiento, marido y yo los invitamos a comer a un buen
restaurante en Valencia para compartir también con ellos la alegría por la boda
de nuestra hija. Hablamos de hace nueve años.
Con
el paso del tiempo, las salidas se fueron distanciando. No quedábamos tan a
menudo… o al menos, yo no me enteraba de ello.
Nuestro
amigo el viudo conoció a una mujer con la que entabló una relación seria. Algo increíblemente
sorprendente es que esta mujer era una réplica de la que fue su amor de toda la
vida, de la que había fallecido. Es como si la Vida la hubiera creado para él. Físicamente
y por carácter eran como dos gotas de agua. Tanto, que decidieron casarse. Eso nos
lo comunicaron en una cena que hicimos por las navidades.
A
lo largo del año siguiente, apenas nos vimos. Las llamadas telefónicas se
distanciaron. Apenas una llamada para desear feliz comienzo de año y aunque no
tuve nunca motivo de sospecha, no encontraba sentido al por qué este
alejamiento…
Y
el verano pasado, estando en el pueblo, mi hija me comentó que se había
encontrado con el hijo pequeño de nuestro amigo el viudo, que además era compañero
de curso de ella. Y le dijo que su padre se había casado y que le había
extrañado no vernos en la boda, ya que el resto de amigos sí que estaban…
Marido
y yo nos quedamos a cuadros cuando nos lo contó Laura ¿qué había pasado? ¿Por
qué nos habían excluido de la celebración? Por más que intentamos encontrar
sentido a aquello, no lo pudimos ver. Pensé en llamarle y preguntarle, pero con
el razonamiento sereno de marido, decidimos dejarlo estar. Había sido su decisión
y aunque no lo entendiéramos, era algo que ya había sucedido.
Pasado
el verano, en el que no nos vimos con el grupo, mediante una
llamada mi amiga A. nos dice que han quedado para cenar… que si queremos
acudir. Marido y yo, como si no supiéramos nada del tema boda, acudimos a la
cita. Pero la cena ya no tenía nada que ver con las de antes… se palpaba un
silencio extraño, una distancia que no pude entender…
La
recién casada pareja estaba feliz, ella comentó en varias ocasiones con el
resto de mis amigas, lo bien que lo habían pasado en la boda… algo que
francamente me pareció de muy mal gusto pues yo no había estado presente. Aún
así, tanto marido como yo no entramos en el tema. Terminamos la velada y
volvimos a casa. Pero yo volví realmente muy tocada. No comprendía nada, no
sabía por qué…
Así
es que esa misma semana llamé por teléfono a A. la que yo había considerado
durante tantos años a una de mis mejores amigas. Y le pregunté directamente si
ella sabía por qué nos habían dejado al margen durante la celebración
matrimonial, durante todo este tiempo…
Menos
mal que estaba sentada porque de la impresión las piernas comenzaron a
temblarme. Con cierta altivez, algo muy extraño en ella, me dijo que sí, que
claro que lo sabía y que en parte había sido por ella ya que el viudo, les
había pedido opinión sobre si invitarnos o no, y ella apoyada por el resto de
mujeres decidieron que NO lo hiciera.
¿El
motivo? Porque no les habíamos invitado a la boda de nuestra hija OCHO años
antes. Y no nos lo habían perdonado, a pesar de nuestros razonamientos, a pesar
de haberles confesado los motivos…
Mis
oídos no daban crédito, una taquicardia apenas me permitía respirar, las
lágrimas acudieron a mis ojos y con la voz entrecortada le dije que cómo podían
haber estado fingiendo durante tantos años, que cómo no habían tenido el valor
de haberlo hablado desde el primer momento,
qué cómo habían permitido que ese hecho tan terrenal, que no dependía de mi voluntad,
hubiera echado por tierra la amistad de tantos años…
Me
dijo que TODXS estaban muy ofendidos, que se habían planteado no volvernos a
llamar nunca, pero que de vez en cuando lo hacían porque les dábamos pena…
Y
ya no hemos vuelto a saber nada de ellos. Hace un año… ellos no han llamado, yo tampoco he querido hacerlo. No hay NADA que compartir ahora.
Estoy
escribiendo y aún no puedo evitar que las lágrimas me empañen la visión. Jamás hubiera
pensado que esto pudiera suceder. Siempre había pensado que nos queríamos y que
nuestra amistad era sincera, especialmente después de haber compartido tantos y
tantos momentos de dolor.
Pero
no, la vida en ocasiones puede ser cruel y nos pone pruebas para ir superando.
He
dicho al principio que no sé porqué me he levantado melancólica y ahora que
termino de escribir, le encuentro un sentido. Esto sucedió a finales de
septiembre del año pasado y quizás todavía está en ese espacio de tiempo en el
que los archivos personales quedan pendientes.
Como
comentaba en una de mis anteriores entradas, este blog es mi confesionario. No sé
a quien llega pero estoy segura de que a ellos no les va a llegar nunca ya que
desconocen mi situación actual, ya que ahora entiendo tantas cosas entre ellas
el hecho de que no les haya importado en estos años saber qué hago, saber si
estoy bien, en qué me muevo…
Y
como confesionario, o como terapeuta virtual, aquí dejo estas palabras
liberando este dolor que quiero trascender, porque pasado el tiempo de duelo, ha llegado el momento del
borrón y cuenta nueva.
Han
sido muchos años de compartir momentos con ellos. Hemos reído y llorado. Hemos aprendido
y crecido. Con eso me voy a quedar. Y a pesar de todo, volveré a dar Gracias a
la Vida por haberlos puesto en mi camino.
Sé que no hay nada que pueda decirte que te haga sentirte mejor... yo también he pasado por esa experiancia, y a día de hoy todavía no sé por qué personas a las que consideraba Amigas se alejaron de pronto, cortaron la comunicación así, sin más. Ellas no me han dicho por qué.
ResponderEliminarLa razón que te dieron es tan surrealista que resulta imposible de entender. No me extraña tu reacción y tu dolor.
Te mando un abrazo, Concha. No dudes que somos muchos los que si valoramos tu lealtad y tu transparencia.
Gracias, Carmen, lo sé. Sé que hay Amigas que tú y yo escribimos con mayúscula.
EliminarUn abrazo.
Concha, pues lo veo muy injusto. Mi madre no es responsable de mis actos ni de mis invitaciones. Le he dado el visto bueno para que a mi boda invite a quien quiera, pero si mi decisión hubiera sido la contraria, habría tenido que aguantarse.
ResponderEliminarVeo muy infantil enfadarse, porque ellos tendrían que haber entendido que no los dejasteis fuera para ir cortando el tema BBC, sino porque no teníais voz ni voto en esa boda.
Y a tu amiga A. la veo súper venenosa, es increíble. Ella debió entender que tú ahí no mandabas, pero hay gente a la que le gusta la gresca tanto que le da lo mismo.
En fin, que ellos se lo pierden.
Ese es el tema, el no querer entender que yo NO tuve voz y voto en la boda de mi hija, que fueron ellos quienes lo decidieron todo.
EliminarYo no he ido a muchas bodas de los hijos de mis Amigas, no me han invitado y nos queremos tanto como antes.
Si estos no lo han entendido, el problema es suyo, aunque salgamos perdiendo todxs. Yo, con esto, paso página.
Gracias por tus palabras.
solo puedo mandarte un abrazo y un beso fuertisimo, te entiendo tan tan bien y me duele ver la falta de madurez en personas como A, a la que tanto querias...pero quedate con lo bueno, con lo que tuviste y te aportaron. La herida duele de tanto en tanto, la cicatriz pica, y es todo muy agridulce (quiza mas amargo ahora). Quiza la vida o A. se quito de enmedio para que te tengan, disfruten y aprecien otros?
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