Nunca
imaginé que un reptil y un pequeño mamífero, un roedor, llegaran a ser amigos.
Este
verano, entre otros habitantes en la casa familiar del pueblo, hemos tenido a
mi Filomena (ya os he hablado de ella en otras ocasiones) una chelonoidis carbonaria, tortuga
terrestre nativa de las sabanas y los bosques, y a Órnix, la cobaya de mi nieto
Adrián.
Evidentemente
sus costumbres son muy distintas… aunque no lo son tanto sus alimentos, a
juzgar por el descubrimiento que hicimos.
Me
llamaba la atención que Filomena terminara tan rápidamente la comida que le dejábamos: pimiento, pepino,
tomate… hasta que me di cuenta de que el buen olfato de Órnix le ponía en
alerta enseguida que había alimento fresco en la tierra.
Órnix
ya está en casa con sus dueños y Filomena todavía está en la casa del pueblo,
en la tierra y en sus escondrijos, hasta que haga un poco más de frío.
Y
la verdad –puede que esté sugestionada- es que este fin de semana la he
encontrado un poco triste ¿Echará de menos a su amiga la cobaya?
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