No hace
demasiado tiempo, cuando una persona se jubilaba de su trabajo, se le acababa
el mundo. Y seguramente para algunas personas todavía seguirá siendo así,
aunque afortunadamente no es nuestro caso.
Cierto es
que, especialmente en mi generación, suelen
ser los hombres los que se retiran de su actividad laboral a determinada
edad, y somos las mujeres quienes continuamos trabajando de la misma forma en la casa, en las actividades cotidianas, pues
ellos no han sido educados para colaborar en las tareas domésticas y la mayor
parte del trabajo sigue recayendo sobre las mujeres, aunque ellos “ayuden”
en algo. Cierto es que hay circunstancias en las que se nota una ligereza en la
carga de trabajo cuando los hijos han abandonado el hogar paterno… aunque también
es verdad que algunos incrementan esta carga con los hijos de sus hijos, o sea, con el
cuidado de los nietos. Pero no es esa mi situación, vaya.
Mi caso personal es raro, entendiendo por rareza algo que se sale de lo habitual. No solo es que
no me jubilo, sino que además, tengo gran cantidad de actividades a las que acudir, que
me gratifican y a las que no pienso renunciar mientras tenga fuerzas. De hecho, estoy bastante
más activa que hace 15 años, porque a pesar de tener más edad… tengo más
tiempo.
El caso
de Marido es similar, es un hombre que nunca se aburre, que siempre tiene cosas
en las que ocuparse: sus lecturas en inglés y las clases de este idioma que
prepara para compañeros también jubilados, sus películas y sus fotografías, sus
excursiones y salidas a la montaña, amén de atender a la familia…
El día resultó caluroso, más de lo que es habitual por estas fechas en esa zona y
realizamos la subida con una constante acalorada. Hicimos una ruta circular de
unos 10 km a lo largo de 3 h, a un ritmo tranquilo y con continuas paradas para
beber agua. La zona es muy bonita y bastante desconocida para mucha gente a pesar de lo cerca
que está de la capital. Las aguas limpias y cristalinas del río Reatillo invitaron a bañarse a
alguno de estos encantadores sesentones, aunque yo con mojarme los pies tuve
más que suficiente… ¡estaba helada!
Tras la riquísima comida, fuimos a descansar un momento a la casa de estos compañeros de cuyos sofás disfrutamos agradecidos. Después salimos a visitar el pueblo con la agradable sorpresa de encontrar unas calles limpias y maravillosamente engalanadas con plantas y flores por doquier, una visión propia de cualquier pueblo andaluz en primavera... Fuimos a comprar
miel de cosecha propia y cortada apenas unos días antes. Subimos… bueno,
subieron, al Castillo moro desde el cual se divisa todo el Valle de la Alegría, insertado en la Comarca de los Serranos.
Volví a
casa con el espíritu henchido, las mandíbulas relajadas a causa de risas y
sonrisas, y la panza… demasiado llena, pero satisfecha por haber pasado un
magnífico día alejada de la ciudad, de la contaminación y de los ruidos
callejeros. Con la piel aireada y bronceada por el sol y con la satisfacción de
haber hecho un bonito sendero en agradable compañía.
Las fotografías,
de Marido, no muestran lo que la emoción esconde pero sí lo magnífico del
paisaje.
¡Hasta
otra, compañerxs! Gracias por haberlo hecho posible.
Ay que bonito! un abrazo
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