Autoestima y violencia


Esta es la triste realidad: que no cesan los asesinatos de las mujeres de manos de sus parejas. En algunos casos, también son asesinados los hijos en su inocencia. Son sucesos terribles que se siguen ninguneando por una parte de esta sociedad cada vez con menos valores en la que vivimos. Las políticas sociales no están dando buenos resultados y la educación machista sigue estando presente en muchos hogares. Pero no se reconoce. Ni las propias mujeres la reconocen.

Tal vez meta el dedo en la llaga pero creo que es necesario que las mujeres se miren en el espejo y se den cuenta de esos pequeños micromachismos que viven en su cotidianidad sin ser conscientes y que están anulando su personalidad, que están dañando su crecimiento personal y su autoestima.

Cuando hablamos de autoestima, de quererSE, en bastantes ocasiones se confunde el concepto. Porque amarSE no es permitirse todo tipo de caprichos para hacerse agradable a la vista de los demás. Amarse es algo mucho más profundo que va a la raíz de una misma, de lo que se merece por derecho propio por haber nacido persona y en el caso que me ocupa, mujer. No se trata de rodearse de cosas superfluas, de cosmética, de operaciones de estética, de moda pasajera y de personas que te ríen las gracias cuando en el fondo les importas un pito. No. Nada de eso. Amarse es estar bien con una misma por encima de todo.  Y de todos. Con maquillaje y sin él. Con grandes tetas y con poco pecho.  Y para eso no se necesita dinero, es más, para eso apenas se necesitan bienes materiales…

Hablo con conocimiento de causa, no suelo hacerlo de algo que no sepa. Y puesto que estoy en contacto con mujeres jóvenes, he tenido la oportunidad de presenciar situaciones en las que se encubre un tipo de maltrato muy sutil, quizás el peor porque no se ve, pero que va minando poco a poco hasta que una tira la toalla o es carne de cañón para el maltratador que tiene cerca…

Voy a acompañar mis argumentos con algún caso, ya que es la forma más gráfica de poder ver lo que ocurre. He cambiado nombres y datos para guardar la privacidad, pero son reales.

Este es el caso de una chica joven, amiga de una mamá a la que acompañé en su embarazo hace un tiempo. Mi chica, por llamarla de una manera concreta,  me dijo que tenía una amiga embarazada con una situación desesperada. Que si podía hablar con ella… le respondí que por supuesto, pero que fuera ella quien me lo dijera, pues no acudo donde no me llaman.

Concertaron una cena a la que me invitaron. La muchacha en cuestión estaba a mitad de embarazo viviendo una situación de maltrato psicológico por parte de su marido. Además, la madre de él la estaba amenazando con quitarle la niña en cuanto naciera. Me comentó que él la obligaba a prácticas sexuales que ella no quería hacer y que luego la trataba de puta. Que le decía que no valía para nada. Que la llamaba perra, inútil, desgraciada y muchas más palabras denigrantes. Que ella estaba entrando en estado de shock pero que no sabía qué hacer. Y que esta situación no la había hablado con nadie, que su amiga sabía algo pero que toda la parte íntima solo me la había contado a mí… La muchacha comenzó a llorar y yo me quedé alucinada porque estamos hablando de una chica con estudios, con independencia económica. Se trata de una enfermera que no le falta nunca trabajo.
Cuando le pregunté por qué se había casado con él y estaba aguantando esta situación tanto tiempo, me dijo que ella creía que eso era “normal” en la convivencia, que las peleas y todo lo demás formaban parte en la vida de una pareja joven…
No tenía referencias familiares (su madre había fallecido siendo niña) y con su padre y su hermano no hablaba de muchas cosas.
No fue sencillo que se diera cuenta de que no era merecedora de esa vida. Ella misma decía que qué iba a hacer sin él a pesar del miedo que le tenía. Pensaba que cuando naciera la niña él cambiaría.
Me tocó ser realmente dura con ella. Abrirle los ojos y decirle que un maltratador no cambia de la noche a la mañana y que si actuaba así ahora, repetiría su violencia hacia su hija. Que buscara apoyo legal y si era preciso, psicológico, ya que yo en un primer momento podía escucharla pero no soy profesional ni de la psicología ni de las leyes y no podría llegar al fondo de la cuestión.
Intenté hacerle ver que siendo una mujer joven y con trabajo, no necesitaba a nadie para sacar a su niña adelante. Que le quedaba mucha vida por vivir y por disfrutar junto a su pequeña. Que no sería la primera madre ni la única que iba a salir airosa de esta situación. Y que por encima de todo, fuera consciente de que ella NO era merecedora de ese maltrato que algún día podría tener consecuencias lamentables.
La conversación fue tensa, cargada de dolor y de rabia, pero al despedirnos nos dimos un abrazo y tras las lágrimas pude ver una sonrisa de esperanza.
Hoy sé que se ha separado de su marido, que está en manos de abogados, que tiene una niña preciosa, que está trabajando en otra ciudad… y que cada mensaje que él le manda amenazándola o diciéndole las barbaridades que sigue soltándole, ella se las hace llegar a su abogada para evitar que le den a él ningún derecho sobre su hija. Sigue con su miedo porque él es muy violento, pero al menos la esperanza no la pierde y ha recuperado esa autoestima que no tenía después de tantos años de maltrato.

Yo no me relaciono con este tipo de casos, soy doula y acompaño a mujeres en su maternidad, por tanto no es habitual que me encuentre con estas situaciones.
Pero sí puedo ver una especie de maltrato sutil, de ese que comentaba antes que no se ve… que la propia mujer no ve y que sin embargo, quizás desde mi experiencia me hagan sentir que algo está fallando, que algún detalle me muestra que la felicidad no es completa. Pero, vuelvo a comentar, siendo que lo mío es acompañar… “si no está roto, no tengo nada que arreglar” como dice una persona a la que adoro.

Detalles como que una mujer NO quiere que esté su pareja en el nacimiento de su bebé y puesto que él quiere estar por encima de todo, tras un parto que no ha sido como ella esperaba, le queda la rabia por haber cedido a los deseos de él en vez de haber estado acompañada de su madre, de su amiga… o de su doula.

Detalles como que una mujer quiera amamantar a su bebé y puesto que él también quiere colaborar en la crianza, la convence para que le dé biberón y así él también puede participar de la alimentación…

Detalles como que a la hora de dormir, él no consiente que la madre acune a su bebé, o le cuente un cuento y sea él quien, tras cuatro gritos, deje a la criatura llorando hasta que se duerme…

Detalles que tristemente se dan con bastante frecuencia y que desde mi forma de ver esconden una violencia hacia esa madre que desde su instinto sabe qué es lo mejor para su hijo y que su pareja, escondiendo un abuso de poder, hace valer su derecho por ser el padre…

Situaciones en la crianza que se dan con cierta frecuencia porque, a pesar de que hay padres amorosos y empáticos, respetuosos con sus parejas y con sus hijos, también hay de los otros, de los que no lo son porque no lo han vivido, no lo han aprendido. Y su patrón es el poder… y la violencia, aunque “solamente” sea verbal.

En cuanto a la violencia de género, a los asesinatos de mujeres, sé que se están emprendiendo acciones populares para concienciar a la población, a los poderes públicos. Pero creo que se trata de un tema de educación desde la base. Porque difícilmente se sabe respetar si no se ha sido respetado.

Antes de terminar quiero comentar otro ejemplo. Una amiga recién jubilada es infeliz en su matrimonio, desde siempre. Ella ha tenido un buen trabajo y una buena situación económica, en cambio, su lamento y su tristeza es constante. Se siente una desgraciada porque su marido nunca la ha acompañado en nada, son como la noche y el día. No comparten aficiones, no comparten ilusiones,  no comparten… nada. En más de una ocasión le he preguntado por qué no se separaba de él… primero porque los hijos (dos chicos) eran pequeños, luego porque se iban a casar… siempre ha encontrado una excusa para seguir enganchada a esta situación. Hace poco que me la encontré, y al preguntarle me dijo que como siempre “un asco” y le volví a decir ¡pues sepárate, coño, no sé a qué esperas, que aún tienes 66 años! Y me respondió…”no, si yo estoy bien…”

El concepto de estar bien o no estarlo forma parte de cada persona. Si hablo por mí, llevo cuarenta y dos años junto al mismo hombre y cuando me preguntan siempre respondo lo mismo: la libertad con la que yo vivo junto a él, el respeto con que siempre me ha tratado, la forma de comprender y valorar todo lo que hago, ha sido definitivo para que esta pareja funcionara todo este tiempo. Jamás me ha dicho no hagas, no vayas, por qué te vistes así, por qué haces eso… ¡jamás! 
Mi integridad como persona y mi libertad están por encima de todo. Y eso él lo ha sabido siempre. De otra forma hubiera sido imposible la convivencia.

El tema daría para mucho, pero tampoco se trata de sacar un tostón de texto y que nadie lo lea.


Sé que para muchas mujeres no es fácil escapar de las situaciones de angustia y de terror en las que están viviendo. Pero siempre hay un principio en el que la relación ya pinta maneras. Si te controla, si te dice qué debes de hacer y que no, si no “te deja” salir sin que vaya él, si te aleja de tu familia y amigas, si te ridiculiza, si te engaña, si te miente, si te ningunea, si te obliga a prácticas sexuales que tu no quieres hacer, si te grita, si te insulta, si te humilla… NO TE MERECE. Aún estás a tiempo.



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