He oído decir que el corazón, con la edad, se
endurece. Pues creo que hasta en eso soy bicho
raro porque según mis años pasan, el mío se reblandece más. Y cada vez soporto menos el dolor ajeno,
aprendiendo a convivir con el propio, que ya es bastante.
Apenas veo televisión, lo he comentado varias
veces. Solo me gusta el buen cine y sin cortes publicitarios. No me gustan los
programas de cotilleo, no me gustan los magacines de moda, no me gustan los
concursos (excepto “Saber y Ganar” que lo sigo desde que comenzó…) y desde hace
un tiempo no veo las noticias pues realmente son exageradas unas y manipuladas
otras. Las ciertas, las reales… son deprimentes. Y necesito protegerme evitando
ver a niños muertos en el agua como consecuencia de guerras inútiles que
interesan a unos cuantos.
No, aunque llore hacia dentro frente a tanta
barbarie, aunque me sorba los mocos por el soponcio al ver las pateras llegando
con cadáveres de jóvenes muertos, aunque se me encoja el alma al ver las
interminables marchas de refugiados, me
niego a ver lo que no puedo evitar. Al menos en semejantes proporciones.
Y digo que se me reblandece el corazón porque hay otra cosa que cada vez soporto peor y
es el maltrato en los niños.
Aunque hay
personas que viven en su burbuja de crianza respetuosa y no conciben que
haya otra forma de criar, yo sé que la hay. Y la veo. Y me muero de dolor, de
tristeza y de rabia también, por qué no decirlo. Y me enfado porque no puedo
hacer nada. Porque tras cada padre o
madre violento, hay una historia de violencia, hay una infancia de malos
tratos. Y los patrones se repiten. Porque para
no repetirlos, hay que tener plena conciencia de lo que se ha sufrido de niño,
de adolescente, y plantarle cara. Y reconocer el dolor. Y querer curarlo. Y querer
sanarlo para no hacer lo mismo con los hijos. Porque de lo contrario,
consciente o inconscientemente, los patrones tienden a repetirse.
Hace años que esto lo tengo claro. Porque lo he
experimentado…
Hace un rato y dándole vuelta a este tema, me he
ido a cuando yo tenía nueve años. Y a la paliza que me dio mi padre. Bofetadas
y palmadas al culo, alguna que otra me daban. Pero palizas de no poder ir al
colegio al día siguiente, “solamente”
fue una.
Yo tenía nueve años y mi hermana seis. Mis padres
nunca nos compraban nada que ellos consideraran capricho. Ni un caramelo.
En el colegio, todas las niñas llevaban sidral (hoy le llaman pica-pica) una magnesia efervescente con sabor a naranja
o a limón. Iba en un tubito de cartón y se chupaba con un puro-moro, o palo de regaliz negra. Mi hermana y yo, nunca
tomábamos chucherías y veíamos a todas las niñas con las suyas.
Una tarde, al volver del colegio, cogí una moneda
de 0,10 céntimos (de los de hace 54 años) de la cartera de mi madre que estaba
encima del banco de la cocina y me bajé con mi hermana a jugar a la calle
(antes los niños jugábamos en la calle…). Y me fui al quiosco y compré un
sidral y un puro-moro para cada una ¡Más felices que nadie estábamos las dos!
Mi madre se lo contaba todo, absolutamente todo lo
que hacíamos a mi padre (otro temita a tratar…). Debió de haberme visto coger
la moneda y se lo dijo cuando volvió de trabajar. La paliza a los gritos de
¡ladrona! fue impresionante. Mi hermana
se escondió en otra habitación. Mi madre estaba presente. Mi padre dándome en
la cara, en la cabeza, en el culo… y yo llorando sin entender nada,
absolutamente nada. Me dolió muchísimo, se me hincharon los ojos de tanto
llorar, tenía las mejillas rojas de las bofetadas. Pero hubo algo que me dolió más todavía: que
mi madre estuviera callada, mirando, sin decir nada en mi favor, sin evitar un
golpe.
Hace un rato lloraba al recordarlo, ahora tengo
los ojos secos…
Durante muchos años no comprendí la importancia de
coger una moneda de la cartera de mi madre. Nunca he pensado que eso fuera “robar”
ni que yo fuera una ladrona, como me decía mi padre. Pensé que era un castigo
desmesurado, desproporcionado. Pensé que mis padres nunca entendieron el sentir
de una niña distinta a las demás de su clase, una niña que por entonces siempre
recibía un “no” a sus pocas demandas.
Años más tarde, llegué a comprender esta reacción
de mi padre. Supe que fue consecuencia de una infancia muy dura, reprimida
como niño de la guerra, en la que él iba a robar comida para que sus padres y
hermanos pudieran comer y que como agradecimiento, su padre le pegaba y le
llamaba “ladrón”…
Crecí jurándome que nunca pegaría a mis hijos. Nunca.
Ni una bofetada. Ni una palmada en el culo. Sin embargo…
Mi segundo hijo tenía cinco años. Habíamos ido al
colegio a por su hermana, era por Navidades y en la tele hacían unos dibujos
que le encantaban. Como buen Tauro era un niño tozudo, yo era de darle mil
razonamientos. Se quería marchar a casa y le dije que no podía ser, que su
hermana estaba a punto de salir. Cuando me di cuenta, mi hijo no estaba en el
hall del colegio. Ni en el gimnasio. Ni en el patio… había desaparecido. Todas
las personas que estábamos allí comenzamos a buscarlo. Era de noche y en un
solar había unos cacharros de feria. Los busqué como loca, nerviosa, asustada. Desde
el colegio llamé a la policía y me dijeron que era demasiado pronto que tenían
que transcurrir nosecuantas horas
para que lo buscaran. Y me fui casa desesperada. Al llegar, la vecina de
enfrente me abrió la puerta y me dijo “tu hijo está aquí viendo dibujitos”. Y
le pegué. En el culo. Llorando, gritando,
fuera de mí. Él me miraba asombrado preguntándose qué había hecho. Lloraba asustado
también. Entramos en casa, nos calmamos, lo abracé, le pedí perdón. Y lloré,
lloré mucho. Aún lloro cuando lo pienso…
De otra manera, había repetido el patrón de mi
padre. Y comencé a ser consciente de todo cuanto yo había pasado para NO
repetirlo nunca jamás.
Porque enfrentarse al dolor de lo ocurrido es la
única forma de no repetir el patrón de lo aprendido.
Estamos viviendo una época de violencia extrema. Padres
que educan a base de gritos, chantajes, amenazas y golpes. Jóvenes que han
perdido una serie de valores que antes eran importantes. La violencia juvenil
está en aumento. Violaciones y palizas a los propios padres que se repiten con
una frecuencia espantosa.
¿Habrán sido niños víctimas de malos tratos?
¿Habrán sido adultos que de pequeños han carecido de lo más vital en la primera
infancia? ¿Habrán tenido padres que habrán confundido lo más vital con cubrir vacíos
a base de cosas materiales? Tantas y tantas preguntas, todas ellas con una
respuesta, que sería motivo de una investigación.
Y volviendo a mis nueve años, yo habría necesitado
unos padres comprensivos que jugaran conmigo, que escucharan lo que tuviera que
decirles, que permanecieran a mi lado pacientes... hiciera lo que hiciera. No hay nada más satisfactorio y necesario
para un niño que tener a unos padres presentes, amorosos, comprensivos. De nada
sirven promesas no cumplidas, que les lleven a inglés, o al mejor colegio. Y que les monten una
habitación preciosa con su TV y su ordenador. O que les compren una bicicleta o
una casita de muñecas. De nada sirve si no reciben amor incondicional, sean como sean, hagan lo
que hagan. Aunque no se acuerden de lavarse las manos a la hora de comer. Aunque
se les olvide cepillarse los dientes. O aunque se les vaya el santo al cielo a
la hora de vestirse para ir al colegio.
Los niños
necesitan referentes amables, equilibrados, pacientes. Porque son SUS
referencias, no otras. Los niños son fiel reflejo de lo que son los padres y creo
que, por encima de todo, es donde más se debe de invertir. En ello va su futuro
y su felicidad.
Todo tiene su momento. Luego, los llantos y los
lamentos son los restos del naufragio.
Admiro tu consciencia y honestidad. Gracias por compartirlo, Concha.
ResponderEliminarA mí me preocupa mucho repetir patrones. A veces siento la ira, y a base de tragármela, me he llegado a enfermar. No es nada sencillo criar como nos gustaría.
Me quito el sombrero y comparto 100% este sentir. GRACIAS!!!!
ResponderEliminarUiii
ResponderEliminarCierto
Conozco algun caso que cría asi de ...y es x repetir patrones.lo doloroso no es solo cometer un error es que no quieran ser conscientes que se excusen..eso si que no lo entiendo
Y sobre lo que comentas de tu madre,me recuerda mucho a como actuaban las mujeres antiguamente.no todas,pero mi abuela si era bastante asi
Realmente nunca e sabido si es sumisiin o miedo.nunca e entendido porque si su marido obra mal con un hijo no en violencia sino en otras cosas porque la mujer no decia nada
Lo cierto que hay muchas mujeres asi
No se si es educaciin miedo o sumision
Pero me da pena la verdas porque como madres imagino debe ser muy muy doloroso callar lo que te parece malhacia tus hijos
En algunos casos ignorancia de lo que es correcto, en otros casos miedo, y en bastantes sumisión. No entro a juzgar lo que cada cual puede o sabe hacer, sino de qué forma influye en los niños...
ResponderEliminarTodavía hoy se utiliza el chantaje, la amenaza, el castigo y la paliza para "educar". Y en casas "bien", tampoco es un tema económico, sino de lo que se ha aprendido y no se cambia...
Gracias por tu aportación.