Me considero una buena observadora. Cuando
voy paseando por cualquier ciudad me fijo en cómo está estructurada, en sus
calles y el mobiliario urbano, cómo está de limpia, los escaparates de sus
comercios, lo que ofertan y de qué forma lo presentan… Todo ello me da una
indicación de la clase de personas que la habita. Y la tendencia política de
sus dirigentes.
Cuando entro en una casa, ver la manera
en que está decorada, la limpieza o
ausencia de ella, el orden externo, el interior de los armarios y la forma en
que están éstos organizados… me dan una señal de cómo son las personas que en
esa vivienda moran. No en vano se dice “tener la cabeza bien amueblada” cuando
alguien tiene sus ideas en orden.
Observar a una persona en su totalidad,
su aspecto externo, los colores con que habitualmente suele vestirse, la forma
de expresarse y de comunicar sus sentimientos, el tono de la voz y la expresión
no verbal. La manera de sentarse, de prestar atención, sus manos… también son
señales de cómo es esa persona, o al
menos, en qué momento vital se encuentra.
Y no es que vaya por ahí haciendo
psicoanálisis, para nada. Me gusta observar sin ningún ánimo, sino simplemente
por el hecho de ponerme en situación para establecer una mejor comunicación
arreglo a lo que, a bote pronto, puedo percibir. No tengo cien por cien la
certeza de acertar siempre, pero pocas veces yerro.
Y a raíz del curso que estoy terminando
en Salud Mental Perinatal, todavía he profundizado más en un aspecto muy
interesante: la observación de bebés, y de niños. Este trabajo me ha aportado
una herramienta muy valiosa pero que no deja de entrañar cierto peligro si no
se utiliza de forma correcta. Como todas las herramientas, creo yo.
Observar a los bebés cuando están con
sus madres es una experiencia increíble ya que estos suelen mostrar lo que sus
madres ocultan. En más de una ocasión, cuando he ido a visitar a una madre con
su bebé pequeño y me ha dicho que la criatura parece nerviosa, que no mama
bien, que no duerme de manera sosegada… lo primero que me viene es preguntarle
cómo se siente ella. Y también todo lo opuesto. Madres que me dicen “Míralo, si
es tan tranquilo” a lo que yo les respondo “¡Y cómo eres tú, alma cándida…! Porque
un bebé es el fiel espejo de su madre. Nos guste o no.
Es algo increíble estar escuchando a
una madre con su bebé al brazo y ver que conforme ella va soltando esas
emociones contenidas, el bebé manifiesta a través de su carita, de sus gestos,
de su llanto lo que su madre siente.
Cuando una madre solloza, su bebé de una forma sutil tiende a consolarla
mediante una sonrisa, una caricia, un gesto. Si la emoción es muy fuerte y la
madre llora desconsoladamente, el bebé llora con ella. Cuando ella se serena,
su bebé también lo hace. Si ella ser ríe, su bebé también. Son muchas y
distintas las señales que, solamente observando, sin necesidad de hablar, nos va mostrando lo que hay entre este tándem madre-hijo, unido de por vida y mucho más allá de lo que nuestra
visión alcanza.
Como he dicho antes, puede ser un tema
peligroso especialmente si se ha leído a Laura Gutman. Porque cuando un bebé, o
un niño, se muestran tranquilos, alegres, felices… para la madre es muy
gratificante aceptar que su hijo es su espejo. ¿Pero qué sucede cuando se da lo
contrario? Cuando no come, cuando no duerme, cuando está “desobediente”… Pues que
se siente la carga de la no aceptación, algo
realmente difícil de gestionar.
Y yo no lo llamaría culpa, sino responsabilidad.
Porque sí, los niños se miran en el espejo de sus padres y desde su inocencia y
naturalidad, muestran y expresan aquellas gestiones que están sin resolver… en
los propios padres.
Me parece fenomenal y bueno que los
niños se expresen, como puedan y conforme a su edad, cuando están contentos,
cuando están felices. Pero que expresen, de igual forma aquello que no les
gusta, que les molesta, con lo que se sienten mal, sus rabias y sus
frustraciones. Creo que es necesario para un crecimiento sano.
La cuestión está en que para nosotras
las madres, y para los padres, es mucho más fácil tener cerca a un niño feliz
que “no crea problemas” que a un niño que grita, llora, planta cara y se
enrabieta.
Al margen de que la etapa del berrinche
y la frustración es algo por lo que algunos niños pasan de forma más
virulenta que otros (como el sarampión o la varicela…) por propio temperamento
y carácter, el quid de la cuestión está en tener muy claro quién es el adulto
para poder estar a su lado, desde la calma, desde el entendimiento de este
momento que tal vez, el propio crío ni comprenda.
A veces, desde nuestra experiencia
personal pasada y con las expectativas tal vez equivocadas, pretendemos que
sean nuestros hijos los que comprendan y los que cambien sus actitudes. En este
caso yo me cuestiono, de nuevo, si no estaremos imponiendo aquellos patrones
heredados de nuestros padres y que nos juramos no repetir cuando tuviéramos
hijos…
No soy psicóloga, ni pedagoga. Soy madre,
abuela, Doula y estudiosa de lo que la Vida me aporta. Me interesan las
relaciones humanas. Me interesa el bienestar de los niños y la salud emocional
de estos ya que sus vidas serán su futuro. Y el nuestro.
Hoy ha sido una de esas noches de las que
el duende que habita en el interior de
mi cabeza me ha despertado pasadas las cinco de la madrugada. Me estaba
dictando esto que termino de reflejar en el ordenador y que no dejan de ser mis
observaciones, mis reflexiones de una noche de insomnio.
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