Mi vida es como
un río, un continuo devenir de situaciones, de personas, de circunstancias… de
alegrías y de penas, de risas y de llantos, de momentos de soledad profunda y
otros en los que necesito estar a solas en una soledad pasajera y escogida.
Imparable y
arrasador, se lleva lo que encuentra a su paso si no hay unas buenas raíces que
permanezcan arraigadas a su lecho. Y no
siempre hay momento y lugar para el arraigo.
Etapas de
sequía en los que apenas corre agua por su cauce… es una supervivencia contra
corriente. Desencuentros, desamores, abandonos. Llantos y quedarme quieta. Como
si no pasara nada, rezando para que vuelvan pronto las lluvias y el río crezca
de nuevo y poder beber en sus aguas reconfortantes. Quietud. Silencio. Oscuridad.
En temporadas
de abundancia tras los grandes deshielos, el río de la Vida baja abundante y
pletórico… así, tal y como un evento
conciliador, y entonces encuentro a seres con los que mi
alma se expande y de los que me nutro hasta la próxima temporada de sequía. Seres
de luz, de escucha, de palabra fácil y de abrazo contenedor. Incondicionales.
Generosos.
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