Mi madre siempre me contaba de
ella que fue comadrona muy joven, con sólo 18 años y que no la dejaron ejercer oficialmente por ser menor de edad ya
que por entonces hasta los 21 no se alcanzaba ese privilegio.
La recuerdo como si la viera.
Vivía en el piso de abajo del de mis abuelos, en la casa donde nací. Ella estaba
con sus padres y sus hermanos, a quienes también recuerdo… Era una mujer rubia, robusta, alegre, siempre se reía. Y muy habladora. Para mí,
como niña resultaba ser una mujer atractiva por su personalidad.
La primera vez que tuve
conciencia de su profesión tenía yo 10 años. Mi tía parió a su primera hija en
casa de su madre –mi abuela- como años anteriores lo hizo mi madre con sus dos
hijas mayores. Escuché a los adultos decir que el parto lo había atendido
Vicentita, la comadrona. Y quedé extasiada con el relato del nacimiento de mi
prima.
Tres años más tarde, ella atendió el nacimiento mi hermana pequeña en casa. Tenía cinco años menos que mi
madre. Recuerdo a mi padre decirle a mi
abuela “levántese que Conchin está de
parto y me voy a por Vicentita”.
Fue una mujer muy apreciada en mi
familia. Conocí a sus hijas y a un niño que había adoptado y cuya historia
terminó de forma trágica. Para escribir esta entrada he querido averiguar si
todavía está viva y me he encontrado con que falleció en 2014 con 82 años. Y
con que le habían dado un premio de literatura por un texto que hacía
referencia a ese hijo… Pero aquí lo dejo porque ese no es el tema que me ocupa.
En estos días y con motivo de la 18 Semana Mundial por un
Parto Respetado y habiendo acompañado a mi sobrina en el nacimiento de su hija,
se han movido muchas emociones en mi sentir de Doula.
Confirmar que todavía se
trata a mujeres de manera poco digna ejerciendo un tipo de violencia muy sutil
al no tener en cuenta sus deseos, sus emociones. Saber que muchas mujeres en el momento del
parto siguen siendo ridiculizadas, infantilizadas, ninguneadas por las profesionales
que las atienden… me crea una sensación triste y de desamparo que siento en
carnes propias.
Seguir en este empeño mío de que las mujeres estén acompañadas
por quien ellas deseen e intentar que no las hagan elegir entre su pareja y su Doula…
son acciones que de algún modo me debilitan y sin embargo, por otro lado sirven de acicate
para seguir perseverando en esta tarea de ir concienciando de la necesidad de
que las mujeres embarazadas sean las únicas protagonistas de lo que en su
cuerpo sucede y que cuando llegue el momento del parto, encuentren a una
comadrona empática, respetuosa, experta y lo suficientemente actualizada para
atender a esa mujer sin intervenir si no es absolutamente necesario en un proceso tan fisiológico y tan mágico.
Es el de comadronas un colectivo
que, afortunadamente, está retomando el poder que se les quitó hace unos años. Con
el corazón en la mano sé que el parto normal ha de ser atendido por comadronas
y que es necesario se les conceda más autonomía para no estar supeditadas a las
decisiones de quien está por encima de ellas, como médicos obstetras y
ginecólogos. Para mí, una comadrona –y digo
una porque tengo especial preferencia porque sea una mujer- es la profesional por
excelencia para atender el parto.
Sin embargo, a pesar de ser una
profesión sumamente digna y necesaria para el buen funcionamiento de la
sociedad, no me atrevo a decir que la respeto en su globalidad pues los
colectivos están formados por personas. Y como en todas las profesiones, todas no son
buenas profesionales por lo que no todas merecen mis respetos. E hilando
todavía más fino, en mi caso particular, respeto profesionalmente a quien me
respeta como Doula, a quien entiende lo que hago y considera mi pequeña
aportación a la mejora de la atención en el parto, en el nacimiento.
Me voy a centrar en la cantidad
de comadronas que he conocido y que merecen mi más profundo reconocimiento y en
las que confío para que vayan esparciendo la semilla de la renovación, de la
tolerancia, de la apertura dejando atrás las costumbres obsoletas, actualizando
sus formaciones y reconociendo el papel de la Doula.
Recuerdo ahora a dos mujeres muy
diferentes unidas por el amor a su profesión. Teresa, una comadrona jubilada
que me recordó a Consuelo Ruiz-Vélez Frías porque sigue trabajando por las
mujeres y la mejora en los partos. Y
como contrapartida a María, una comadrona muy joven pero con un espíritu y una
sabiduría innata que me emociona. A ambas las conocí en la formación de Salud
Mental Perinatal y a ambas les he mostrado mi reconocimiento y respeto. Y ambas lo han hecho con mi trabajo.
Comadronas con formación de Doula
que tienen un encanto especial, una dulzura y una comprensión de la naturaleza
femenina que intuyo un regalo el parir con ellas. Y menciono a Rocío, mi
ibicenca preferida. Y a Carmen María. Y a otra Rocío, la andaluza.
Comadronas de parto en casa, como
Teresa, Gemma, Mireia... Comadronas activistas como Sonia, Irene... Comadronas hospitalarias con las que he
compartido largas horas de partos acompañados, como Nuria, Lena, Silvia, Ana…
Comadronas de atención primaria, como Begoña, Mar, Carmen…
No voy a citar a más, aunque más
de una se me quede en el tintero. Son comadronas que están trabajando por el
cambio. Son mujeres capaces de reconocer que hay otras mujeres que quieren lo
mismo que ellas que no es otra cosa, al fin y al cabo, que el bienestar de las
madres y de los bebés. Comadronas que me
han escuchado, que han atendido a mis palabras cuando les he explicado qué es
lo que hago como Doula y cuál es mi deseo: caminar a su lado para cambiar el
mundo desde el nacimiento. No es otro. De Verdad. Mi tiempo es limitado y me
gustaría ver esta realidad antes de que cierre los ojos definitivamente.
Así es que trabajemos por ello,
queridas comadronas. Vosotras tenéis la fuerza… yo la ilusión y las ganas. Hagamos
que sea posible.
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