En más de una ocasión hemos
escuchado aquello de que “no nos den a
pasar todo lo que seamos capaces de aguantar”. Y es que hay momentos en que
se juntan un cúmulo de causalidades que
nos llevan a plantearnos qué está sucediendo para tener que pasar por esos
trances…
Acompañar en la vida es algo
maravilloso, ver nacer a un bebé es lo más gratificante que el cielo me está
regalando los últimos años. Sin embargo, también hay momentos en los que me surge acompañar en la muerte, en procesos de despedida de este plano físico… en despedidas de proyectos e ilusiones…
Tengo
muy integrado en mi día a día, la figura de mujer que acompaña, pues se presentan situaciones para compartir
desde la escucha, la empatía, el llanto, la rabia… gestión de unas emociones
que, en ese momento me dejan hecha polvo y que me llevan, necesariamente, a una nueva reconstrucción de mi ser.
Hace casi un año, uno de mis
hijos comenzó un proceso de separación de su pareja. No está siendo nada fácil
y como madre, aunque intente separar lo suyo de lo mío, este acompañamiento es
de lo más doloroso que he vivido. Porque
simplemente estar a su lado ya supone un ejercicio de contención. Porque
separar emociones sin implicación no es fácil. Porque acompañar a una persona que amas y verla sufrir hasta lo
insospechado, me rompe el corazón. Porque hay unos niños que también sufren
y porque no desearía ni a mi peor enemigo que tuviera que pasar por esta
situación de rotura y desgarro emocional…
Confieso que he necesitado ayuda
psicológica para saber mantenerme en mi puesto, para escuchar ambas partes,
para no decir más allá de lo que debo, para no mostrar más allá de lo que
siento…
Si sobrellevar una situación de
duelo puede resultar agotador, no digamos cuando en un determinado momento, por
esas cosas incomprensibles (o al menos en apariencia) se alinean los astros y se
juntan varias circunstancias en la que se ofrece la escucha, el silencio, el
abrazo, e incluso, se comparte el llanto…
Una joven muy querida para mí ha
estado en una de esas pruebas duras que se nos presenta sin avisar: su abuela
estaba entre la vida y la muerte. Gestionar su despedida era enfrentarse al
dolor, pues ella se había criado con su abuela y había sido su mujer de
referencia. Por varios motivos que no vienen al caso, el cuidado hospitalario y
la respuesta familiar no era de su total acuerdo, con lo que todavía hacía más difícil
la separación. A pesar de que no he estado con ella en presencia, si lo he estado a través del teléfono
y he sentido, y compartido su angustia y sus lágrimas…
Otra mujer a la que acompañé en
el nacimiento de su hija, me llamó para
decirme que su madre se moría. No tiene hermanos, ni más familia. La angustia la
estaba invadiendo y no tenía, en ese momento, con quien compartirla. La estuve
visitando en su casa, manteníamos el contacto a través del teléfono y me
comentaba cómo estaba siendo el proceso y en qué situación estaba la mujer que
la había parido…
Llegado un momento, su dolor era
tan grande que fue reclamada mi presencia física y así me desplacé al hospital
donde estaba con su madre. Entré con ella en la UVI y ante la presencia de un
cuerpo casi inerte, la animé, a pesar de su humana reacción de no aceptar el
final, a que se despidiera de ella pues
presentí pocas horas de vida en aquel cuerpo que se había rendido frente a la
lucha por mantener la vida…
Este es otro caso. Ella es una
chica joven, estaba embarazada de su segundo hijo. Me llamó para decirme que el
crecimiento embrionario se había parado en la semana 9 y ante las
posibilidades que le había ofrecido el ginecólogo para que finalizara el
proceso físico, se había decantado por un manejo expectante. Había decidido
compartírmelo y sintiendo su dolor, tras escucharla, decidí que iba a acompañarla -si ella
quería- en este proceso, durara lo que durara.
Estuvimos en contacto muy a
menudo. Ella estaba triste pero al mismo tiempo comenzó a adquirir una serenidad
que me maravillaba. La animé a despedirse de ese ser diminuto que, aunque ya no
latía con vida, sí había estado en su útero. Y así lo hizo, le hablaba, le
agradecía…
El proceso era muy lento, los
días pasaban y no se producía el sangrado. Sin embargo ella, seguía esperando desde
la aceptación de lo irreversible…
En un momento dado comenzó a
soltar hilillos de sangre, indoloros, apenas perceptibles los cambios… y el
tiempo seguía transcurriendo. Confieso que empecé a intranquilizarme pues había
pasado más de un mes desde que el médico le dijo que su embarazo no seguía el curso
deseado. Y así la animé a que visitara de nuevo al ginecólogo quien, al verla
le confirmó que de algún modo había que ayudar a que el cuerpo reaccionara y le
recetó progesterona.
El resultado fue rápido, comenzó
con contracciones, sangrado y expulsión de restos y coágulos. En todo momento
estuvimos en contacto pues esa era la hora de la verdad, la despedida final
aunque la pequeña alma hacía tiempo que había abandonado su cuerpo…
Compartir este proceso ha sido un
regalo para mí y así se lo hice saber a ella. La escucha, contención,
comprensión, acompañamiento en un proceso de despedida gestacional requiere de
la palabra apropiada, del silencio justo, de la escucha constante… de la
emoción contenida.
No solamente hacemos duelo cuando
se trata de seres queridos, los duelos son necesarios ante la pérdida de todo
lo que suponga inversión de ilusiones, de cariño, de energía…
Comencé este proyecto junto a mi
hija hace apenas dos años. Fue una idea suya y quiso compartirlo conmigo. Como en
otras ocasiones, mi apoyo fue incondicional. Yo me encargaría de las gestiones
físicas, de las redes sociales, de atender el teléfono, de organizar talleres…
ella sería la responsable legal y económica del proyecto.
No negaré que tuvimos muchas
reservas pues sabíamos que nuestra ciudad no es una plaza fácil para estos
menesteres. Baste decir que el día de la inauguración, a pesar de haber
invitado a muchas personas relacionadas con la maternidad y con las que de una
manera y otra teníamos contacto, solamente vinieron tres: una psicóloga, una
matrona y una Doula, y a pesar de que podría haber sido un mal presagio, no lo
tuvimos en cuenta. Por el contrario, fueron amigos y familiares quienes nos
desearon muchos éxitos en esta nueva empresa.
Se hicieron muchas actividades: clases de yoga para embarazadas, clases de yoga para mamás y sus bebés, talleres de lactancia, de BLW, de primeros auxilios, de porteo, de signos para
bebés... Hubieron consultas de psicología, de recuperación de suelo pélvico... Se reunió un grupo de madres para hablar de crianza... Se hicieron talleres de musicoterapia para niños y niñas pequeños... Se hicieron charlas, encuentros, formaciones… Se creó un Círculo de
Maternidad donde tuvimos la oportunidad de conocer a mujeres poderosas,
extraordinarias…
Lamentablemente no todas las actividades propuestas fueron
lucrativas, por qué no decirlo. De hecho, si así hubiera sido no habríamos
llegado a la situación insostenible a la que hemos llegado, viéndonos en la
necesidad de cerrar el local… y con todo el dolor de nuestro corazón, decir
adiós a este proyecto que nació desde la ilusión… y la necesidad. El duelo
siempre tiene su proceso y hasta que no saquemos de Entrenosotras el último enser, seguiremos
añorando lo que podría haber sido y no fue…
He relatado varias cuestiones en
las que el acompañamiento es el eje. Procesos de despedida en los que hay un
aporte extraordinario de emoción, de energía, con el consiguiente agotamiento.
Excepto la situación de divorcio cuyo final todavía está por venir, todo lo
demás ha transcurrido en el plazo de 24 horas esta semana pasada. Como decía al
principio de este texto, que no nos den a
pasar todo lo que podamos soportar y aunque no han sido situaciones vividas
en primera persona, sí lo han sido desde el sentimiento y la presencia
emocional. Por suerte, la capacidad de resiliencia del ser humano es
insospechada…
Tras estas experiencias y “por
casualidad” en estas fechas y como en
años anteriores tenía una reserva para marchar fuera un tiempito. He estado
cuatro días de desconexión con unas mujeres a las que me une un amor
incondicional, amigas de toda la vida, compañeras desde nuestra más tierna
infancia… Cuatro días junto al mar sin hacer otra cosa más que hablar de temas intranscendentes,
sin conexión con Internet, sin saber apenas qué pasaba por el mundo, con la comunicación
justa con la familia… Cuatro días de comer y dormir lo necesario, de pasear por
la orilla del mar, y nadar, y tomar el sol… Cuatro días para desconectar y
resetear, para retomar fuerzas, para vivir y sentir, para agradecer y volver
con la mente clara para seguir tomando decisiones, para seguir acompañando lo
que quiera que la Vida me presente…
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