Escribo
este relato de parto a petición de Iris. Ella ha ido aportándome algunos
datos, yo los he reflejado en el texto y posteriormente, la protagonista de
esta historia, los ha ido comprobando y corrigiendo hasta que ha dado el visto
bueno para su publicación.
Como en anteriores ocasiones, compartir un relato de parto por iniciativa de la propia mujer que ha parido, no tiene otra finalidad que hacer ver que parir es un proceso natural, fisiológico, salvaje y totalmente transformador.
Antes de comenzar, quiero aportar
algo por mi parte.
Conocí
a Iris en 2013. Quería formarse como doula. La información positiva que su
madre le había transmitido del parto y la crianza, la experiencia al ver nacer
y crecer a sus sobrinas, su interés por temas relacionados con la maternidad,
la llevaron a formarse en 2014.
Iris es una mujer sencilla, amorosa, discreta, serena, reservada… Nuestra
relación siguió más allá de su formación. Un día me dijo que su pareja y ella habían decidido ser padres y querían que
les acompañara en este viaje. Y el embarazo no tardó en llegar.
A pesar de residir en Castellón,
vinieron varias veces a Valencia para encontrarnos y hablar tranquilamente
sobre cómo iba transcurriendo el embarazo y qué planes tenían cara al parto. Querían que estuviera con ellos en ese
momento también, y comenzamos a elaborar un plan.
Su fecha probable de parto era el
5 de agosto de 2017 (no lo olvidaría porque era la fecha en que nació mi nieta
Naia ocho años antes) y pariría en el Hospital de La Plana en Vila-Real, con lo
que yo me desplazaría a su casa en cuanto me llamaran.
El embarazo transcurrió con
absoluta normalidad. Su estado físico era muy bueno y, su confianza y seguridad en el parto era
total. No tenía dudas, no tenía miedos…
¡Me lo ponía muy fácil cada vez que nos encontrábamos! Y así se lo hacía
saber en cada ocasión.
El día 5 de julio acudió al
hospital elegido para entregar documentación y tener la primera visita
obstétrica en el centro. Al llegar, le pusieron monitores y detectaron
contracciones de las cuales ella no tenía conciencia ya que eran totalmente
indoloras. Posiblemente fueran contracciones de Braxton Hicks, pero como el
monitor indicaba cierta frecuencia decidieron monitorizarla más tiempo de lo
habitual. Confiesa lo molesta que estuvo
y lo impaciente que llegó a encontrarse tanto tiempo sujeta a unas correas. Le
pidieron analíticas, le hicieron un tacto vaginal ¿? y la
enviaron a casa.
Al poco me llamó para contarme lo
sucedido y me dijo que estaba molesta, que tenía una sensación como de regla y
estaba sangrando un poco. En principio pensamos que podía ser debido al tacto,
y quedamos en seguir hablando a lo largo del día.
En dos horas más o menos,
volvimos a comunicarnos. Las molestias persistían y el leve sangrado
también. Y así estuvimos en comunicación
toda la mañana hasta que a medio día, la molestia subió de intensidad.
Comencé a temer que fueran motivo de
parto... Acabando la tarde, a las molestias se habían añadido contracciones
lo cual ya denotaba que era algo imparable. Eneko había decidido nacer.
A las 22 h me dijo que las contracciones habían aumentado en
intensidad y frecuencia con lo que decidí irme a Castellón. Tenía hora y
media desde el pueblo donde yo estaba pasando el verano.
A veces ocurren cosas sinsentido que sacan de sus casillas al más equilibrado de los seres. Por la noche, a las 23 h y en una autovía como la del Mediterráneo, la circulación estaba prácticamente parada. Había mucho vehículo, muchos camiones y apenas avanzábamos. ¡¡Estaban de obras!! El corazón se me subía a la garganta…
Justo llegando a la altura de
Vila-Real, me llamo Iris con la voz alterada ¿por dónde andas?, me pregunto con un tono fuera lo habitual en ella.
Tal y como la escuché le pedí que
acudiera directamente al hospital y que nos veríamos allí…
Como ellos habían decidido, como habíamos
previsto, yo estaría acompañándola en dilatación hasta el momento de nacer el
bebé, así es que al llegar a urgencias me hice cargo de ella. Llegamos a paritorios, entré y permanecí a su lado en monitores más
de una hora. Le dieron zumo, le movieron el vientre, le hicieron un tacto…
Eneko parecía dormido. Puesto que estaba en semana 35, el informe nos lo dio un
ginecólogo. Le dijo que NO estaba de
parto… para mi sorpresa, y haciéndome un poco la tonta le pregunté cuánto tiempo podría estar así… Me contestó
que no se sabía, pero que podía pasar algunas semanas más, incluso un mes. La cara de Iris cambió radicalmente… y
nos volvimos a su casa a Castellón. Más tarde me dijo que al escucharlo pensó
que un mes así no lo podría soportar…
Al llegar a su hogar le propuse
que descansara lo que pudiera, así es que fue a su cama y se tumbó. Al poco rompió aguas. Su pareja bajó a
buscar una farmacia de guardia para comprar compresas de algodón, pues se
habían terminado. Me acerqué a verla y estaba
tumbada de medio lado con la pierna izquierda levantada, era la postura en que
más cómoda se encontraba. Le dije que si quería algo me llamara, y yo me tumbé en el sofá del salón junto a
Gea, la preciosa perra labrador que les acompaña desde hace unos años.
Pero a los poco minutos vino Iris
al salón. Apenas sin hablar me dijo que no estaba cómoda en la cama y se sentó
en la pelota, a mi lado. Sin embargo tampoco era su mejor postura. Y se quedó
de pie apoyándose con las manos en la mesa del comedor. Con los ojos cerrados
comenzó un movimiento constante, un balanceo de pelvis en todas direcciones… yo
la observaba y la abanicaba, para aliviar su calor, en silencio y pensando hasta qué punto se podrían haber
equivocado en el hospital…
Cuando llegó su compañero, Iris
nos dijo que no se encontraba bien, que le dolía mucho. Estaba cual leona enjaulada.
Y la invité a ir a la ducha. El agua caliente la aliviaba pero quería una inmersión,
así es que con la colaboración de su pareja, llenamos la bañera y la ayudamos a
tumbarse. Apenas cinco minutos y dijo que no estaba bien, que quería vomitar… su aspecto estaba cambiando a pasos
agigantados.
Salió del agua y le propuse que
se vistiera para ir de nuevo al hospital. Estaba en ese punto en que una mujer de parto ya no quiere
moverse… y comenzó a decir que no, que
no se quería ir ¡era necesario hacerla tomar tierra! Y con voz firme le
dije a su pareja que llamara al 112. Al escucharme preguntó por qué y le
respondí, tranquilamente, que si no se
quería mover, llamaríamos para pedir ayuda porque iba a parir y yo no estaba capacitada para esa atención. Así es que
rápidamente quiso vestirse, le pusimos algo de ropa y tomamos el coche para
volver a La Plana.
El tono de su voz había cambiado
considerablemente, el leve quejido se
había transformado en potente gruñido…
Al llegar a urgencias, apenas
podía mantenerse de pie. Le ofrecieron una silla de ruedas pero no la quiso. Y
la celadora, quien nos acompañó por el largo e interminable pasillo hasta
llegar a la sala de reconocimiento, aquella
que apenas cuatro horas antes habíamos abandonado, viendo su estado y que
tenía que parar cada dos minutos para pasar la contracción, fue rápida a por la silla de ruedas y le
dijo ¡siéntate que no vas a llegar!
Llamé al timbre y asomó la
matrona de antes ¿Otra vez aquí? Me
preguntó. Y le dije ¡SÍ, está de parto! Aún recuerdo su mirada como si estuviera pensando “y tú
qué sabrás…” Pero, por si era el caso, en esta ocasión no me dejó entrar e Iris pasó sola.
En quince minutos abrió la puerta y gritó ¡que pase el papá
de Eneko! Y me quedé esperando en la sala de espera, vacía a esas horas de
la madrugada…
Y al poco comencé a escucharla
gritar ¡está pariendo, me dije! Y tras
varias voces, el silencio. Estaba segura: había nacido Eneko.
Controlar el tiempo en
situaciones así es ciertamente desconcertante, pero estaba segura de que no
había transcurrido una hora desde que habíamos llegado por segunda vez, por los
apuntes que yo iba tomando. Iris había
parido: de medio lado con la
pierna izquierda levantada, era la postura en que más cómoda se encontraba.
Eneko había nacido la madrugada del 6 de
julio con una edad gestacional de 35 semanas y 4 días, y con un peso de 2,700
kg.
A la media hora aproximadamente,
el feliz papá salió a por mí y pude
abrazar a Iris ¡¡que estaba bellísima!! Y
dar la bienvenida al mundo a Eneko, un chiquitín sonrosado, precioso y perfecto,
quien mantenía los ojos abiertos mirando a su madre… Confieso la emoción y
la sorpresa, confieso la confusión en mi mente al pensar que hacía unas horas
nos habían dicho que podría estar “sin movimiento” incluso un mes… pero eso
quedó oculto en mis emociones, porque ahora
lo importante estaba en aquella habitación, en seguir acompañando al trío que
había comenzado una nueva experiencia como familia con un hijo ya en exterogestación.
El agarre al pecho se produjo
instantáneamente tan pronto lo acercó al pezón. Y ahí se quedó incluso cuando
los llevaron a la habitación pasado un tiempo.
Permanecí un rato con ellos. Iris,
estaba cansada pero tenía hambre y su chico le trajo un croissant que le supo a
gloria. Siendo consciente de que los
tres necesitaban descansar, y antes de comunicar a la familia que Eneko
había nacido y la habitación se llenara de visitas, decidí dejarlos solos y volver a Valencia. Paco me llevó a la
estación de Vila-Real y cogí el tren que salía desde allí hacia Valencia a las
11 de la mañana…
Gracias
infinitas a Iris por la confianza que, desde que nos conocimos,
depositó en mí, y a Paco, quien siempre
estuvo de acuerdo en respetar los deseos de la madre de su hijo. Gracias
a Eneko por permitirme conocerlo con apenas unos minutos de vida.
Y, otra vez, como en otras
ocasiones, Gracias a la Vida.
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