Hacía bastante tiempo que no
salía a caminar, reconozco que demasiado. Por una u otra causa, no encontraba
el momento, o tal vez, fuera porque no tuviera ganas. Sin embargo, tras el
proceso de acompañamiento y muerte de mi madre, necesitaba salir al monte para
recargarme, para ver si la Naturaleza podía aportarme una chispa de energía
vital…
Como teníamos concertada la visita con una guía oficial, al poco de
llegar allí y visitar el Centro de Interpretación, cogimos los bastones, el
gorro y los guantes y con un aire gélido comenzamos el descenso hacia los
primeros abrigos donde se halla una parte de las pinturas. Allí, tuve que
poner en marcha mi imaginación pues debido a lo mal que veo los rojos sobre los
ocres a causa de una deficiencia cromática que tienen mis ojos, apenas pude
disfrutar lo que los compañeros vieron. Sin embargo, el paisaje y la emoción
del momento ¡siete mil años de historia! me compensaron con creces.
De marcha otra vez, se unió a
nosotros un hombre llegado desde Suiza y puesto que chapurreaba inglés,
Marido aprovechó la ocasión para ponerle en antecedentes del valle y la zona
donde nos encontrábamos.
Una vez allí, Ana, la guía, nos mostró otras pinturas rupestres, que francamente apenas vi, y después de
permitirnos fotografiar con mucho cuidado algunas de ellas, emprendimos regreso
hacia los coches.
De camino, nos encontramos con un chozo, edificado a base de
piedra seca, al estilo que están hechos todos los muros que señalan los lindes
entre las parcelas de cultivo. Perfectamente restaurado, aprovechamos para
hacernos también, cómo no, unas fotos para la posteridad.
Imprescindible pasear entre los
almendros y fotografiarlos, ya que estaban en su más pleno momento de
floración. Parecían campos nevados, rosados algunos de ellos. Y con el aroma
que emiten sus flores, una sutil fragancia con olor a miel, fueron momentos de
puro relax y placer...
Y solamente nos quedaba visitar
el ermitorio de Sant Pau, con una interesante trayectoria que lo une a la
historia de los Cátaros. Allí, Montse, quien custodia las llaves de la ermita y
lo que en su día fue una hospedería para peregrinos, se encarga del pequeño
bar y además estudia con gran interés todo lo que envuelve a esta zona, nos
hizo una breve puesta al día de lo que cuenta la tradición, y después de
tomarnos algo caliente, un cremaet, para poder seguir en la intemperie con el viento cada vez
más frío que estaba haciendo, pasamos a visitar los edificios de piedra
construidos en el siglo XV.
En el
interior de la antigua hospedería –que parece ser nunca se llegó a usar como
tal-, muy interesantes los dibujos -grisalles- de
las paredes… una serie de ángeles con los ojos cerrados, una María Magdalena
embarazada, un estornino picoteando a una tortuga, un Saulo –San Pablo
después- caído del caballo y cuya cara era la imagen del Obispo de la época…
inquietantes imágenes, cuanto menos.
La tarde y las nubes cada vez más
oscuras se nos echaban encima, así es que cada cual, en su coche, emprendimos
regreso a Valencia.
Una vez en casa, recordando el
día, me sentí feliz por haber tomado la decisión de unirme al grupo.
Salir al monte, ver cosas
interesantes histórica y culturalmente hablando, charlar y reír con los amigos,
hacer ejercicio tomando el sol y el viento, comer bien, pasar un día de relax
junto a Marido ¿qué más puedo pedir?
Pues nada más, aquí os dejo unas
fotos (sacadas por él) para que os hagáis una idea. Y si no habéis estado por allí,
os animo a que organicéis una visita y disfrutéis de nuestro Patrimonio.
Agradecida a la Vida, cómo no,
porque me sigue dando mucho…
Comentarios
Publicar un comentario
Dime tu OPINIÓN, por favor, me interesa y mucho
Si no usas ninguna cuenta, ELIGE la opción Nombre/URL, luego ESCRIBE tu nombre o nick y deja en blanco URL.
Dale a continuar, escribe tu comentario, pincha en PUBLICAR un comentario...
Gracias.