Algo así me sucede a mí: si no miro las fotos que me hace Marido, no me doy cuenta de voy camino a otro cambio de década, porque, ciertamente, para muchas personas con relativa buena salud, la edad puede ser un estado mental. Y lo afirmo tras estos días en Lanzarote con un grupo de personas, dieciséis contándome yo, que oscilamos entre los sesenta y alguno, y los setenta y pocos años.
Este viaje estaba previsto desde hacía tiempo y aunque no tenía claro que pudiera ir, pues mi madre todavía estaba con vida, sí era una escapada que me hacía mucha ilusión. Siendo que la mujer que me parió se marchó para siempre en el pasado mes de enero, pude integrarme en esta expedición con las y los compañeros de las marchas habituales de Marido.
Lanzarote es una isla especial,
de eso no cabe duda. Con su paisaje
de montañas de fuego y grandes extensiones de coladas volcánicas; su flora que
sin ser espectacular está especialmente adaptada a las características del
clima; sus acantilados conteniendo con grandiosidad los envites del Atlántico;
sus poblaciones perfecta y armoniosamente urbanizadas, limpias, ordenadas,
acogedoras... Es una isla totalmente
distinta a cuanto paisaje yo había visto anteriormente, incluso muy diferente a
Tenerife, Gran Canaria y La Palma, otras islas canarias visitadas en
anteriores ocasiones.
Especial interés tuvo para mí,
debido a mi gran afición a este tipo de plantas, el Jardín de Cactus diseñado también por Manrique. Momentos de sentir el corazón desbocado
viendo cactus, euphorbias y suculentas varias que pude reconocer, muchas de las
cuales tengo en mi pequeña colección particular.
La espectacularidad de los grandes columnares,
los enormes grusoniis (asiento de suegra), lo bien cuidado que está el jardín y
la delicadeza con que se han tratado a las distintas especies… me sentía pletórica cuando, además, alguna
compañera o compañero, sabiendo de mi afición por estas especies, me preguntaba
algo que, desde mi humilde conocimiento, les explicaba emocionada.
No voy a detallar paso a paso
todo lo visitado porque para eso está la información al alcance de cualquiera
que pueda entrar en Internet. Prefiero
dejar plasmado en estas líneas mi sentir, la emoción vivida en estos días, como la que me produjo llegar hasta el cráter del
volcán de La Corona, y evocar la grandiosidad de la montaña en erupción, cerrar
los ojos e imaginar la lava siendo escupida con enorme fuerza por la boca de
esta montaña de fuego, hoy apagado.
Sentirme sobrecogida
mientras dábamos un paseo subidos en una gua-gua (autobús) por el Parque Nacional del Timanfaya, notar que
se me paraba la respiración en determinados momentos, como cuando sobrepasamos
un lugar llamado El Mar de la
Tranquilidad… donde sólo se podía escuchar el silbido del viento entre el
silencio de las finas arenas, consecuencia de años y años de erosión de las
rocas por las fuerzas de la Naturaleza.
La Cueva de los Verdes profunda y silenciosa, donde se podía ver el
magma enfriado y la piedra retorcida. LosHervideros, donde la bravura del océano se muestra al introducirse el agua
bajo el acantilado rocoso y lleno de agujeros para volver a salir en forma de
espuma y estruendo. Las Salinas de Janubio, con sus distintos niveles para la
decantación del agua y las montañitas de sal extraída y preparada para su
comercialización. En el sur, la zona de
acantilados y Playas de Papagayo, que
ellos -las y los- compañeros senderistas recorrieron de norte a sur, y yo solamente en parte, sorteando piedras
por la zona rocosa, alcanzando calas y subiendo dunas.
La visita a la casa donde pasó sus últimos dieciocho años José Saramago me
sirvió para descubrir el lado humano de este escritor desconocido para mí, ya
que, confieso, comencé a leer "Elogio de
la ceguera" y lo dejé a las pocas páginas.
El encuentro con Nereida, una
compañera DOULA a la que conocía a través de las redes, fue otra de las
emociones sentidas e integradas en estos días.
Al saber que vivía en esta isla, me puse en contacto con ella, quien
amablemente se desplazó desde su casa en un pueblo cercano y vino a darme un
abrazo ¡y un obsequio! Gracias compañera, tu sonrisa y tu amable rostro ya
forman parte de mis más agradables recuerdos.
Agradecer, también, la visita de
Fernando, un amigo de toda la vida de Marido, quien se desplazó desde Gran Canaria donde tiene su residencia habitual, para compartir una jornada de camino y cháchara con nosotros.
Días distendidos de caminar,
tomar el sol y el viento ¡mucho, muchísimo viento!; de ver Naturaleza abrupta y
salvaje; de comer buenos pescados del Atlántico y beber buen vino de uva Malvasía
cultivada en la isla; de muchas, muchas risas y algunas confesiones…
Y como reza en el título de esta
entrada, ahí fue donde celebré mi sesenta y seis cumpleaños ¡66!. Con las
felicitaciones de mis compañeras y compañeros, con la alegría de Marido al
estar compartiendo con él durante estos días su amor a la montaña, a los
senderos. Por cierto, ya en la intimidad brindamos con una botella de cava que
el hotel tuvo la gentileza de regalarme, pero de esto no voy a contar nada más...
Una semana fuera de casa, en un entorno privilegiado, con personas amables y divertidas. Una semana sin hacer nada más que regalar la vista, fortalecer el cuerpo, ensanchar el alma, cultivar el espíritu… una semana que me han traído de vuelta al hogar con energías renovadas y como siempre, dando gracias a la Vida que me sigue dando tanto…Como en ocasiones similares, gracias especiales a Marido por las fotografías, hechas con tanto esmero y sobre todo, con tanto AMOR.
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