Partiendo
de la definición más habitual de que una doula es “la mujer con experiencia y formación que acompaña emocionalmente a otra mujer en uno o varios procesos durante su
maternidad”, sería lógico entender que, para acompañar en sus emociones a
otra mujer, la doula debería mantener las suyas en perfecto estado de armonía.
Y para ello es preciso, además de formarse constantemente, mirarse y revisarse
durante el periodo que duren los acompañamientos.
Por eso
es importante el trabajo personal y tener sentido crítico para no darlo
todo por válido.
Conocer
e interpretar las distintas emociones y sentimientos para poder identificarlos
en nosotras mismas, gestionar nuestras emociones “negativas”, expresándolas,
poniéndoles nombre y aceptando que también están en nosotras porque tienen un
sentido de supervivencia, porque forman parte de nuestro desarrollo evolutivo.
Las emociones necesitan ser comprendidas para evitar que resulten dañinas en un
momento concreto durante un acompañamiento.
Pueden
ser muchas las razones por las que una mujer decide ser doula. Unas lo serán
tras haber tenido unas experiencias maravillosas en su proceso de embarazo, parto,
posparto, etc. y, desde ahí, se sentirán
capacitadas para acompañar a otras mujeres en su devenir como madres.
Otras
elegirán hacerlo desde experiencias dolorosas, incluso traumáticas. Éstas
querrán acompañar mujeres para, de alguna manera, “defenderlas” de lo que a
ellas les pasó y evitar, de esta forma, que repitan su propia historia.
Y
algunas, tal vez sin haber sido madres todavía, se decantarán por ser doulas
creyendo que es un modo de ganarse la vida como otro cualquiera...
De
entrada, al igual que en todas las profesiones en las que se trabaja con personas,
actuar como doula debería de ser una ocupación muy vocacional ya que, la
cercanía, el trabajo cuerpo a cuerpo, mente a mente, corazón a corazón, tiene a
la larga un coste emocional y es necesario saber qué queremos, dónde tenemos
nuestro límite y aprender a gestionar nuestras emociones para que no nos
invadan.
Revisar
las propias emociones puede ser como abrir la caja de Pandora. Tal vez afloren
miedos ocultos, dolores no superados, frustraciones escondidas. Al revisar
nuestras emociones necesitamos hacer un trabajo con la conciencia puesta en lo
que sentimos y lo que vamos encontrando, porque puede que incluso hallemos
patrones que repetimos y al mismo tiempo rechazamos, de nuestra madre, de
nuestra abuela...
Gozar
de una buena salud emocional requiere de un trabajo personal basado en la auto
revisión, en mirar y nombrar aquello que nos grita desde dentro y que tal vez,
no sepamos de donde viene.
En el
caso de las doulas, ha de ser así. Nutrirse para poder nutrir, sanarse para
poder acompañar sin sombras… no podemos dar aquello que no tenemos.
Sabemos
que desde el momento en que una mujer se piensa como madre, se sumerge en una
serie de emociones que la acompañarán más allá del puerperio y que estas
emociones le van a generar unas determinadas hormonas. Si se siente feliz y sin
miedos, le acompañarán las hormonas de la felicidad: endorfinas, oxitocina,
etc. Si, por el contrario, vive los procesos con temor y angustia, la
adrenalina y el cortisol predominarán en la química de su cuerpo. Para muchas
mujeres estas experiencias marcan un antes y un después en sus vidas. Y para
algunas, puede suponer un cierto desequilibrio emocional por no haber alcanzado
sus expectativas.
La
decisión de acompañar como doula ha de surgir de unas emociones saneadas. Antes
de llegar a trabajar, incluso antes de formarse como doula, lo primero es
plantearse por qué quiero serlo. Y tener
siempre presente que la doula no es una figura salvadora de los embarazos, ni
de los partos, ni de los puerperios de ninguna mujer. La doula, como figura de
acompañamiento, está al lado de la mujer que la solicita, aportando la
información que ésta le pide y conteniéndola en las emociones que pueden llegar
a desbordarla. La futura doula ha de saber que ella no ayuda a la mujer a conseguir su parto ideal, puesto que hay todo
un entramado de emociones que intervienen en estos procesos y que corresponden,
íntegramente, a la mujer que va a ser madre.
Imaginemos
por un momento a una mujer que tuvo a su bebé mediante un parto intervenido,
medicalizado… un tipo de nacimiento que no era el que había soñado para su hija
o hijo, un parto del que le cuesta hablar aun habiendo pasado cierto tiempo y
del que tiene la triste sensación de no haber vivido, un parto traumático a
consecuencia de protocolos hospitalarios… un nacimiento que siente como robado. Imaginemos a
esta mujer acompañando, como doula, a otra madre en un hospital… o ha hecho un
trabajo personal para superar ese estado traumático o difícilmente podrá
olvidarse de su experiencia ante el acompañamiento de un parto intervenido, lo
cual la puede llevar a no ser la persona emocionalmente disponible que la mujer
que va a parir necesita.
Lo
mismo puede suceder en cualquier otro momento. Si a una mujer que va a ejercer
como doula le costó conseguir su embarazo, si su gestación la vivió con malos-estares
y miedos personales, si perdió a su bebé intrauterino, si la lactancia no fue
exitosa, si vivió una depresión durante el posparto… y esta vivencia dejó una
huella dolorosa, es necesario hacer un trabajo personal para superar cualquier
herida, cualquier trauma no sólo relacionado con la maternidad, sino también con
su propia historia de vida.
Desde
antes de nacer ya estamos condicionadas, incluso, por la manera en que fuimos
concebidas. El modo en que nuestra madre vivió el embarazo, nuestro propio
nacimiento, nuestros años de infancia, la relación con nuestros padres y
especialmente, con nuestra madre. Nuestra sexualidad. Nuestra relación con el
resto de personas del entorno cercano… No diré que para ser doula se necesite
una formación en Psicología, pero sí que debemos tener un profundo conocimiento
de quiénes somos, y en qué momento y lugar estamos para poder gestionarnos en
cada situación que se nos presente.
Porque
¿estamos seguras de que el hecho de haber sido madres ya nos capacita para
acompañar estos procesos? Sinceramente y
desde mi experiencia, creo que, por regla general, no es suficiente.
Tal
vez en algunos lugares donde las mujeres están muy conectadas con ellas mismas
y con su naturaleza femenina, países donde se vive en tribu y la maternidad se
comparte desde los cimientos, mujeres conscientes y sensibles... tal vez ellas sí,
pero en una sociedad como ésta donde vivimos, industrializada y deshumanizada, donde las mujeres viven sus maternidades muy
en solitario después de los mensajes recibidos desde una idealización de lo que
es tener hijos, puede que no sea siempre fácil encontrarse emocionalmente
estable y por tanto estar disponible para acompañar otras emociones ajenas.
También
es importante tener presente la necesidad de autocuidado y ser sincera y honesta
con una misma para mantener esa estabilidad necesaria y, en caso de no alcanzarla,
aceptar que tal vez sea el momento de dejar de acompañar, de descansar, con la
finalidad de estabilizar nuestro ser y tras un tiempo de recuperación
emocional, volver a aquello que tanto amamos: acompañar como doulas.
Y le
corresponde a cada doula saber con qué herramientas cuenta para ese
autocuidado, para adquirir esa nutrición, para mantener una estabilidad que le permita
acompañar siendo consciente de su papel y de que siempre es la madre y/o la
familia a la que acompaña, los protagonistas de su acompañamiento.
En
este autocuidado entra revisar nuestra necesidad de alimento y descanso cuando
acompañamos, por ejemplo, un parto, especialmente si llevamos muchas horas
junto a la mujer que nos pidió presencia. Saber en qué momento parar para
reponer energías sin que la madre se sienta abandonada. Saber de qué forma
poder desconectar nuestra mente, si es necesario, para disfrutar de un sueño
ligero que nos permita continuar despiertas el tiempo que reste de
acompañamiento.
Una herramienta
a considerar y que puede ser muy útil es el douleo
entre doulas, contar con una compañera o con un grupo de iguales donde
poder comentar y compartir nuestras experiencias acompañando. Un grupo y/o una
doula amiga que nos acompañe en el camino, que nos cobije, que nos contenga en
esas emociones que necesitamos gestionar. Una doula o un grupo con quien
conectar en un momento concreto… tal vez durante la constante presencia en un
parto largo donde ya nos sentimos física y emocionalmente agotadas y
necesitamos, como personas humanas que somos, unas palabras de ánimo que nos
hagan volver al momento presente y, de alguna forma, nos aporten esa chispa de
energía que precisamos después de tantas horas de alerta. Alguien con quien
hablar ante la posibilidad de una cesárea o cualquier otra intervención
necesaria y urgente, sabiendo lo que eso puede significar para la madre que
acompañamos. Es decir, apoyo, escucha y contención para nosotras, para esa
persona de carne y hueso que hay tras la figura de acompañante que somos.
También
tener presente la formación continua, especialmente en temas que estén
relacionados con la salud emocional en los procesos de maternidad, puede
aportar herramientas para gestionarnos y mantenernos estables llegado el caso
de alguna situación que, de otro modo, podría desbordarnos.
Personalmente creo que es
interesante una formación en salud mental perinatal para adquirir unos mínimos
conocimientos que nos puedan dar pistas de que algo no funciona como debería.
Reconocer, con humildad, que nuestro papel no es el de terapeutas si nos
encontramos frente a un caso de depresión, de trauma tras un parto intervenido
y medicalizado, de una cesárea de urgencia, de la pérdida de un bebé
intrauterino o perinatal.
Sabemos
la cantidad de depresiones pos parto que se quedan sin tratar como consecuencia
de no estar bien definidas y diagnosticadas a tiempo y la doula, como persona formada,
cercana e íntima a la mujer que ha parido, puede ser un elemento importante
para derivar al profesional cualificado.
Otra
herramienta interesante para autogestionarnos tanto psíquica como emocionalmente,
son los Círculos de Mujeres. Este es un
trabajo nutritivo. Estar con otras mujeres, conocer sus historias y sus
necesidades, darnos cuenta de que hay tantos pensamientos y formas de vida como
mujeres podemos acompañar, que nadie tiene la verdad absoluta, que cada cual
arrastra su propia historia como puede… Encontramos con mujeres con un
increíble afán de superación que han roto sus cadenas y otras que, consciente o
inconscientemente, permanecen atadas a ellas… ésta también es una oportunidad
de aprender en el día a día.
Participar
en una experiencia grupal donde las mujeres se sienten en igualdad, el
compartir miedos, frustraciones y alegrías da pie a que, eliminando esa carga
negativa que se ha ido adquiriendo al estar callada y tragarse los sentimientos y los miedos, dará pie a que nos sintamos mucho más seguras y capaces
de afrontar los acompañamientos desde el lugar que nos corresponde.
Disponer
de un espacio donde se pueda plantear un futuro con esperanza, donde las
mujeres se crecen y se sienten seguras adquiriendo responsabilidad, es una
experiencia preciosa y muy poderosa. El tema está en que, quien organice estos
grupos tenga claro cuál es su papel y dé el protagonismo a las mujeres, a las
madres que acuden a los talleres grupales. Hemos de ser profesionales con las
limitaciones muy claras y hemos de saber que las auténticas protagonistas son
las mujeres que acuden.
Y, por
supuesto, de nuevo desde la humildad, confiar en la terapia personal, contar
con una psicoterapeuta profesional y experta con quien poder comentar nuestras
emociones si nos sentimos desbordadas y donde seguir adquiriendo herramientas
para gestionarnos a lo largo de los acompañamientos.
Hay
psicólogas que a su vez tienen su propia terapeuta a quien acuden
periódicamente, para comentar, sanar, reorganizar sus emociones y poder, de
esta manera, seguir ejerciendo su trabajo. Y nosotras, como doulas, no podemos
desechar esta posibilidad de revisión y apoyo profesional.
Una
herramienta que también funciona en algunas personas y que podemos adquirir
siendo doulas es la meditación, ya que se ha comprobado que reduce el nivel de
ansiedad. Esta práctica se puede aprender para utilizar no sólo en momentos de
estrés, sino que se puede alcanzar el estado óptimo practicando la meditación y
la respiración consciente con cierta regularidad. Con esta técnica podemos
reducir la intensidad de las emociones negativas
que puedan asaltarnos durante un acompañamiento (miedo, desconfianza, ira
contra una actuación concreta…)
Para algunas doulas, incluso puede resultar interesante la práctica de yoga, tai chi, o cualquier otra disciplina que pueda
ayudarle a desconectar su mente y relajar su cuerpo, acondicionando de esta forma,
su espíritu y sus emociones.
Y el
gran espejo sin duda son las mujeres a las que acompañamos. Con cada una
descubrimos algo nuevo, en cada una sentimos una parte de nosotras si ponemos
en ello los cinco sentidos para ser conscientes de qué necesitan y qué podemos
ofrecerles sin que sea nuestra propia necesidad la que sea demandante. Mirarse
y revisarse, siendo honestas con las madres que quieren que estemos junto a
ellas. Y ser empáticas con las mujeres a las que acompañamos poniéndonos en su
lugar para comprender, aceptar y no juzgar sus decisiones, sus emociones.
Comentarios
Publicar un comentario
Dime tu OPINIÓN, por favor, me interesa y mucho
Si no usas ninguna cuenta, ELIGE la opción Nombre/URL, luego ESCRIBE tu nombre o nick y deja en blanco URL.
Dale a continuar, escribe tu comentario, pincha en PUBLICAR un comentario...
Gracias.