El pasado 28 de septiembre
cumplió 100 años. Es la hermana mayor de
mi padre. Ha sobrevivido a sus tres hermanos varones. Ha enterrado a sus
padres, a un marido, a un hijo. Y aquí,
sigue, como ella decía hasta que Dios quiera (porque ha
sido muy creyente, aunque ahora dice que está enfadada con Él por mantenerla
aquí tanto tiempo).
Por circunstancias personales,
que no importan a nadie, está en una residencia. Muy bien cuidada, muy bien atendida. No le falta de nada, hay orden, limpieza,
buena comida… pero está sola. Y, se siente sola...
En principio, cada vez que voy a
verla, no me reconoce, pero cuando le pregunto si se acuerda de su hermano
Antonio, la cara se le ilumina y sonríe ¡claro que me acuerdo, cómo no voy a
acordarme! Y entonces le digo que soy la mayor de sus hijas. Y me
abraza, y se ríe. Aunque pasados unos minutos me lo vuelve a preguntar.
Las visitas que le hago suelen
ser cortas, apenas se puede mantener una conversación con ella porque vuelve al
momento presente ¿Quién eres? ¿Cómo sabes que
estoy aquí? ¡Cuánto tiempo sin verte! Aunque haya ido hace poco…
A pesar de su edad y de su
pérdida transitoria de memoria, recuerda perfectamente algo que marcó su vida
¡con lo que yo he trabajado y mírame, ahora aquí! Yo querría estar en mi casa…pero no puede
ser (hace años que no tiene casa…) ¡la vida es una porquería, tanto trabajar
para esto!
¿Tienes hijos?, me
pregunta. Y le digo que tengo hasta
nietos… ¡no trabajes mucho, vive la vida porque al final mira…! Y se vuelve a entristecer, para
decirme que no me conoce, que quien soy y por qué he ido a verla…
Cada vez que voy a la residencia,
salgo contenta, por un lado, al verla así me alegra ver su fortaleza –me cuenta
que no le duele nada, que come muy bien, que duerme divinamente- pero por otro
lado no puedo evitar sentir una tristeza enorme al ver cuánta razón tiene… y mi
cabeza empieza a dar vueltas mientras mi corazón se va encogiendo…
¿Es justo terminar así? ¿Para qué vivir 100 años? Y aunque no quisiera llegar a esa edad, me
pregunto qué será de mí, dónde me veré cuando sea esa anciana desmemoriada,
sorda y cabezona que voy a ser…
La última vez que llevamos a mi
madre a ver a su cuñada, salió de allí llorando… posiblemente se preguntara lo
mismo que me pregunto yo, aunque con una diferencia abismal.
A mi madre la han cuidado sus
hijas hasta el último momento. Ha estado
atendida y, aunque en algún momento nos hablaba de su soledad (esa soledad interior...), han
estado sus hijas para acompañarla. Mi madre
murió en su casa, en su cama, rodeada del amor de sus hijas…
Me pregunto qué pasará con los
ancianos de mi generación cuando, nuestras hijas e hijos no están acostumbrados
a cuidar pues, entre necesidades económicas (o no), las horas de trabajo fuera
de casa, el poco valor que se les da a los cuidados y que ciertos grupos
feministas se estén encargado de devaluar constantemente…
Me pregunto qué pasará cuando, una
generación de madres y padres no han cuidado de sus bebés, llevándolos a los
cuatro meses a las guarderías, cuando los políticos se empeñan en que las
mujeres (y los hombres) sean productivas y dejen a sus criaturas lo más pronto
posible al cuidado de otras personas…
He llevado unos días movida,
sí. Y ahora escucharé miles de
argumentos. Que para qué has tenido hijos. Que
nadie te dijo que fueras madre. Que los
hijos no se tienen para que nos cuiden. Que
han de hacer sus vidas… SÍ, SÍ. Lo sé. Pero una cosa es la teoría, que me la sé toda
y más, y otra la práctica, la cruda realidad.
Cuando los hijos son pequeños
estamos en una nube con ese amor incondicional que nos profesan. Cuando somos mayores…
Si a mi tía le hubieran dicho
cómo se iba a ver a sus 100 años, no hubiera dado crédito. Y repito, está allí porque la vida, en
ocasiones nos hace elegir. Y tenemos todo el derecho del mundo a hacerlo.
En fin…
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