Relato de parto: el nacimiento de Mora



Han pasado poco más de tres meses desde que nació Mora. Poco más de un año desde que me enteré de que estaba embarazada. En el medio, me mudé de país. A veces pienso que Mora vino a acompañarnos en el viaje, en una mudanza y una transformación total de identidad.

Ya mucho antes de quedar embarazada había decidió que quería un parto fisiológico, amoroso y consciente. 

Cuando llegué a España embarazada de cinco meses y un poco, ya mudada a un pueblo bien alejado de Valencia, empecé a buscar qué posibilidades ideales y reales tenía para poder parir como deseaba. Necesitaba a una mujer que me acompañara como si fuese mi madre,  una mujer con la que conectar. 
Conocí a Concha en esta búsqueda. Apenas hablé con ella me sentí contenida y bien acompañada, guiada e informada, pero con libertad de elegir sin ser juzgada.

Días antes de que el parto se desencadenase, me sentía distinta, estaba segura de que el momento estaba llegando y el dolor lumbar empezó a aparecer. Miro fotos de esos días anteriores y mis gestos, mi piel y la enorme panza hermosa, así lo anunciaban. 

Empezó una madrugada con lentas y suaves contracciones. Me desperté en la noche porque me sentía mejor lejos de la cama. Me tumbé en el piso de la enorme habitación en la que dormía con Rodrigo. Empecé a moverme lentamente, a respirar y conectar con el momento, invoqué a mi guardiana y a todas las mujeres que habían aparecido en mi mente días anteriores con los visualizaciones de hipnoparto. Hablé en silencio con Mora, mi compañera.
Las contracciones fueron disminuyendo hasta que volví a la cama y me quedé dormida. 

Apenas me desperté le escribí a Concha contándole. Era 12 de junio. Ese mismo día por la tarde temprano a eso de las dos de la tarde volvieron las contracciones. Subí a la habitación y la oscurecí. Empecé a meterme dentro mío.

Al rato hablé con Concha para decirle que se estaba intensificando las contracciones, me dijo que vendría en un rato. Cuando llegó me abrazó y le comentó a Rodrigo que me preparara una limonada con canela y miel.

Nos quedamos solas en la habitación, ella era una presencia silenciosa casi invisible pero que me daba seguridad, confianza y contención. Empecé a sentir más intensidad en el cuerpo, a vocalizar la A, la O,  a necesitar estar en cuatro patas. Me iba agarrando y desplazando por la habitación. En un momento le dije a Concha que estaba lista para ir al hospital. 

Me puse las gafas de sol para salir a la calle, nos subimos al auto. El viaje era largo, pero Rodrigo fue a toda velocidad. Aún lo recuerdo con gracia, la cara de Concha diciéndole a mi pareja que no había prisa, los 140 km/h de velocidad. Rodrigo que decía estar tranquilo ¡jajaja...! Las contracciones en el auto eran más intolerables. Estar quieta sin poder moverme era difícil de llevar.

Llegamos al hospital me hicieron un monitoreo, tacto... 2 cm... Me ingresaron. Las contracciones habían parado un poco por el cambio de ambiente, la luz, las palabras. Apenas entramos a la habitación oscurecimos todo. Empecé lentamente a volverme hacia adentro, a recuperar el diálogo con mi cuerpo y con Mora que había dado la señal a mi cuerpo para salir. 

Las contracciones retomaron su ritmo, cada vez más intensas. No lo recuerdo como algo doloroso, solo la sensación de apertura total, de intensidad extrema, de transpiración y de desconexión total con respecto al mundo.

Tenía mucho calor. Concha estaba sentada, apenas observando. Algunas veces me propuso ir a la ducha, con la pelota y mientras me ponía agua caliente en la zona lumbar yo gritaba muy fuerte la A la O, retorcía mi cuerpo.

Cada vez se hacía más concreta la presencia de Mora. Intentaba bailar las contracciones, pero a veces, tenía que llegar hasta el piso agachada para tolerarlas, las sentía como olas que iban y venían abriendo lentamente mis huesos, mis músculos, mi emoción. No me resistí. Me abandoné y me entregué al dolor, a lo que venía, a una fuerza que ya no se iba a detener. Nada me importaba. 

Era como si estuviese sola con Mora abstraídas, en un tiempo y espacio que no compartía con nadie y que solo Concha ingresaba en el momento exacto que la necesitaba sin que tuviese que pedirlo. Recuerdo varias veces mirar a Concha y decirle "estoy temblando" "me tiemblan los músculos del cuerpo". 

Un tacto más... 3cm... Yo ya sentía mucha intensidad. Cada vez gritaba con más fuerza, necesitaba abrir más y más mi boca. Estábamos en la habitación de planta y recuerdo ir caminando con el enfermero por el pasillo, hacia paritorios, y tener que frenar, agarrarme de la pared, agacharme y gritar. 

Volví a la habitación y seguimos...sentí ganas de ir al baño. Cuando estaba por salir del baño, una contracción hizo agacharme al piso. Ahora que lo veo de lejos fue la primera vez que sentí ganas de pujar. Concha me dijo desde afuera ¿Mailén estas pujando? ¡Yo dije que no! ¡Jaja... ! Luego, hablando, me dijo que mi voz se había vuelto aullido, gemido, mucho más grave y profunda. 

Al salir, creo, me sugirió una posición distinta, subida a la cama, las rodillas abiertas y los pies juntos. 

En ese momento siento algo adentro, como un golpe, una caída, un peso. Hay moco y sangre. Le avisé, ella estaba tranquila, era el tapón mucoso que había acabado de salir... le dijo a Rodrigo que avisara a las enfermeras. Cuando bajé de la cama ya no podía cerrar las piernas. Mientras me llevaban a que me hicieran el reconocimiento, en la silla de ruedas, gritaba porque no podía moverme, quería empujar ahí mismo. 

No pude subirme a la camilla y fui directo con la partera (*) a la sala de partos. No pudieron hacerme ningún monitor intermitente. Me subí a la cama y en la misma posición, rodillas separadas y pies juntos, pujé tres veces (cuando lo sentí) y nació Mora. Sólo estábamos Rodrigo, la partera (*) y nosotras dos. 

Recuerdo agarrar a Mora aún con el cordón, ponérmela en el pecho, tan pequeñita, perfecta. Nos quedamos solos los tres, las luces bajas. Recuerdo preguntarle a Rodrigo que hora era... Las 6:25 de la madrugada... Yo me sentía como si nada, liviana, radiante, poderosa. 

Después de los meses que pasaron y mientras lo escribo me emociono mucho. No sentí miedo y creo que fue gracias a que Concha, Rodrigo y yo teníamos la convicción de que podía hacerlo, ya que mi cabeza se desconectó.  Mora y yo estábamos protegidas, dentro de nuestro mundo. 

Volvería a parir así una y mil veces. Fue la mejor experiencia que tuve en mi vida. El ritual más poderoso. 

Estoy enormemente agradecida, a Mora, a mi cuerpo y a Concha por permitirme transitar esta experiencia que es profundamente emocional, aunque se revele en nuestros cuerpos gestantes y deseantes. 

¡Sabemos parir!  Pocas semanas antes de parir me acompaño esta frase que leí por ahí... 
“Abre tu mente. Abre tu corazón. Abre tu boca. Abre tu vagina”


(*) En Argentina, la partera es la comadrona.




Comentarios

  1. Qué relato más bonito! Es maravilloso que cada mujer encuentre su modo de sentir y vivir su parto!

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    1. Así es. Maravilloso que sea la mujer quien elija, quien lleve a cabo sus deseos, al fin y al cabo el trance pasa por ella.
      Gracias por tu comentario

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