24 años de mi iniciación al REIKI

 


Corría 1996 y al terminar nuestra clase de yoga, la profesora, una mujer de cierta edad experta yogui y muy amorosa, nos dijo que esperáramos un poco pues nos quería comentar algo. En unos días vendría una amiga suya Maestra de Reiki para hablarnos de esta terapia de sanación. Ninguna persona de las que estábamos allí sabíamos de qué se trataba y al preguntarle nos respondió que ella no podía decir mucho, que la persona que vendría era una mujer sabia con mucha experiencia de vida y en Reiki…

Me quedé intrigada, la verdad, y al llegar a casa hablé con mi hermana Cristina para comentarle lo ocurrido. Ella sí sabía qué era el Reiki y me dijo que le interesaba acudir para conocer a esta señora.

El encuentro se produjo un día tras terminar nuestra habitual clase,  acudiendo también personas de otros turnos, así como familiares y amigos.

La Maestra de Reiki, una mujer mayor, se presentó, nos contó un poco su trayectoria personal y como practicante de esta disciplina y apenas dio información de qué se trataba, añadiendo solo las fechas y los precios. Nos dijo que, quien tuviera que hacerlo, lo haría pues su experiencia así se la hacía saber.

Lo cierto es que, con lo poco que contó a mí me cautivó. Recuerdo decirle algo así como que yo entendía que se trataba de una terapia basada en el amor incondicional, a lo que me respondió “exactamente”.

Todavía no sé por qué en enero de 1997 mi hermana Cristina y yo, con ocho personas más, comenzamos a iniciarnos en el primer grado de Reiki Usui Shiki Ryoho. Un fin de semana intensivo, de iniciación, de integración, de cariño y amabilidad, pocas palabras y silencio interior. De sentir. De SER. De ESTAR.

Al finalizar la Maestra nos dijo varias cosas que no se me olvidan:

  • El Reiki se transmite persona a persona, no hay textos. Se trata de una tradición oral.
  • Sus signos no se aprenden por escrito, se memorizan y se guardan en el corazón.
  • No se puede hacer Reiki sin permiso de la persona a quien va dirigido.
  • Es necesaria mucha práctica para integrarlo bien, para conocerlo y comprenderlo, para que quede instaurado más allá de la mente. Y ha de pasar cierto tiempo, al menos un año, antes de pasar al siguiente grado.
  • En esta antigua escuela solamente hay dos niveles: primero y segundo. Posteriormente, la maestría para quien se dedique a transmitirlo, por lo que no tiene sentido obtenerla si una persona no va a ejercer como tal.
  • No se tiene más capacidad de canalización, más Reiki,  por tener más niveles. El Reiki es una energía universal y la diferencia entre un nivel y otro es tener la apertura para canalizarla hacia distintos lugares o personas.

Todo lo que dijo se me quedó como grabado a fuego. Sentí las palabras que había escuchado y las hice mías.

Al día siguiente me sentía extraña, como si tuviera una llama encendida en mi corazón. Era tal la emoción que quería guardarlo en secreto, como un preciado tesoro. Y así comencé a practicar conmigo, y en casa con mis hijos ¡ellos me pedían que les pusiera las manos!  Se lo ofrecí a mi madre, a mi padre, le hice Reiki a mi suegra…

Y pasó un año. Y dos. Y tres… yo no tenía necesidad de pasar al nivel siguiente hasta que un día volví a sentir una llamada. Al principio fue curiosidad ¿y si voy a por el segundo? Había pasado ya diez años...

Por entonces ya se comenzaba a ver más por ahí, se “anunciaba” Reiki como si de una panacea milagrosa se tratara…

Acudí a un espacio donde ofertaban primero, segundo, tercer nivel y maestría. Éramos bastantes personas, mujeres y hombres, había un ambiente de fiesta. Mantras, instrumentos de percusión, risas y algarabía. La persona que supuestamente iba a hacer las iniciaciones nos pidió unos minutos de silencio y se puso a hablar de Reiki como algo etéreo, algo muy vago… Recuerdo que me hice un poco la tonta (como si no supiera de qué se tratara) y le pedí un poco más de explicación, y me contestó que el Reiki era danza, contacto, risas y abrazos, que me quedara con ellos y lo conocería. Puesto que soy muy intuitiva, sentí que aquello no iba conmigo, al menos no era el Reiki en el que yo me había iniciado y no tenía nada que ver con las enseñanzas que mi Maestra me había transmitido.

Busqué por algunos sitios más y en todos encontré algo parecido. Una mezcla de haceres, de “terapias” y rituales que no me convencían. Además, por entonces ya se ofrecía un tercer nivel que yo me preguntaba de dónde lo habrían sacado…

Y supe que la única manera de sentirme bien si quería hacerlo, era buscar a mi Maestra, aquella que me inició.  Así es que me puse manos a la obra con el único dato de que vivía en Barcelona, de donde había venido el año en que Cristina y yo nos iniciamos. 

Finalmente la localicé a principios de 2008,  y teniendo prevista para el mes de marzo una iniciación al segundo grado, marché a Barcelona ese fin de semana completo. Sábado y domingo intensos, practicando en las camillas unas personas con otras, memorizando todos los signos.  Los escribía en la pizarra, los llevábamos en nuestro interior y luego los borraba. Insistía mucho: "guardadlos en vuestro corazón, visualizadlos en vuestra mente…"

Volví a Valencia exhausta y contenta. Había decidido que no haría la maestría pues esto iba a quedar en algo para mí y las personas cercanas que me permitieran una imposición de manos.

Años después y solamente una vez, hice un tratamiento completo de cinco días seguidos a una persona que me lo pidió. Era alguien fuera de la familia, aunque próxima a mí. Ha sido la única vez que he cobrado por ello ajustando un precio de manera que ella pudiera asumirlo y yo, me sintiera en paz.  A pesar de que el maestro Usui dijo que había que cobrar los tratamientos, para ser honesta, me cuesta cobrar por ser transmisora, o canal, de una energía que no es mía.

Como cosa curiosa, a veces, mi hermana me pedía que le pusiera las manos a mi sobrina Violeta siendo muy pequeña y la nena se dejaba hacer confiada y atenta, aunque en un par de minutos me miraba y me decía “tía, me quemas” y me apartaba las manos. También mis nietos, si en alguna ocasión sus madres me lo han pedido “¡yaya, que me quemas!” Y se las quitaba enseguida…  ¡qué puras e intuitivas son las criaturas pequeñas!

Soy consciente de que hoy en día del Reiki que yo conocí no queda nada, que se han creado varias escuelas, que han añadido y quitado cosas. Que hay una excesiva mercantilización de esta sanación ancestral… y que yo sigo anclada en aquello que aprendí porque me cuesta mucho cambiar cuando he integrado algo de una manera tan emotiva y profunda como fue mi caso.

Reiki es una práctica que se queda en mi interior, de hecho, cuando acompaño como doula nunca cuento esta faceta mía porque no quiero que haya confusión ni nadie interprete algo que no es.

No sé por qué hoy he recordado todo esto, tal vez porque me he subido a limpiar el polvo de los diplomas y me ha venido esta evocación. Sé que son unos papeles que justifican un tiempo –y un dinero- invertido. Sé que el verdadero valor es intangible e incalculable. Sé que, si aquello llegó hasta mí y lo acogí, es porque tenía que ser, no busco más allá ni pretendo ser más que una acompañante de vida y una escuchadora de historias y experiencias…

 

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