El parto de Claudia y el nacimiento de Río


Otra mujer que ha querido compartirme el relato de su parto tal y cómo lo ha sentido, tal y cómo lo recuerda.

Cuando nos encontramos por primera vez, me dijo que no tenía miedo al parto, sino que temía a los protocolos hospitalarios, a no ser respetada, a no ser tratada como ella quería. Como si tuviera una premonición...

Me habréis visto decir cientos de veces lo afortunada que me siento,  porque es verdad, absolutamente.  Compartir momentos íntimos, emociones, miedos, ilusiones y esperanzas con una mujer embarazada, estar con ella en su preparto hasta donde los “protocolos” hospitalarios me permiten y seguir a su lado viendo cómo crece su bebé es un regalo de los cielos.


“Miércoles 22 de septiembre. Han pasado 7 días desde la fecha probable de parto. He hablado mucho con Concha, mi Doula, sobre este tema. La fecha probable de parto es solo eso: probable. Sé que no debo agobiarme, “Río nacerá cuando esté preparado”. Pero yo soy sietemesina, y en algunos países dicen que eso va acompañado de una impaciencia innata que mi hijo pondrá a prueba desde mis entrañas. 

A las 21:00 h empiezan las contracciones. Son soportables, las llevo bien, estoy emocionada, contenta, aunque algo dentro de mí sabe que todavía falta mucho.  Lilo (mi pareja) duerme, yo no quiero estar sola, y aunque entiendo que él debe descansar porque le esperan muchas horas a mi lado, me enfado. No lo muestro, pero me enfada su calma antes de la tormenta. “¿Cómo puede dormirse?” 

Bajo a casa de mi madre, el dolor se hace más intenso, tengo ganas de llorar. Mi madre me cuida, me habla suave, con amor, me acompaña y disimula su preocupación. Yo también disimulo, sonrío y sólo pienso en Concha, sé que con ella no hará falta disimular.

Lilo baja, medio dormido y pregunta cómo va todo. Mi madre, nerviosa, ha estado controlando el tiempo de las contracciones, no son regulares. Duelen, pero todavía soy capaz de racionalizar y pensar en lo poderosa que me siento. ¡Voy a parir!

Íbamos a esperar un poco para no precipitarnos, pero sale la sietemesina que llevo dentro y llamamos a Concha. Esperemos a que las contracciones sean más regulares 

4:30h  Voy para allá”

Estoy en el sofá cuando abre la puerta con energía suave, le sonrío, me acaricia.  “Acuéstate le sugiere a mi pareja. Me siento mal por mi exigencia previa que descanse, será lo mejor la noche va a ser larga…

Concha y yo nos embarcamos en un viaje de movimientos de pelvis, empujones, sonidos, pelota, masajes

Amanece. Siento miedo a que todo pare, hay luz, tengo hambre No estoy en el universo paralelo que se supone que están las mujeres cuando paren. Tengo mucha hambre.

“¿Ya estoy de parto? Pregunto.  Estás en preparto contesta Concha con mucho amor.  ¡Dios!   Empiezan los primeros miedos, al tiempo que pasa, al cansancio, al dolor, al expulsivo...

Seguimos, cada vez duele más, me impaciento, anhelo llegar al hospital para probar el óxido nitroso, mi plan B para evitar la epidural.

Llega el momento de irnos, Concha y Lilo recogen con prisas, me ayudan a vestirme. Mi madre está abajo, con los ojos a punto de parir lágrimas que me contagia.  Qué hija más valiente tengo me repite abrazándome. Era el chute que necesitaba. Voy a parir a mi hijo. 

El coche es un limbo, no lo recuerdo bien. Sé que le pregunté a Concha sobre la epidural. Los miedos asomando, otra vez.

Llegamos al hospital y nos despedimos. Veo en los ojos de Concha su deseo de quedarse conmigo…Me ha acompañado todo el embarazo, ha puesto nombre a mis inseguridades, es la persona que más sinceros “¿cómo estás?” me ha preguntado. Sabe que debemos confiar en un sistema que no siempre nos respeta… 

Concha no se va a separar del teléfono en las próximas 18 horas, que es lo que tardará Río en nacer.

Las primeras horas en el hospital son muy divertidas, el paritorio es precioso, las matronas son adorables, respetuosas y yo seguía comiendo para calmar el hambre. Descubro el óxido nitroso, que al principio me acompaña tímidamente y que poco a poco va cogiendo más protagonismo en mis pulmones que el propio oxígeno. 

No sé si fue el óxido nitroso o el cóctel hormonal lo que me hizo no recordar las cosas nítidamente a partir de este momento. Tengo “flashes” de besarle las manos a las matronas y de odiar a las ginecólogas que entraban a amenazar con protocolos temporales absurdos.

Recuerdo muy claramente pensar que no volvería a parir. Que no quería volver a pasar ese dolor, que el cuerpo no me aguantaba, que no podía más, que me iba a morir. Recuerdo querer la epidural, y no quererla a la vez. Y recuerdo ver a la matrona frente a mí, con una calma absoluta ante mis súplicas. Eso era lo que necesitaba. 

De madrugada esa calma ya no es tan absoluta. Empiezan a entrar más, las ginecólogas se impacientan. Ya hemos oído la palabra “cesárea” unas cuantas veces, pero las matronas saben que no la quiero, se han leído mi plan de parto y además no es necesaria. 

Me van a poner oxitocina, y epidural. Pienso en Concha. Lilo habla constantemente con ella, y eso me tranquiliza.

“Vale, estoy muy cansada, pero que me pongan poquita, quieto notarlo”. 

Concha me decía siempre que vamos a hacer todo los que esté en nuestra mano para que el parto se parezca lo máximo posible a cómo lo queremos, pero hay situaciones que se nos escapan, y ahora con la distancia pienso que la oxitocina y la epidural me salvaron de una cesárea.

La cabeza de Rio no bajaba, estaba de 9,5 cm y se había estancado. El protocolo decía cesárea, pero las matronas me “salvaron” cambiando las horas de los tactos protocolarios, para ganar tiempo. 

Después de mucho movimiento, mucha luz, y mucha gente entrando y saliendo del paritorio, llegó la paz, el silencio. Sólo dos matronas que me hablaban suave y me decían lo bien que lo estaba haciendo. Todo iba despacio, sin prisas. Mi hijo estaba naciendo, no me lo podía creer. Me ponen un espejo, veo su pelo. Lo toco. Empujo, empujo. Empujo suave, soplando cuando va a salir la cabeza.  “Empujas muy bien” me dicen. Sale la cabeza de Rio. La cara de Lilo es un poema, un empujón más y está fuera. Me lo ponen encima. Resbala mucho y huele raro, no consigo verle la cara. ¿A qué huele? ¿No dicen que los bebés huelen bien? Huele raro, no bien, eso vendrá más tarde. Me da miedo moverlo y todavía no le veo la cara. Me mira, con unos ojos que parece que saben algo que yo no sé. 

“Ya está”, pienso, sin saber que esto acababa de empezar… 

No sé qué hubiera sido de mi embarazo, mi parto y mi postparto sin una doula, sin Concha. Lo único que cambiaría sería que Concha nos hubiera acompañado también en paritorio, que mi pareja también hubiera tenido a alguien que le dijera que todo estaba bien, aunque yo gritara que me moría, alguien que velara por mi intimidad cuando el paritorio se llenaba de gente... 



Mi hijo cumple mañana 4 meses, y tengo una historia muy bonita que contarle sobre las Doulas…” 

Claudia Monleón

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