El parto de mi hija Laura, TRECE años después


Escribí este relato hace trece años, cuando nació mi nieta Naia. Lo hice en la página web de la Asociación de Lactancia donde yo era voluntaria y mi hija, por entonces, era la Presidenta-

Por razones que desconozco, no he podido encontrar esa página y gracias a que yo tenía el texto archivado, puedo compartirlo ahora introduciendo, eso sí, algún cambio para resumirlo.


"Me gustaría relataros el parto natural de mi hija Laura, por supuesto con su consentimiento. Comienzo diciendo que yo siempre he querido estar presente en un nacimiento, pero el destino no me lo había permitido hasta ahora.

Hace 24 años, mi hermana quiso que la acompañara en el parto de su hija. Estuve con ella en la sala de dilatación de una clínica privada, pero se complicó y terminó en cesárea. Hace 7 años, mi otra hermana me ofreció el ver nacer a su hija, pero una preeclamsia lo impidió y le practicaron una cesárea de urgencia. Y en el nacimiento de mi primer nieto, por otras circunstancias, no pude estar. Así es que mi gran deseo permanecía frustrado.

Laura se quedó de nuevo embarazada y en esta ocasión sí que iba a estar con ella cuando naciera su hija. Fue un momento de gran alegría cuando me lo dijo pero también me sentí atemorizada por si no era capaz de  contener la emoción llegado el momento.

La fecha prevista de parto era el día 4 de agosto. A partir de la semana 38, por las noches creía que había llegado el momento. Al llegar el sosiego del sueño nocturno, todo se paralizaba.

El día 4 por la tarde, las contracciones eran más fuertes... Sobre las 3:30 h de la madrugada me despertó: «mamá, nos vamos».

Confieso que a pesar de que confiaba en que todo iba a salir bien, me invadió el temor. Durante el viaje Laura estaba muy serena, sus contracciones eran cada vez más fuertes y más seguidas -cada 3 minutos-  y ella empezaba a sentir el momento que estaba por venir.

 

Llegamos a la clínica a las 5:15 h y ya la estaban esperando. Como el parto había iniciado y todo andaba bien, le dieron su habitación, se puso una ropa cómoda y nos salimos a la sala para charlar con las matronas. Me conmovía verla tan consciente, tan serena, tan segura. Estaba radiante. Cuando venían las contracciones, ya cada 2 minutos, cerraba los ojos y se callaba, haciendo movimientos para relajar la pelvis.

La matrona le aconsejó que se diera una ducha calentita. Yo le echaba el agua por la zona lumbar y de repente comenzó a vomitar y me dijo: «¡tengo ganas de empujar!». 

Entonces me di cuenta de que iba muy rápida y salí para llamar a las matronas.

Bajamos al paritorio, Laura se colocó en la pelota, el parto estaba muy acelerado y la matrona le preguntó como quería parir...

Se metió en la bañera con agua caliente que le relajó al momento. Yo estaba callada, expectante, poniendo la consciencia en el momento que estaba viviendo.

Me permitió darle un suave masaje en la zona lumbar  y así me sentí más cerca, más unida a ella. En un momento la abracé…

Una de las matronas, Nuria, le tomaba el latido cardíaco a la niña. Comenzaba el momento del expulsivo y Ágata, su matrona, le controlaba con un espejo y una linterna a través del agua. Entonces vi cómo rompía aguas y cómo a continuación se veía el pelo de la niña.

Unos pujos más y a las 9:25 h de la mañana nació Naia.

Preciosa, muy grande, rosadita… y entonces mi hija, Laura, lloró de alegría. Se la puso al pecho enseguida, y su papá le cortó el cordón umbilical.

Pasados unos 30' subió a descansar.

 


Contado de esta manera se describe una situación fisiológica. Sin embargo, es necesario narrar con todo detalle el ambiente de amor y de respeto que allí se respiraba. 

El paritorio era un espacio con una luz tenue, con una música suave, con una decoración sencilla y agradable, con los colores de la vida, con el silencio del entendimiento sin palabras.  Lejos de lo que supone un hospital, aquella parecía una sala de un balneario, de una casa de reposo. Sin apenas instrumentos médicos a la vista, más que lo necesario. Sin olor a hospital. Sin ruidos ni gente entrando y saliendo… sin presiones ni exigencias.

Mi hija estaba preciosa rodeada del cariño que le ofrecíamos sus seres queridos. Parió como quiso y se mostró como era, como lo requería el momento, sin miedos, sin pudores. Se  comportó como una verdadera mamífera. No gritó, no voceó, simplemente aullaba. Era precioso oír esa especie de gemido, era un sonido que llegaba a lo más profundo de mis células, era un sonido maravilloso, ancestral. 

Las matronas y la auxiliar, fueron profundamente respetuosas en todo momento. Hablaban lo justo y en susurros. Estaban pendientes de mi hija, pero sin intimidar. 

Tras acabar el parto, me comentaron que habían asistido a muchos y que en pocos habían observado tanto amor, tanta comunicación y ternura. A una de ellas, le saltaban las lágrimas cuando lo comentaba. Y me aseguraron que no era fácil para una madre ver parir a su hija…

 

Como he comentado, yo me mantenía alerta e intentando pasar desapercibida. Sólo en un momento de la fase final, cuando vi a mi hija ya muy cansada le dije unas palabras que me salieron de lo más profundo de mi corazón: “ahora Laura, comunícate con tu hija y dile que esté tranquila, que todo va bien, que su mamá la cuida y que no tema en nacer”.

Algo instintivo me dijo, desde el primer momento, que mi presencia y mi apoyo harían que el parto se desarrollara más rápido y mejor que cuando nació su primer hijo. Y me gusta pensar que así ha sido,  sin ningún tipo de arrogancia.

 

Esta es la narración de unas emociones vividas, las mías.  Doy gracias a la Vida por esta oportunidad que me ha dado. Y quiero agradecer a mi hija, con todo mi amor,  haber confiado en mí y permitirme compartir con ella este momento tan íntimo"


Naia nació el 5 de agosto de 2009 y en octubre de ese mismo año, comencé mi formación como DOULA.


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