El nacimiento de Vega: cuando la historia NO se repite

 

Un mes y un día tiene Vega cuando su madre, Inés, ha asentado sus emociones y me ha enviado el breve relato de su experiencia de parto.

Me ha costado leerlo, la verdad, porque las lágrimas me mantenían los ojos borrosos.

Como dice ella misma, detrás de este nacimiento hay mucho trabajo personal, tanto que se ve reflejado incluso en la apariencia de su persona física, 

Ser testigo de este parto es, sin duda, otro Gran Regalo de la Vida. Y tratándose del de Inés, a quien quiero un montón, es para agradecer infinitamente.

 

"Conocí a Concha hace once años, cuando hice su formación de doulas. Entonces ya había sido madre por primera vez y descubrí toda la violencia obstétrica que había vivido. Poco después nació mi segundo hijo: cambié de hospital, tenía más información… pero tampoco fue el parto que soñaba.

Nueve años después, incluso antes de saber que estaba embarazada, llamé a Concha. Esta vez sería diferente. Lo tenía claro: un equipo respetuoso, una doula, un acompañante de vida impecable… y un gran trabajo interno.

Vega, como sus hermanos, esperó hasta la semana 41+3. Yo solo pensaba: “no quiero otra inducción, no quiero epidural”. El mantra que me repetía todo el tiempo me sostenía:

“No es el mismo bebé, no es el mismo padre y yo no soy la misma mujer.”

El 13 de agosto, a las 4:00 h de la mañana, rompí la bolsa. Como con Lucas. Otra vez la espera. Otra vez el miedo. Pero el acompañamiento de Concha y la calma de la matrona me ayudaron a confiar.

Pasaron 24 horas y el parto no arrancaba, contracciones cada 7 minutos pero muy suaves. Si no había contracciones, pondríamos oxitocina. Me derrumbé. Solo podía pensar: oxitocina, epidural, otra vez lo mismo…

A las 8:00 h del día 14 empezamos la inducción. La matrona me explicó que solo sería hasta alcanzar 4 cm de dilatación y luego dejaríamos que el parto siguiera solo. Eso me tranquilizó.

Las contracciones llegaron enseguida, fuertes y sin descanso. Empecé con respiración en la pelota hasta que Concha me sugirió vocalizar. Ese simple “aaaa” cambió todo: dejé de resistirme y empecé a fluir.

Pasaron dos horas y aún no había llegado a parto activo. No me lo podía creer. Pensaba que no aguantaría. Cambié de la pelota a la liana, probé el óxido nitroso, aguanté un rato más… pero las contracciones eran cada vez más intensas. Cerré los ojos. Dejé de hablar. Concha y Pablo estaban ahí, sosteniendo, sin soltarme.

De pronto dije: “No puedo más.” Concha me preguntó si sentía ganas de empujar. Sí. Ella salió corriendo a por la matrona. Cuando volvió, Vega ya estaba bajando. ¡Siquiera hacía dos horas que estaba en fase activa! ¡no me lo podía creer!

Llenaron la bañera a toda prisa. Entré como pude. A cuatro patas llegué tocar su cabecita. Respiraba intentando no empujar. Y de repente… en la siguiente contracción, acompañada de un grito totalmente visceral, salió Vega. Entera, cabeza y cuerpo a la vez. Sin empujar. Sin desgarros.


13:10 h

Cuando volví en mí, estaba en la bañera, luces tenues, el personal sanitario sonriendo, observando, sin tocar, sin intervenir lo más mínimo. El “lo has conseguido” de Concha. La impecable presencia de Pablo, con esa energía tan mágica y esa manera tan pura de ESTAR. Y a mi hija Vega sobre mi pecho, enseñándome que la historia no se repite. Que, definitivamente, yo ya no era la misma mujer.

Gracias, Concha, por ayudarme a transformar mis miedos en fuerza.

Gracias, equipo de Parc Central, por cuidar cada gesto y cada palabra. En especial a Amparo, sin duda la mejor matrona que pude tener.

Gracias, hijos, porque aquellos nacimientos también me llenaron de luz y me trajeron a éste.

Gracias, Pablo, por ser LUZ siempre.

Gracias a mi hija por haber elegido entrar al mundo de esta manera. Gracias, Vega, por elegirnos y por enseñarme que yo ya no soy la misma mujer.

Gracias a la Vida por esta experiencia tan sanadora.

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