Un mes y un día tiene Vega cuando
su madre, Inés, ha asentado sus emociones y me ha enviado el breve relato de su experiencia de parto.
Me ha costado leerlo, la verdad,
porque las lágrimas me mantenían los ojos borrosos.
Como dice ella misma, detrás de este nacimiento hay mucho trabajo personal, tanto que se ve reflejado incluso en la apariencia de su persona física,
Ser testigo de este parto es, sin duda, otro Gran Regalo de la Vida. Y tratándose del de Inés, a quien quiero un montón, es para agradecer infinitamente.
"
Nueve años después, incluso antes
de saber que estaba embarazada, llamé a Concha. Esta vez sería diferente. Lo
tenía claro: un equipo respetuoso, una doula, un acompañante de vida impecable…
y un gran trabajo interno.
Vega, como sus hermanos, esperó
hasta la semana 41+3. Yo solo pensaba: “no quiero otra inducción, no quiero
epidural”. El mantra que me repetía todo el tiempo me sostenía:
“No es el mismo bebé, no es el mismo padre y yo no soy la misma mujer.”
El 13 de agosto, a las 4:00 h de
la mañana, rompí la bolsa. Como con Lucas. Otra vez la espera. Otra vez el
miedo. Pero el acompañamiento de Concha y la calma de la matrona me ayudaron a
confiar.
Pasaron 24 horas y el parto no
arrancaba, contracciones cada 7 minutos pero muy suaves. Si no había
contracciones, pondríamos oxitocina. Me derrumbé. Solo podía pensar: oxitocina,
epidural, otra vez lo mismo…
A las 8:00 h del día 14 empezamos la inducción. La matrona me explicó que solo sería hasta alcanzar 4 cm de dilatación y luego dejaríamos que el parto siguiera solo. Eso me tranquilizó.
Las contracciones llegaron
enseguida, fuertes y sin descanso. Empecé con respiración en la pelota hasta
que Concha me sugirió vocalizar. Ese simple “aaaa” cambió todo: dejé de
resistirme y empecé a fluir.
Pasaron dos horas y aún no había
llegado a parto activo. No me lo podía creer. Pensaba que no aguantaría. Cambié
de la pelota a la liana, probé el óxido nitroso, aguanté un rato más… pero las
contracciones eran cada vez más intensas. Cerré los ojos. Dejé de hablar.
Concha y Pablo estaban ahí, sosteniendo, sin soltarme.
De pronto dije: “No puedo más.” Concha me preguntó si sentía ganas de empujar. Sí.
Ella salió corriendo a por la matrona. Cuando volvió, Vega ya estaba bajando. ¡Siquiera
hacía dos horas que estaba en fase activa! ¡no me lo podía creer!
Llenaron la bañera a toda prisa.
Entré como pude. A cuatro patas llegué tocar su cabecita. Respiraba intentando
no empujar. Y de repente… en la siguiente contracción, acompañada de un grito
totalmente visceral, salió Vega. Entera, cabeza y cuerpo a la vez. Sin empujar.
Sin desgarros.
13:10 h
Cuando volví en mí, estaba en la
bañera, luces tenues, el personal sanitario sonriendo, observando, sin tocar,
sin intervenir lo más mínimo. El “lo has conseguido” de
Concha. La impecable presencia de Pablo, con esa energía tan mágica y esa
manera tan pura de ESTAR. Y a mi hija Vega sobre mi pecho, enseñándome que la
historia no se repite. Que, definitivamente, yo ya no era la misma mujer.
Gracias, Concha, por ayudarme a
transformar mis miedos en fuerza.
Gracias, equipo de Parc Central, por cuidar cada gesto y cada palabra. En especial a Amparo, sin duda la mejor matrona que pude tener.
Gracias, hijos, porque aquellos
nacimientos también me llenaron de luz y me trajeron a éste.
Gracias, Pablo, por ser LUZ siempre.
Gracias a mi hija por haber elegido entrar al
mundo de esta manera. Gracias, Vega, por elegirnos y por enseñarme que yo ya no
soy la misma mujer.
Gracias a la Vida por esta
experiencia tan sanadora.


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