Es inevitable que tenga presentes las palabras de
mi padre, máxime cuando hace poco que se ha ido. Él, sobre todo en sus últimos años
hablaba de la soledad que sentía. Nosotros le decíamos que cómo
podía decir eso si estaba con su mujer, si siempre había alguien que estaba allí
o que le llamaba para hablar… pero él decía que era algo más profundo, algo
inexplicable a pesar de ser consciente de lo afortunado que era con su familia.
Y aunque murió rodeado de sus seres queridos, mirándolo mientras se
apagaba, pude sentir que la soledad fue
su única compañera en este su último viaje.
Y es cierto. Hace algún tiempo, durante mi terapia
personal, uno de los momentos más
intensos fueron cuando conecté con esa soledad profunda, con ese sentimiento de
estar a solas con una misma, viendo y entiendo esa realidad de nacer sola y
morir en solitario. Aunque haya personas que te quieren a tu alrededor.
Cuando una mujer está criando, cuando tiene a sus
hijas o hijos pequeños, parece que el tiempo no corre. Porque una apenas se da cuenta
de que ella también existe, porque la relación madre-hijos-pequeños es tan
placentera y tan gratificante que, a pesar del cansancio físico propio del
tiempo invertido y de las energías desgastadas, no somos conscientes de nuestro YO porque éste queda relegado a segundos planos.
Pero conforme sientes que el tiempo, aunque
intangible, va pasando, la conexión con esa soledad es más real, es más vívida.
Por ley natural llega el día en que los hijos
abandonan el hogar “Dejarás a tu padre y
a tu madre” y es entonces cuando la mujer, sintiendo otro tipo de soledad, sintiendo el vacío, retoma la propiedad de su vida,
aquellos momentos en que disponía de tiempo para ella. Y ha de saber
organizarse en esta nueva trayectoria del viaje porque los días, a veces, son
largos y las horas pasan lentas…
Y, en ocasiones, sientes que no
estás, parece que no existes...
Si has tenida la capacidad de re-organizarte y
buscar actividades en las que te sientes a gusto, seguramente habrán aparecido
nuevas personas en tu vida con las que compartir momentos. Pero aún así,
resulta inevitable conectar con esa extraña soledad que subyace, esa sensación
que te recuerda que a pesar de todo, y aunque seamos gregarios por naturaleza, las personas no necesitamos a nadie para
nacer, como tampoco las necesitamos para morir. Y no siempre resulta fácil, he
de reconocerlo.
Porque, hay una voz interior que te recuerda que has
de ser tú misma al margen de los demás, que has de crecer como persona y
sentirte bien en la piel que habitas, en ese cuerpo que elegiste para este
tránsito mundano. Porque, al fin y al cabo, tal como has venido te vas a ir: a
solas.
"Soledad habitada". De eso se trata, de ser capaces de llenar esa soledad inevitable con quien siempre va a estar ahí: con nosotras mismas. Un abrazo.
ResponderEliminarEso es. Ni más, ni menos.
EliminarConcha de mis entretelas:
ResponderEliminarQué bien has expresado la soledad del ser humano aunque no sea consciente de que la siente. Que estamos solos es un hecho. Sin vuelta de hoja. Con lo cual, benditos sean los amigos, los familiares, los conocidos… que nos ayudan a ratos a sentirnos menos solos, que nos acompañan en su propia soledad. Y, tal como dices, estamos solos en los dos momentos de nuestra vida que no podemos cambiar ni controlar: cuando llegamos y cuando nos vamos.
Que estamos solxs es un hecho. Que lo percibimos unas veces más que otras, también.
EliminarAbrazos.
ResponderEliminarQue reflexión más interesante y bonita Concha,anima a seguir luchando y aprendiendo para conseguir encontrarse con uno mismo. "SOLEDAD HABITADA"¡ que bonito¡,quizá así me siento yo,no siendo consciente de esa soledad...¡caray Concha¡,siempre me descubres algo nuevo,GRACIAS. Magda.
Gracias a ti Magda por compartir estos momentos. ¿Sabes? Incluso para las personas con las que convivimos día a día somos unos desconcid@s, así es que ir-nos descubriendo... está genial.
ResponderEliminarBesets.